Vie 15.10.2010
las12

ENCUENTRO NACIONAL DE MUJERES

Rebeldes y revueltas

Las mujeres, las decenas de miles que llegan al punto del país que sea cada año desde hace veinticinco son la carnadura esencial de un ritual que cobra sentido en esa mixtura de representantes de barrios, universidades, grupos feministas, ONG, sindicatos, ligas campesinas y un largo e inabarcable etc. Una combinación de procedencias, historias de vida, saberes, que no se consigue en ningún otro lugar. Y que hace al Encuentro imposible de describir en pocos párrafos aunque siempre vale la pena intentarlo. Las postales que siguen son apenas un recorte de una experiencia de tres días que no por repetida deja de ser única.

› Por Sonia Tessa

Con su saco de tela negra forrada, pesado, puesto sobre la cabeza para protegerse del sol arrasador, Lucía González escucha con paciencia la lectura de las conclusiones de los talleres del Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó el fin de semana pasado en Paraná. Comparte unos mates con sus compañeras de la Unión Campesina, en las últimas horas antes de volverse a casa. Los ojos negros, la cara ajada por el trabajo, la dentadura arrasada. Lucía tiene 52 años, vive en el campo chaqueño, a 25 kilómetros de Pampa del Indio, una pequeña localidad de 5000 habitantes, muy cerca de la provincia de Formosa. Para ella, viajar desde su casa al pueblo es una odisea. “Vamos con bicicletas, caballos, pedimos en la ruta que nos lleven porque no tenemos medios propios, nos cuesta mucho”, relata para explicar que su condición de pequeña productora dio paso, hace tres años, al mero autoconsumo. El algodón ya no es rentable, las tierras de su provincia son apropiadas por terratenientes de la soja, y su familia vive de las batatas, la mandioca y el zapallo que cultivan para ellos y de sus animales. Ni siquiera tienen la posibilidad de vender los productos en el pueblo.

Sentada al rayo del sol, Lucía cuenta que la Unión Campesina agrupa ahora a indígenas y criollos, como ella. A los 22 años comenzó a recibir capacitación de la organización anterior a la que pertenecía. Entonces, su hijo tenía cuatro años. Después, tuvo otros dos. Sin darle mucha importancia, cuenta que la más chica, Evelyn, nació durante un Encuentro, en Jujuy, en 1995. Lucía había llegado con siete meses de embarazo, cuando un pico de presión precipitó el parto. Se fue del Encuentro con su niña en brazos. Dice que se ha perdido pocas de estas reuniones, cada vez más multitudinarias. “Me gusta porque siempre soy de las mujeres que quieren defender nuestros derechos, aunque tengo un marido que es muy bueno, un pan de Dios, pero otras mujeres no”, describe su entusiasmo por llegar cada año a los distintos rincones del país. “Soy hija de una mamá de esas que eran esclavas de la casa, de la familia, pero yo siempre pensé que tenía los mismos derechos que los demás”, afirma. ¿Su marido? “Me acepta como soy”, cuenta mientras sonríe. Está casada desde los 14 años.

Cada año, Lucía participa del taller de Mujer Rural, que este año se llamó Mujeres y Desarrollo Rural. “Nuestro gran problema es la tierra. Los terratenientes están comprando grandes extensiones y nos acorralan a los pequeños productores. A muchos los endulzan, les dan unos pesos. Y algunos se engañan, se van a las ciudades. En poco tiempo son campesinos muertos, tienen que mendigar a los políticos. Te sacan el derecho de pensar, de ser libre. Te hacen un campesino muerto”, repite el concepto pausada, siempre con el saco sobre la cabeza.

Los talleres de Anticoncepción y Aborto son los más masivos. Este año, en la escuela Sarmiento, se desdobló en más comisiones que las aulas disponibles. Hubo grupos en las cancha de básquet y en los patios. El sábado, todo fue debate. El domingo a la mañana, unos 100 hombres fueron a provocar, y se produjeron los incidentes que esperaba buena parte de la prensa, los que dan presencia orgánica a la Iglesia en un Encuentro que la cuestiona, por su mismo espíritu, y porque muestra lo masivo del reclamo por la legalización del aborto. Al mismo tiempo, había otros 54 talleres funcionando en una veintena de escuelas. En la Belgrano funcionaron los de Estrategias para el Acceso al Aborto. Allí, en el patio sobre el que confluyen todas las aulas, el grupo Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto llevó su flamante producción, el libro Todo lo que querés saber sobre cómo hacerse un aborto con pastillas, de tapa fucsia, con un arco iris arriba y otro abajo, y caritas sonrientes dibujadas en la tapa. ¡Basta de hipocresía! ¡El silencio no es salud!, dice la contratapa, donde se ve una Barbie. “Línea Aborto: Más información, menos riesgo (011) 156-6647070”. Todo eso se lee en la portada y contraportada de la publicación de la editorial El Colectivo, ofrecida a 5 pesos con notable éxito. “Colgamos el libro el 4 de octubre en seis páginas web (una de ellas: www.abortoconpastillas.info) y al día siguiente ya estaba en 100 sitios, con más de 10 mil bajadas. Es el producto de este año de trabajo, con la información médica que relevamos para darles a las mujeres en la línea, sistematizada en lenguaje bien claro. Están todas las preguntas más frecuentes que recibimos de las mujeres, está fácil encontrar la información”, expresa Gabi Díaz Villa. Lo venden al costo, y lo presentaron el domingo al mediodía en la plaza de los Bomberos, a dos cuadras del centro.

