Confesó, en su primer discurso como flamante intendenta electa de Montevideo, que le temblaron las piernas. Algo que nunca le había pasado en otras circunstancias de exposición pública. Que las ha tenido y muchas. Ana Olivera (56 años) –madre, abuela y docente– es sobre todo respetada por su larga trayectoria de militancia. Que, ahora, vuelve a ser contada a la luz de su nuevo status: ser la primera mujer intendente de la capital uruguaya en un siglo de elecciones. Tupamara de joven, exiliada durante la dictadura en Francia y en Cuba, afiliada desde entonces al Partido Comunista de Uruguay, volvió al país a militar en la estructura de base del Frente Amplio. Desde principios de los ’90, cuando el Frente Amplio empezó a gobernar la capital, ejerció cargos de gestión y, a nivel nacional, asumió como subsecretaria del Ministerio de Desarrollo Social, a cargo de Marina Arismendi (también exiliada, docente y del PCU), en el gobierno de Tabaré Vázquez.

Arismendi escribió de Olivera: “Conocí a Ana a la vuelta del exilio vendiendo ambas ropa y luego cosméticos para asegurar la comida de nuestros respectivos hijos. Las dos coincidimos que, como vendedoras, éramos bastante desastrosas. Yo sabía que venía de Francia y que mis amigos, que habían sufrido junto a ella la extranjería, la apreciaban mucho. Luego presencié su incansable batalla en su querida 10ª (seccional del PCU) para que el partido entendiera la importancia del trabajo social, de sus organizaciones, cosa que entonces se consideraba de segunda categoría”.

Por su perfil de gestión, que se ha ido especializando en temas de Juventud, Infancia y Mujer (es además presidenta del Consejo Consultivo Honorario de Infancia y Adolescencia) y seguridad social, fue elegida por el presidente José Mujica, tras ser electo, como ministra de Desarrollo Social. Olivera aceptó el cargo pero luego debió rechazarlo por ser nombrada candidata única por el Frente Amplio para el puesto de intendenta (después de haber estado dos veces propuesta y, finalmente, declinado a favor de otros candidatos).

“MontevideANA: una mujer al frente” fue el slogan de su campaña, que resumía el atractivo de una candidatura consensuada por un conjunto de fuerzas bajo un nombre propio amalgamado a la ciudad. Montevideo estuvo, en una corta campaña electoral (aunque al interior de un cronograma de votaciones que arrancó en 2008 con las internas partidarias presidenciales), empapelada con el rostro de Ana en una foto que la mostraba envuelta por la bandera tricolor del Frente Amplio, que gobierna la ciudad hace ya dos décadas.

El programa de Olivera abarca temas que van del transporte público a los montos de las patentes automotores. Autodefinida como “de hablar largo”, Olivera hizo equilibrio entre lo que propone como cambio y la continuidad con las cuatro gestiones frenteamplistas que la precedieron. “A veces uno dice cosas que no todos piensan que tengo que decir. En mi primer acto, varios compañeros dijeron: ‘no se te ocurra empezar con los municipios’, pero como desde los 16 años tengo espíritu de contradicción, empecé hablando de las alcaldías. Hoy voy a hablar también de los municipios, porque recibí mensajitos de texto que me decían que no hablara de ellos. Desde el primer día hemos insistido en la importancia de la votación de los municipios. La creación del tercer nivel de gobierno es algo que soñamos hace 20 años”, dijo en el cierre de campaña, en alusión a la controversia por la creación de 89 alcaldías electivas en todo el país, votadas por primera vez junto con los comicios municipales.

Como mujer y comunista, como varias veces se definió, queda aún por perfilarse un estilo de gobierno de la ciudad donde viven más de la mitad de la población total de Uruguay. Por lo mismo, Montevideo como vidriera política tiene grandes chances de proyectar la figura de Olivera a una futura candidatura presidencial. Aun cuando ella diga que “ni se me pasa por la cabeza”. Todavía.