ESCENAS
Luego de recibir en 2007 el premio de Nueva Novela de Página/12, la novela Las primas, de Aurora Venturini, fue traducida a varios idiomas y publicada en el país por la editorial Mondadori. Su versión teatral, Las primas o la voz de Yuna, realizada por la dupla Podolsky-Ferradás que consigue ponerle el cuerpo al humor y al horror del original, regresa de una exitosa gira provincial y desde hoy se presenta en el Teatro Cervantes.
› Por Liliana Viola
Aurora Venturini llega a una reunión de señoras, todas señoras de su edad. El encuentro es en una confitería de su ciudad amada, La Plata, que aparece en todas sus novelas, como caldo de cultivo, también en Las primas, por supuesto. ¿Qué le molestará de lo que encuentra? ¿Las tacitas de porcelana, el vapor del té, la conversación trivial? ¿Será la edad de la franqueza de la que hablaba P.D. James? Lo cierto es que sin siquiera sentarse, pregunta: “Señoras, ¿alguna de ustedes conocerá por acá algún lugar donde violen viejas?”
Aurora Venturini cuenta la anécdota con risas entrecortadas, entre la malicia y la candidez. Tiró la bomba, la expulsaron de nuevo del mismo club al que Groucho no quería pertenecer. Tiene un talento único para incomodar lo que le incomoda. Se conoce el baile sobre esa cuerda de lo políticamente incorrectísimo y juega con el vértigo de quienes están ante un abismo y no lo saben. Ella empuja. Esta habilidad para poner las cosas fuera de su lugar es uno de los hallazgos de su novela Las primas, texto que corre de eje el vicio de lo bien escrito y lo bien pensante, que descoloca a la familia nuclear ya desde el título, privilegiando ese parentesco transversal de gente unida por sangre pero más por otras cosas. Esta tensión bizarra entre el humor, el horror y el aullido que denuncia injusticias sociales, incluida la opresión de las niñas negadas a la educación sexual, las clases obligadas a vivir de sus miserias, son claves en esta novela que ahora convertida en inquietante obra de teatro, Las primas o la voz de Yuna, se estrena hoy en la Sala Orestes Caviglia del Teatro Cervantes, dirigida por Román Podolsky y protagonizada por Marcela Ferradás.
Marcela Ferradás, o haciendo justicia, diremos Yuna Riglos, está parada solita frente al público. Se diría que le transpiran las manos, no tiene facilidad de palabra, aún más, se nota que no puede pronunciar bien todas las letras. Hasta los 20 años no podía leer la hora en los relojes, cuenta ella misma sin que nadie le pregunte. Alguna consonante se le traba de tal forma que la deja suspendida entre la estupidez y el tic de alcurnia. Ella está parada ahí, mirando al frente, porque a pesar de todo Yuna Riglos ha triunfado. Le están entregando un premio de honor por sus pinturas y los espectadores nos hemos convertido en asistentes involuntarios de su largo discurso de aceptación. Tenía que decir gracias e irse, pero no: “Soy una minusválida recuperada”, nos arroja emulando ese rótulo que alguna psicopedagoga le ha inculcado y ella repite como aviso, carta de presentación, boletín de calificaciones. En su necesidad de agradecer el premio se filtra la voz aberrante de Aurora Venturini preguntando por las violaciones, por la obligación de ejecutar el “sesoral” para salir de la miseria, por los abortos clandestinos, por la guerra entre generaciones, por toda una parte de la sociedad sumergida en la ignorancia y la rapiña. Yuna Riglos presenta su estirpe de seres imperfectos con el secreto orgullo y venganza de haber salido de allí, de haberse convertido en esta mujer que escuchamos, aunque preferiríamos mirar de costado, que a duras penas avanza en su relato pero que será la protagonista desde la primera palabra hasta el fin. Toda la obra será este soliloquio en el que su pasado regresa para mostrarnos de dónde logró desprenderse a fuerza de quedarse sola, de desentrañar entuertos y descubrir traiciones. Piedad, risa y desconcierto provoca Yuna y con ella la actuación sensible de Marcela Ferradás que juntas vienen, con la voz cantante, convertir a todo ese elenco de familiares que le arruinaron la infancia en una reunión de viejas ridículas.
M. F.: —Me fascinó porque muestra la posibilidad de construcción que tiene una persona. Creo que ese relato de la lucha a pesar de las dificultades se asocia mucho con la lucha del artista en general. También me mueven para elegirla mi propio resentimiento, la bronca, las imposibilidades, el haber padecido injusticias, desde lo individual y desde lo social, porque hay que ser diferente en una sociedad como la nuestra.
M. F.: —Bueno, por mi edad, todavía sufrí el prejuicio de que si una era actriz era puta, luego eduqué sola a mi hijo... Tuve muchas veces que luchar entre la profesión, la maternidad y el deseo de hacer lo que me apasiona. Me pienso como una mujer de teatro y no me parece extraño que me haya enamorado de un personaje como el de Yuna, que ha pagado un precio muy alto: elige no tener hijos, estar sola, etc. Viene de una estirpe de monstruos, entonces tiene que acabar el linaje ahí. Sus hijos son sus cuadros.
