PANTALLA PLANA
Carismática y heterodoxa, Jackie está de regreso en su segunda temporada, con más embrollos en su vida privada pero siempre dispuesta a defender a ultranza los derechos de sus pacientes, desde su visión personal y compasiva, desmarcada de normas y reglas que considera obsoletas y/o injustas.
› Por Moira Soto
¿Quién no querría que le tocara en suerte la enfermera Jackie, en el supuesto caso de tener que recibir atención en un hospital? Sólo podría negarse alguien que no haya disfrutado de la primera temporada de la serie Nurse Jackie, que no esté mirando la segunda en estos días por la señal de cable Studio Universal. Por suerte, aún faltan seis capítulos y pueden entrar hoy mismo en el All Saints, de NY, especializado en urgencias. La sitcom de marras dura una media hora que siempre parece menos por el ritmo, la cantidad y variedad de personajes –entre los estables y los transitorios– y sus correspondientes historias paralelas. Por cierto, todas en un punto satélites de la cautivadora Jackie, encarnada de maravillas por Eddie Falco, capaz de conmover y divertir en igual medida, tan humana en sus aciertos y errores, en su ambivalencia, en su hidalguía y en sus pequeñeces... Con esa doble vida complicada por su adicción a los calmantes opiáceos, adicción que no se sabe bien cuándo comenzó aunque cualquiera con problemas de estrés o ansiedad puede imaginárselo y comprenderla.
Jackie podrá engañar a su marido (al que ama) y asimismo hacerle una inmerecida escena de celos al pobre santo, podrá ser mentirosa y manipuladora en algunas ocasiones y a veces contagiarse del cinismo de su amiga la doctora O’Hara. Pero siempre estará de parte ciento por ciento de los/as pacientes, sobre todo de los más débiles, de los más desdichados, de los más desamparados. Para lo cual, si hay que saltearse alguna regla, se la saltará sin vacilar, con astucia y creatividad llegado el caso: en uno de los caps vistos en la actual temporada, ingresa al hospital un hombre joven destruido por las náuseas, con signos de desnutrición. El tipo, atendido por Jackie y el vanidoso doctor Coop, asegura que ningún medicamento le ha dado buen resultado, que ya no soporta más. La enfermera le pregunta: “¿Probó con la marihuana?”. Y ahí salta el doctorcito pedante, mandándose una diatriba contra las sustancias ilegales. “Si estuviésemos en otro estado, se la darían como droga terapéutica”, dice Jackie para escándalo del galeno. El enfermo mejora y es dado de alta. Jackie lo lleva hasta la ambulancia, le pide un poco de chala al chofer (sabe con quién está tratando) y en el propio vehículo, ahuecando una manzana, le improvisa una pipa al nauseoso quien, luego de unas pitadas, se siente mejor y hasta se le despierta el hambre. Más tarde, Jackie le cocina unos bizcochos con marihuana y se los lleva a su departamento, y completa su buena obra consiguiéndole un dealer...
En otras áreas, las cosas no son tan simples y netas para la enfermera que no sólo se quedó sin el farmacéutico Eddie que le facilitaba drogas en el hospital (donde ahora hay una máquina expendedora y un vigilante que la custodia porque alguien sustrajo calmantes...), con quien se permitió recreos sexuales en un alto de sus tareas, sino que después de cortar esa relación, él, loco por ella, ha empezado a rondar a Kevin, el marido, hasta lograr hacerse amigo y meterse en la casa de Jackie. Despechado, Eddie psicopatea a la enfermera cuya hija mayor, para más inri, sigue obsesionada con posibles catástrofes. Para colmo, en el hospital ya no está el encantador enfermero MoMo y en su reemplazo es nombrado un ex adicto de bonitos ojos oscuros que rápidamente intuye la dependencia de Jackie.
Entretanto, los sabrosos personajes secundarios hacen la suya: la desbocada O`Hara (deliciosa Eve Best), luego de zamparse al enfermero nuevo en el banco de la capilla, se reencuentra con una antigua novia, periodista de la tele (Julia Ormand) y de momento parece dulcificarse. Zoey (la extraordinaria comediante Merritt Weber) ya no es la novata tembleque de la temporada pasada: cada vez más canchera, es capaz de tomar decisiones que no le corresponden con tal de salvar una vida. En la huella de Jackie, obvio. A la vez, lidia en su conciencia con un embarazo indeseado, va a la capilla, le cuenta a la estatua de la Virgen que no quiere tener un hijo (“ser madre es duro, vos lo sabés bien”). En la escena siguiente, Jackie está con O’Hara, pesarosa porque se ha muerto una joven accidentada y justo cuando pasa la camilla con el cadáver, aparece Zoey resplandeciente de alegría al grito de “¡Sangre!”. Así es el humor esquinado de esta serie que navega fluidamente entre el chiste impertinente cuando no francamente negro, situaciones insólitas y ese trasfondo dramático relativo a la asistencia de casos con frecuencia graves.
En el último episodio visto, Jackie vuelve a hacer justicia por propia mano: un tipo recibe en la calle un flechazo en su pulmón recién trasplantado, disparado desde una terraza por un ricachón irresponsable, que luego tiene el tupé de mandar a su chofer a recuperar la valiosa flecha. Ni corta ni perezosa, la enfermera va hacia el Mercedes del influyente arquero que hizo retirar la denuncia, y lo raya minuciosamente. Después, le entrega la flecha al chofer que no hizo nada para detenerla. Al contrario, aprobó y alentó la travesura. ¤
Nurse Jackie, los domingos a las 20.15 y los viernes a las 22 por Studio Universal.
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