Vie 10.09.2010
las12

PERFILES > ESTHER GORIS

A la sombra de Eva

› Por Flor Monfort

Para los que pensaban que se había perdido en el misterio de las sierras puntanas, Esther Goris reapareció este año para decir las verdades que tan bien guardadas estaban en Los Peñitos, la casa que compartió durante tres años con el gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saá. Nuevamente instalada en la Capital y separada del Alberto, Goris se ha ocupado de aclarar en sus apariciones mediáticas que ella siempre fue “de izquierda”. Y para demostrarlo se dio el lujo de pararle el carro al patriarca Mariano Grondona y al pichón que lo acompaña: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Cómo puede ser que ustedes se opongan a una pluralidad de voces? ¡Déjenme hablar que me han invitado!” bramó convertida en espada de la nueva ley de medios. Esa posición, más su cerrada defensa del matrimonio igualitario —que desde San Luis se luchó porque no se aprobara— permiten deducir que la extraña pareja habrá tenido sus fuertes cruces más de una madrugada. Ella misma lo admitió en cámara aunque se reservó cualquier otro comentario sobre su separación, amparada en una verdad tajante como que a los hombres nunca se los interroga sobre su status amoroso. “Esa pregunta la voy a responder cuando se la hagan a él con la misma frecuencia que a mí. Y acá sí que me pongo un poco feminista”, afirmó en una nota a Caras, revista que fue bendecida con la primicia del romance, los años de unión, la separación y la breve reconciliación. El final, a comienzos de este año, fue sólo una conclusión de la prensa tras el traslado de la actriz a arenas porteñas.

Pero mientras todavía estaba comprometida con los subsidios cinematográficos que otorgaba la provincia de su ex, Goris convocó a la directora catalana Laura Mañá para filmar el nacimiento del periódico anarcofeminista La voz de la mujer. Tan comprometida estaba con el proyecto que decidió coescribir el guión junto a Graciela Maglie y adornar con ficción una historia que mucho tenía de barro. Juntas crearon el personaje que vistió a Goris en el elenco, la cantante lírica Lucía Boldoni que, casada con un senador, vive un intenso romance con un joven abogado, interpretado por Joaquín Furriel. Desconocemos cualquier parecido con la realidad entre la vida de Boldoni y la de la propia Goris y ponemos varios puntos de exclamación en la literalidad de las guionistas al personificar una “voz” que, lejos de ser la que la historia nos arroja valiente y luchadora, es una elegante dama de la aristocracia rosarina.

Pero para esto Goris tiene una respuesta: “Basta de hacer de mujeres de antorcha en mano. A estas alturas, sólo me falta hacer de la Estatua de la Libertad. Por eso no soy la protagonista y mi papel es el de una cantante de ópera. Así de sencillo”, concluyó.

“Ni dios ni patrón ni marido”, la frase que consagró aquella publicación revolucionaria y fundante del feminismo, es también el nombre del film, que recorre los años finales del siglo XIX entre el tintineo de las copas de la alta sociedad (donde Goris es una mujer de excepción, preocupada por los derechos de las trabajadoras) y el despido de una hilandera que desata la historia en torno de Virginia Bolten, la verdadera y real protagonista. Sobre el feminismo, en el que la artista abreva sólo “un poco”, dice Goris: “Hoy una mujer no sólo tiene que ser una buena madre, buena esposa y tener bien su casa: tiene que estar linda hasta los 180 años y parecer joven hasta los 210, ser exitosa en su profesión y ganar dinero para autoabastecerse. Esto es esencial, porque una mujer que se autoabastece puede elegir estar al lado del hombre que ama todos los días. Pero, a ver, ¿cuántas mochilas más me van a poner sobre el hombro? No he visto época más dura que ésta para una mujer. Y a veces pienso: ‘Menos mal que ésta era la liberación. A ver, ¿dónde están los otros grilletes?’”.

Tan autoexigente como equivocada con el concepto de “liberación” (su propia experiencia testimonia que no son todas rosas como “señora de”), esta declaración tal vez explique la necesidad de personificar a una artista glamorosa y no a las obreras en lucha, papeles que quedaron, entre otras, para Laura Novoa y María Eugenia Tobal. Como estrella de su propia ficción, gesticula como una cantante de ópera de verdad, se conmueve por la juventud del abogado interpretado por Furriel y se esconde tras una máscara para ocultar su identidad y llegar a las mujeres anarquistas. Y todo, con ese aire de la Evita que personificó en 1996 y que tanto le cuesta sacarse de encima aún en su vida personal.

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