Jorge Ferrari (escenógrafo) y Luciana Gutman (vestuarista), cuenta Marcela Ferradás, “han interpretado el espíritu de lo que nosotros queríamos contar: todo está en la cabeza de Yuna, todo lo que se ve es ella recibiendo un premio y luego siendo atravesada por los relámpagos de su memoria, entonces una decisión que tomamos con Román Podolsky fue no mostrar ninguna pintura de Yuna de las que ella describe. Partiendo de esa base ellos interpretaron un espacio escénico cuyo piso, que es como un tapete, fuera de alguna manera “la” pintura de Yuna. Es en blanco y negro, y el fondo es rojo, una gran boca roja de la cual salen los personajes, que están siempre vestidos de rojo, y yo estoy vestida de blanco y negro con un trazo muy similar al que está en el piso. La sensación es que Yuna se constituye en su obra, emerge de su obra y se salva por el arte. La impronta visual en el personaje de Yuna es que ella es su pintura. Eli Sirlin, la iluminadora, tomó a su vez la decisión, comprendiendo nuestra propuesta, de que lo que mostramos es como un cuadro, y así está iluminada la puesta. Federico Marrale reproduce los sonidos de la cabeza de Yuna. El está presente en escena y es el run-run de esa cabeza que nunca se detiene.
El público que ha tenido la oportunidad, durante la gira por las provincias, de dejar su marca en el cuaderno de anécdotas de los actores. Marcela recuerda dos escenas muy significativas de la recepción de esta obra: “Estábamos en el Centro del Conocimiento, que es un lugar en las afueras de Posadas, híper moderno en una sala que tiene una capacidad de 400 personas y estaba llena. El público muy atento seguía de cerca la obra, algo que yo percibía desde el escenario. Estaba por decir mi último monólogo cuando alguien llora, cada vez más fuerte. Hice foco en el público, era una chica joven, de unos 20 años, con un muchacho al lado que trataba de calmarla. Respiré hondo, tiré la última frase y bajó el talón. Esa noche estaba como espectador el representante del Instituto Nacional de Teatro de Misiones, Marcelo Caliers, quien comentando el episodio me contó que en Misiones la violación es la segunda causa por la que los hombres van presos. Supusimos que esa chica, como otras mujeres que vieron la obra, se sintió muy tocada por el relato. Pero también te puedo contar la escena opuesta: en lugares muy conservadores había personas que, por ejemplo, no podían mirar al escenario. Hombres, sobre todo, miraban al piso, era muy clara la molestia. Nos recibieron con mucho entusiasmo en todos los lugares donde estuvimos, así como también hubo gente que se levantó y se fue”.
Laura Ortigoza y César Bordón son los dos actores que interpretan con talento, gracia y sin caerse nunca de esa cuerda tendida entre la risa y el espanto, el “a pesar de todo” de Yuna Riglos. Ella es todos los miembros de su familia, él es todos los hombres que no la quisieron, un pobre tipo que se aprovecha del talento de su alumna y de la invalidez del resto y, después, un tano mafioso que se convierte en la caricatura de todos los prejuicios y reparos.
Ortigoza entra en escena con su puntero y su delantal arengando a su hija cuasi gangosa a que repita a toda velocidad un trabalenguas. La nena no puede, pero la madre piensa que con sangre entra. Con un sutil detalle de vestuario la misma actriz se ha transformado en la temible Tía Nené, la hermana de la madre y la madre de las primas, señora de un sentido común que apesta. Los otros personajes que la esperan son más jóvenes, pero de ninguna manera más agraciados ni fáciles de representar. En la novela, la hermana menor, Betina, está en silla de ruedas, tiene malformaciones en la espalda, no habla y no controla esfínteres, aun así se convierte en el objeto sexual del profesor de pintura, señor que llegado el momento no quiere hacerse cargo del embarazo. Todo esto mismo puede verse en escena, pero por más que el director Román Podolsky explique cómo llegaron, el efecto genial sigue siendo tan indescifrable como los pases de magia.
A. V.: —A lo que yo llamo por darles un nombre, “mis primas minusválidas”, las he vivido de cerca. A veces me he fundido con ellos cuando me sorprendo por lo que hace la computadora mirándola en compañía de una prima que me pregunta “cómo pasan las letras por un cable tan finito”. No lo sé, no puedo explicar eso ni tampoco cómo es que se refleja mi imagen en el espejo. Pero bueno, estoy recuperada.
A. V.: —Sí, y más. Esas criaturas ahí capturadas me apabullaron, todo mi desván de espectros me desaforó. Me dieron miedo, sentí como el caracol cuando tantea con sus delicadas antenas un peligro...
A. V.: –El elenco, por extraordinario. Desde Yuna con su voz impertérrita, inocente y cruel; Betina, que da la impresión que han pedido prestado una minusválida a un instituto; Petra tan fuerte y brutalmente enfurecida por su destino, del cual se vengará hundiendo también en la ciénaga a Yuna. El profesor, tan antipático, el novio siciliano vengativo que se lleva lo peor.
—Creo que Petra correrá un peligro futuro. Al menos es lo que me parece a mí. Y también creo que Yuna llegó a odiarla. Pero bueno, donde llega cada prima no se sabe si no se va a ver la obra. Hay que ir.
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