PERFILES > GABRIELA MICHETTI
› Por Luciana Peker
“Ojalá quienes hoy toman escuelas presenten sus reclamos como lo hacíamos nosotros cuando estábamos en el secundario: organizándonos para ir todos los fines de semana a trabajar por nuestras escuelas. Pintábamos, arreglábamos el patio, limpiábamos, mejorábamos los muebles, lijábamos puertas”, arengó a tomar la brocha (y no las escuelas) Gabriela Michetti vía Twitter. En donde siguió arengando (en 140 caracteres):
“¿No sería mucho más creíble acaso la preocupación por mejorar las escuelas si en lugar de parar las clases todos se esfuerzan en sumar trabajo?”.
Pintar una pared es pintoresco. Arreglar la electricidad, los techos que se caen, o poner estufas en aulas congeladas no. Sin embargo, los padres y las madres por la escuela pública ya lo habían hecho en una jornada de trabajo por la escuela pública, el sábado 11 de septiembre, en más de veinte jardines, primarias y secundarias.
En dialogo vía Twitter, le repliqué a Michetti sus argumentos de política “yo no fui” (como si los pibes/as tuvieran que hacerse cargo de sus escuelas como las empresas privadas cortan el pasto a cambio de sponsorear plazas). Y —nobleza obliga reconocerle— tuvo la deferencia de responder. No sólo eso. También se retractó de deslindar la falencias del PRO en la educación para colgarle un pintorcito a cada alumno/a.
—Me alegra profundamente q (sic, el Twitter será democrático, pero es implacable con la reducción del espacio) cualquier ciudadano colabore c su ppio esfuerzo en la recuperación de las escuelas —festejó ella en la respuesta.
Pero después, en una declaración —que, a diferencia de su crítica a los alumnos/as, los otros medios no recogieron— se hizo cargo de que las tomas de escuelas no estarían bien fundamentadas si las escuelas no estuvieran fundidas. “D cualquier modo, es el Estado a través d sus funcionarios el responsable d invertir y trabajar para q las escuelas estén bien”, hizo un mea culpa de tirar la culpa afuera por la crisis escolar, juvenil y edilicia.
Michetti no es una observadora del conflicto educativo en la Ciudad de Buenos Aires. Es cierto que su hijo adolescente va a una escuela pública (el Nacional de Buenos Aires) pero que, sin embargo, no usa fondos de las arcas porteñas sino de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para funcionar. También que ella fue al Colegio Número 1 y al Colegio Nacional de Laprida, donde hizo el primario y el secundario, antes de venir a Buenos Aires y dedicarse, primero, a las relaciones internacionales y, después, a la política.
Su propio papá —Mario Michetti, el médico del pueblo— daba clases en la escuela pública de Laprida. Incluso, una vez por semana, les enseñaba a ella y sus otros/as alumnos educación sexual: llamativamente, otro de los reclamos de los alumnos y alumnas que, a pesar de contar con una ley nacional y otra local, que obliga al Estado a enseñarles sobre sus derechos sexuales y reproductivos, sólo reciben silencio en vez de la Ley de Educación Sexual Integral que el propio PRO aprobó en la Legislatura Porteña.
“Yo creo que ella mandó a arreglar los colegios porque realmente es ingenua. Tiene que ver con su idiosincrasia de chica del interior. Ella es de un pueblito muy chico, casi insignificante, donde hacían esas actividades”, relata el periodista Fernando Amato, que está escribiendo una biografía —de próxima aparición— sobre Gabriela Michetti.
Aunque ella ya no es sólo una chica de pueblo. Fue elegida para ser vicejefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y dejó su cargo para postularse a diputada por pedido de Mauricio Macri (para que ella fuera la figura fuerte de una elección difícil de ganar para el PRO). Ella no quería y sus padres lloraban para rogarle que no lo hiciera. Ahora tiene una fundación y quiere ser la Número 1 (y no 2) del gobierno porteño en el 2011, con el apoyo espiritual del cardenal Jorge Bergoglio y una disputa abierta con su co-pro-legionario Horacio Rodríguez Larreta.
Pero ahora ya no está en el Poder Ejecutivo de la Ciudad. Ni tiene a su cargo la supervisión del Ministerio de Educación. Por su propia decisión de dar un paso al costado, incluso, del lugar en el que la habían puesto sus votantes. ¿De eso también se hará responsable o querrá que otros pinten su despintada imagen?
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