DERECHOS
El 10 y 11 de septiembre se realizó, en Buenos Aires, la Primera Asamblea de Mujeres del Movimiento Nacional Campesino Indígena en donde trabajadoras de la tierra, de todo el país, se manifestaron en contra del modelo agrotóxico y a favor de la soberanía alimentaria. Pero, también, en contra del machismo interno de las organizaciones y en una pujante demostración de que no sólo hay otro campo: también hay otras campesinas.
› Por Luciana Peker
“Somos tierra para alimentar a los pueblos”, fue el lema de los 1500 delegados/as de todo el país y llegados de Paraguay, Chile, Uruguay, Brasil (del Movimiento Sin Tierra) y de grupos de apoyo internacionales de Cataluña y el País Vasco, que se reunieron en Buenos Aires, el 10 y 11 de septiembre, en una reunión del Movimiento Nacional Campesino Indígena. La diferencia entre los reclamos del campo (que querían pagar menos impuestos para obtener más ganancias) y la de los y las campesinos/as (que quieren más tierra para alimentar a más gente) quedaron a las claras, aunque los medios no le hayan dado la difusión que sí tuvieron los piqueteros en pick ups que cortaron las rutas hace dos años.
“¿Dónde está la Mesa de Enlace de asesinos que vienen a matar nuestras semillas criollas?”, se preguntó el integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase) Gringo Farías. Y especificó: “La denominada Mesa de Enlace es la corporación de dirigentes de las grandes patronales rurales argentinas que se enfrentan al gobierno de Buenos Aires por las retenciones impositivas a la exportación de soja transgénica”. Pero las trabajadoras de la tierra, las que ponen las manos para cortar los frutos o para criar a los animales no sólo hablaron de problemas laborales, económicos, ecológicos y políticos. También de la explotación de las madres que muchas veces tienen que ir con sus bebés a cuestas por un jornal bajísimo y con el riesgo alto de respirar y hacer respirar a sus hijos entre fertilizantes. Además, las mujeres cobran –por igual tarea– menos salario. Y, casi siempre, cuando llegan a sus casas el trabajo no se termina. Continúa. Como la desigualdad.
Por eso, las campesinas también pidieron desterrar el machismo –de las que las explotan y de los que invisibilizan las condiciones de género aun en sus propias comunidades– en la primera asamblea de mujeres de este movimiento que se diferencia del campo –esa única palabra que en la Argentina está asociada a la Sociedad Rural y sus aliados aun cuando sean dueños de pequeños trazos de hectáreas– y se definen como tierra, una palabra en la que todavía ellas siembran: esperanzas y proyectos colectivos, tan fértiles y con frutos como ellas.
“Nosotras somos guardianas de la semilla porque la semilla tiene que ver con la posibilidad de dar vida y de producir. Por eso, es importante que las semillas no estén en manos de una multinacional como Monsanto que patentan semillas que le robaron a la humanidad. Nosotras, en cambio, queremos multiplicar las semillas”, le explicó a Las 12 una de las integrantes del movimiento, una de las voces de la asamblea, una de las mujeres que dejaron la ciudad por un pueblo chico, que decidieron volver a la tierra y a la vida en comunidad: Lena Mozas. Ella es ingeniera agrónoma y docente en un secundario de adultos de producción vegetal, tiene 34 años, una hija de 5 a quien nombró Magdalena y la decisión de vivir en comunidad, en Jocolí, un pueblito al norte de Mendoza y defender su tierra como la de todos y todas. “En comunidad criamos lechones, pollos, cabras y huevos y producimos duraznos y ciruelas para el autoconsumo y la venta”, describe su vida, la vida en plural.
–Somos vecinos que decidimos producir juntos desde el 2001. No tenemos tierra pero estamos luchando por conquistarla.
–Sí. Yo junto a otras familias nos fuimos a vivir al campo y empezamos a organizarnos para pelear por nuestros derechos. La mayoría somos trabajadores sin tierra.
–En lo personal, me fui a vivir al campo por un fuerte deseo cuando me recibí, pero la mayoría de los compañeros trabajaban para patrones en las fincas siendo jornaleros o en la construcción, donde la explotación era grandísima y decidieron cambiar de forma de producción.
–El modo de producción campesino-indígena tiene que ver con una cosmovisión distinta donde lo importante no es el capital y la rentabilidad, sino la comunidad y la generación de alimentos sanos para el pueblo. Y también mantener la identidad y la cultura campesino-indígena.
–En la asamblea que realizamos hubo más de 250 mujeres que vinieron de Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Córdoba, Mendoza, Neuquén, Santa Fe y Buenos Aires. Una de las vivencias más claras dentro del agronegocio es que a las mujeres se les paga menos que a los hombres por el mismo trabajo. Más allá de que la soja no da mucho trabajo –porque trescientas hectáreas se pueden trabajar con dos trabajadores– en otros ramos donde hay igualdad de esfuerzo, trabajo y tiempo se le paga, sin embargo, menos a la mujer, como por ejemplo, en Mendoza, San Juan o Neuquén donde esta desigualdad de género es muy común. Y también eso es otra forma de dominación. Por otro lado, es muy visible otra diferencia muy grande: nosotras somos la tierra, los dueños son el campo. ¿En la mesa de enlace viste alguna mujer alguna vez? Yo vi una en los cortes, con una reposera y tacos.
–Sí. Y en los momentos de desalojo de tierras las mujeres participan activamente. Frenan a los terratenientes y a los paramilitares. De hecho, tenemos muchas compañeras que han sido detenidas con sus bebés o baleadas por defender la tierra. Los hombres reconocen la participación de las mujeres e incluso admiran la valentía de parte de las mujeres, al punto que ya se hizo carne el lema “cuando una mujer avanza ningún hombre retrocede”. Y se da así. Generalmente, son las mujeres las que van a enfrentar a la policía o a los fiscales cuando vienen al campo a desalojar. Hay represiones grandísimas, pero siempre las mujeres intentan frenar la violencia.
–Hay que ser más cobarde...
–A nosotras nos importa la soberanía alimentaria (decidir qué producir y cómo producir) y la reforma agraria para la producción de alimentos. No queremos que nos den de comer soja. La soja es para los animales. Esa es la base en la que queremos estar unidas...
–No queremos dar una pelea, sino hacer un esfuerzo común entre varones y mujeres para lograr la paridad de género. Hay que empezar a distribuir y equilibrar las tareas dentro de la organización y dentro de la casa.
–Hay que reconocer que en todos lados hay machismo. No es solamente una cuestión del campesinado ni de un solo sector. El sistema capitalista es machista. Y también hay situaciones de violencia física y emocional. Nosotras lo abordamos en la organización. No queremos que nos exploten, pero también nos preguntamos: “¿Y en casa cómo andamos?” Muchas compañeras cuentan situaciones de explotación dentro de su familia e intentamos que esas realidades también se puedan transformar. Además, como vía campesina, formamos parte de la campaña global contra la violencia hacía las mujeres. Pero también entendemos que el género no es sólo de mujeres, es de mujeres y varones. A los varones les cuesta por ejemplo tratar temas de salud que siempre los tapan y eso también es por el machismo imperante.
–Producir es un acto de amor. Y eso es vida. Queremos dar vida entre todos.
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