RESCATES
Lucía Boldini, la amiga imaginaria de Virginia Bolten
› Por Marisa Avigliano
La interpretación es un enigma atado como embutido de pies y manos cuando desde el más allá la mujer elegida pierde la esperanza de un futuro mejor. Acaba de verse retratada. ¿Por qué es tan frecuente que se tiña de pancarta la silueta de una mujer que supo pelear contra la inercia? Tantos años quejándonos de los próceres de bronce y ahora estas mujeres sólo dejan de ser anónimas para convertirse en obvias. Hace ya unos años levantaron de las tumbas a las amantes de los ilustres patrios para ser protagonistas de novelas históricas tan malas como olvidables. Trivialidades sin gracia intensificadas por la trivialidad comercial.
Si al menos se mezclara cualquier componenda proustiana con romanticismo alemán del mejor, si las dejaran hablar desatadamente como cuando se escribe en sueños, o si al menos intentaran emular la prosa sobre aquella excursión ranquel, pero no. De manera sistemática se recurre al cartel de propaganda, una pena extraordinaria cuando se suma que casi no hay roles femeninos en los textos de historia que se dan en las escuelas.
En 1896, Lucía Boldoni, prima donna de la lírica nacional, oculta su verdadera identidad para inmiscuirse entre un grupo de mujeres trabajadoras que están dispuestas a publicar un diario feminista. La señora Boldoni, acostumbrada a los aplausos, deja puntillas y sombreros y se disfraza de mujer sencilla, quiere pasar inadvertida en el baile organizado para recaudar fondos para imprimir el primer número de La voz de la mujer. Sabe que quiere ser parte de una de ellas, a pesar de no sentir sobre su cadera el peso de las trece horas de trabajo forzado en los telares y aunque ocasionalmente se siente a comer con el hombre que las explota. Sabe también que encontrará el modo de colaborar con el proyecto y sueña con sentarse frente a la máquina de escribir para redactar sus ideas de amor libre. Pero este no es el único secreto que guarda la cantante, porque Lucía, mujer del senador Marcos Izaguirre, vive un romance apasionado con el joven Federico Pardo Grey, sobrino del coronel Forrester y novio de Regina Volpone, la hija del dueño de la hilandería.
Si hasta acá la vida de Boldoni les parece demasiado melodramática, como si se tratara del argumento de alguna de esas nouvelles que solían venderse en las mercerías a fines del siglo XIX, no se han equivocado porque la vida de Lucía Boldoni es sólo una vida imaginaria donde lo único real es lo que han vivido los otros. Su importancia y despliegue escénico sólo refuerza una idea errada, la de creer que para contar la historia (en este caso es el guión cinematográfico de Ni dios, ni patrón ni marido, película que se estrena en Buenos Aires el próximo 7 de octubre) es necesario privilegiar lo anecdótico. Si la mujer rescatada era Virginia Bolten, la combativa anarquista, la Louise Michel rosarina, la que en 1890, en la primera manifestación popular en memoria de los mártires de Chicago enarboló una bandera negra en la que se leía: “Primero de Mayo Fraternidad Universal. Los trabajadores de Rosario cumplimos las disposiciones del Comité Obrero Internacional de París” ¿por qué nos distraen con la mímica de una prima donna en plena aria? Si el periódico feminista fue La voz de la mujer (los originales están al cuidado del Instituto de Historia Social de Amsterdam) ¿por qué tiene que ser el slogan de los camarines de una prima donna en deshabillé la que protagonice la inevitable historia de amor y la que lleve la voz cantante?
El pasado lo protagonizaron mujeres que esperan ser conocidas, sólo habrá que dejar que recuperen su libertad.
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