DIEZ PREGUNTAS > A MARIANA CHAUD
› Por Irupé Tentorio
—La actuación aparece desde niña, desde los clásicos disfraces, las representaciones infantiles, hasta los juegos en casa con mis primas. Cuando crecí se sumaron las películas y los diferentes programas de televisión y ese deseo se acentuó aún más, pero siempre desde un lugar ingenuo. La actuación me atrapó en la adolescencia y fue en ese momento donde decidí tomar clases con diferentes profesores.
—La escritura aparece por el lado de la lectura, que claramente fue el disparador para crear mis propios proyectos. Y en cuanto a la dirección —ya más sumergida en el tema— es algo que decantó solo... pienso que es un camino bastante lógico.
—Existen varias líneas, pero hay dos fundamentales: una tiene que ver con la formación del actor y los trabajos en que se lo vio brillar o lo que espontáneamente sucede en los ensayos, incluso alguna gestualidad que a mí me interese; y otro punto importante es la manera propia que el actor se somete a escena.
—Toda esta búsqueda sucedió siempre desde mi presente, rozando la ingenuidad... Digamos que nunca me cuestioné mucho, me guié siempre por un deseo interno muy fuerte. Yo sabía que lo que quería hacer era teatro. Jamás lo vi como una actividad secundaria.
—Sí, yo siento que el mundo masculino de los dramaturgos me tiene menos en cuenta. Sutilmente no te convocan tanto; también sucede que te llaman para trabajar en marcos que tengan que ver con las mujeres, con esto quiero decir que el campo laboral disminuye. Es extraño, aunque en nuestro país exista una dramaturga tan maravillosa como Griselda Gambaro —que rompió con ese prejuicio—, aún hoy existe cierto resabio.
—Esta obra la escribimos juntamente con Leandro Halperín, y yo además me ocupé de la dirección. En un viaje que realizamos a la Patagonia, nos empezamos a cuestionar cómo sería la manera de vivir de los indios tehuelches en un lugar tan inhóspito y en el siglo pasado. A partir de este cuestionamiento decidimos investigar sobre ellos; para esto elegimos dos autores: George Musters y Benjamin Bourne. Una vez empapados de su cultura, intentamos darle un giro a la vida de los mismos, que no sea el habitual, digamos con una veta más aventurera y así poder mostrar otro tipo de comunicación y otro código de vida que fue posible y que puede ser posible.
—El cacique Cohanaco sueña con su futuro. Son sueños intrascendentes; sin embargo, en sus sueños existen señales de lo que puede suceder en su presente.
—En esta obra el humor no cumple un primer plano, pero sí lo roza. Para mí es inevitable que mis obras teatrales tengan algo de humor, esos momentos de risas irónicas o bizarras salen espontáneamente.
—Las indias, lamentablemente, en el siglo pasado, muchas de ellas ni siquiera tenían nombres, de hecho en la obra una se llama Patita y la otra Pata, casi el mismo nombre, casi la nada. Estas indias eran muy maltratadas, pero sin embargo hacían todo el trabajo pesado. Básicamente plasmamos esta invisibilidad de la mujer, pero intervenida por una mirada actual.
—Nos gustaría viajar por el país presentando esta obra, ya que es una invención sobre nuestros orígenes y pensamos que es más para un espectador argentino.
Mariana Chaud es actriz, dramaturga y directora. Cursó estudios de actuación con Nora Moseinco, Guillermo Angelelli y Ricardo Bartís, entre otros. Actualmente presenta Los sueños de Cohanaco en El Camarín de las Musas, todos los domingos a las 20.30. Esta obra también fue escrita junto a Leandro Halperín y participan de la misma los actores Santiago Gobernori, William Prociuk, Luciana Acuña, Lalo Rotavería, Mariana Chaud y Claudia Mac Auliffe.
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