MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Es célebre por la imagen en sepia y con escopeta a modo de accesorio con que modeló la chaqueta sahariana de Yves Saint Laurent. También por el flirt con la cámara y el fotógrafo detrás de ella (el actor David Hemmings emulando a David Bailey) en el film Blow Up de Michelangelo Antonioni. La supermodelo y condesa Vera Gottliebe Anna von Lehndorf revolucionó los modos de modelar.
Eligió el apodo Verushka para abordar las portadas de Vogue americana en tiempos en que estuvo dirigida por Diana Vreeland y allí protagonizó once portadas, una más extravagante que la otra. De tapado de piel en locaciones de nieve junto a un deportista de sumo a posar en el Sahara con maillot, turbante y capas de organza fucsia by Giorgio Saint Angelo, contrastaba con kilos de sombra celeste azulado arriba y abajo de sus ojos también azules. O bien subida arriba de un árbol cual mujer tigre. En la reciente semana de la moda de Londres, el mismo día en que Bjork cantara “Gloomy Day” en el homenaje a McQueen en la catedral Saint Paul, y ataviada con un look retrospectivo (un top de madera con alas de la colección primavera 99 y una falda de plumas de 2000) la mítica Verushka volvió a la escena de la moda. Con 71 años y figura aún esbelta, irrumpió en la pasarela durante el cierre del desfile de Giles Deacon y lo hizo ataviada con un vestido negro largo y un tocado de piel.
La habían precedido en ese runway en technicolor modelos que citaban looks para la rave y vestidos con estampas coloridas que hablaban de tribus lisérgicas. El maquillaje rara avis fue uno de los manifiestos de la bellísima modelo prusiana. Tal vez por el camuflaje natural que aprehendió en su infancia, escapando del nazismo –en diversas ocasiones recordó haber tenido que esconderse entre árboles y no precisamente para jugar a las escondidas–. Fue en 1966 cuando la condesa nacida en Koningsberg, la capital de Prusia, hizo su primera sesión vestida con pinturas y el camuflaje a la moda devino su trademark.
Es vox pópuli que aun para producciones de Vogue prefería peinarse, idear el estilismo y el maquillaje facial y hasta llegó a destrozar ropas fabulosas, todo con la absoluta complicidad de Vreeland. Pero cuando a mediados de los setenta la editora Grace Mirabella asumió en esa publicación, las extravagancias de V no fueron comprendidas.
Hace veinte años, el fotógrafo y pintor Holger Trülzsch, con quien ella tuvo un amorío, realizó una serie de fotos absolutamente radicales que inspiraron el libro TransFigurations, prologado por Susan Sontag y con una muestra en una galería de Tribecca.
Y allí, lejos de los atavíos a la moda de la sesión de Blow Up, su cuerpo fue pintado con pincel para simular betún, barro, sangre; simulacros de trajes no recomendados para ir a un cóctel. Muy lejos de locaciones extravagantes, la sesión-ensayo antimoda transcurrió en una añeja casa de barro. Claro que el modus operandi ya se había iniciado unos años antes y en Kenya, junto al fotógrafo Peter Beard y con el leitmotiv del “estilismo tribal”. Entonces Verushka se pintó con pintura negra de zapatos y simuló estampas de plantas y animales que le quedaron impresas en el cuerpo por dos semanas.
Los cameos en desfiles habían sucedido en escasas ocasiones: una vez lo hizo convocada por Michael Kors, el más clásico y careta mainstream de los diseñadores americanos, y para una semana de la moda de Melbourne. También fue homenajeada por los diseñadores de Dolce & Gabbana y por editoriales para Vogue Italia de Steven Meisel. Pero cuando fue invitada especial a una fiesta de la revista Time y asistió con un atuendo de factura casera y con telas emulando un camuflaje imposible de clasificar, no se quedó siquiera una hora. La modelo y condesa rebelde enunció: “La gente se vestía con más extravagancia en los sixties: la gente de la moda se ha vuelto burguesa”. Desde 2008 existe un libro de elegantísima edición y con su nombre en el catálogo de la editorial Assouline, dedicado a documentar los grandes momentos en la moda del siglo XX: de la extravaganza con y sin ropas a las fabulosas sesiones fotografiadas por Richard Avedon e Irving Penn.
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