El domingo por la tarde, en la marcha que concentró más de 30 mil mujeres, los pañuelos verdes de la Campaña por el Derecho al Aborto se diseminaron por todas las columnas, detrás de la mayoría de los carteles. El reclamo por el aborto sí es central en el Encuentro, y transversal. Lo llevan mujeres de la mayoría de las ONG, sindicatos, agrupaciones que participan. Un derecho por conquistar, una realidad lacerante porque cada día muere una mujer por aborto inseguro. Una instalación de fotos colgada en la plaza de los Bomberos, el sábado por la tarde, en el marco del festival organizado por la Campaña, daba cuenta de manera muy gráfica de esa realidad. Cada foto mostraba los pies de una mujer, en una morgue. Del dedo gordo colgaba el nombre de la víctima. Había decenas.

En la tarde del sábado, en la Escuela Nacional, también hay grupos en el patio, en las tardes tibias y soleadas del fin de semana. El edificio está en reparaciones. En una de las comisiones del taller sobre Mujeres y Familias, una participante habla del impacto de la Asignación Universal por Hijo. En otra comisión, esta sí en un aula, es la hora de repasar lo conversado durante toda la tarde, antes de dejar el debate hasta el día siguiente. “Yo quiero que mi familia cambie. La mujer es el sostén de todo, no sólo material. Si bien ha ido rompiendo los modelos, sigue habiendo sometimiento”, lee la coordinadora a modo de síntesis de lo conversado. Varias comparten sus mates. Dos de las participantes –en cada una de las comisiones de cada taller– son las secretarias, las encargadas de anotar todo lo conversado, una herramienta esencial para escribir las conclusiones, el domingo a la tarde.

Los talleres de Trabajo Sexual, Mujeres en situación de prostitución y explotación sexual y de Trata de Personas comparten la escuela, un edificio más bien chico. La enorme concurrencia al taller de trata hizo que se desdoblara en 15 comisiones, cuando se habían previsto 7. “Creemos que tiene que ver con la realidad de la provincia”, apuntó María Zaragoza, a quien le dicen Moro, una de las más jóvenes de la comisión organizadora. En esa provincia, en 2005, desapareció Fernanda Aguirre, de 13 años, secuestrada por una red de trata.

A Emma Clementi, el Encuentro de Mujeres de Córdoba, en 2007, la impulsó al activismo. “Cuando volvimos, armamos la agrupación Movimiento de Mujeres de Entre Ríos”, cuenta. Ahora está en la comisión organizadora. Su provincia es “una de las principales rutas de secuestro de chicas para explotación sexual. No hay un solo prostíbulo que no tenga habilitación municipal, que no tenga protección de algún sector del poder político. Todos tienen amparo”. Emma subraya un aspecto esencial de la trata: la pobreza. “Hay empleados estatales del Consejo del Menor que pelean con mucha fuerza, pero por decisión judicial tienen que devolver las chicas a la familia, y muchas veces fueron sus mismos parientes quienes las entregaron, por una casa de material por ejemplo, o por la promesa de casamiento, de un trabajo, de un futuro mejor”, relata. No echa la culpa a las personas que, desesperadas, se aferran a la posibilidad engañosa. “Con el avance de la soja, muchas familias quedaron expulsadas. Y las redes de trata se aprovechan de las condiciones ultrapobres de vida.” Muy crítica con el gobierno provincial, cuenta que en la provincia hay un solo condenado por trata de personas, un delito que ahora pertenece al fuero federal. Eduardo Sander, dueño del cabaret Las Mil y Una Noches, de Villaguay, debe cumplir cuatro años de prisión. En su comercio rescataron a una niña, secuestrada a los 13 años. Cuando la chica –ahora de 15– fue a declarar al juicio, en julio pasado, desmintió todo. Ante las preguntas de la fiscalía, admitió que el hermano del acusado la había amenazado de muerte. Lloró y dijo que tenía miedo. El prostíbulo jamás se cerró.

La secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar) en Rosario, pasea su felicidad por el taller de Mujer y Trabajo Sexual. La semana pasada obtuvo la guarda provisoria de Macarena, la hija de Sandra Cabrera, la dirigente sindical asesinada en enero de 2003, crimen que sigue impune. Claudia era comadre de Sandra, y quería a toda costa honrar su promesa, pero recién ahora pudo lograrlo. Es que Macarena –que tiene 15, y tenía 9 cuando mataron a su mamá– vivió durante años con su abuelo, pero hace unos días se escapó. Después de años de ocultamiento de su historia, ahora pregunta ávida por su mamá. Fue al taller. En el cierre, Macarena –es tan pero tan parecida a su madre–- cuenta: “Me gustó porque es lo que mi vieja hacía, y es una forma de escuchar sobre ella”.

En la marcha del domingo, un enorme cartel de tela, sostenido por un solo palo, tenía dibujado el contorno del rostro de Silvia Suppo, testigo clave en causas por delitos de lesa humanidad en Rafaela, una ciudad del oeste de la provincia de Santa Fe, que fue asesinada el 29 de marzo pasado. El cartel más grande era llevado por Andrés Destéfani, el hijo de Silvia. La otra hija, Marina, estuvo también en la marcha. Llevaba otra pancarta, más pequeña. Había unas cuantas de ésas, con una foto de Silvia, y el pedido de esclarecimiento del crimen. En la Justicia santafesina trabajan sobre la hipótesis de homicidio en ocasión de robo, y hay dos jóvenes detenidos. Sin embargo, un testigo de identidad protegida declaró, el mes pasado, que el crimen se había ideado en el pabellón de detenidos de lesa humanidad de la cárcel santafesina de Las Flores. Y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación ingresó en la causa como querellante. En la plaza 1º de Mayo, el domingo al mediodía, la feminista Claudia Laudano entrega una postal con la foto de Silvia Suppo. Pide difusión, que no se olvide el crimen.

Una nutrida delegación de mujeres del Sindicato Municipal de Florencio Varela copa un modesto hotel céntrico. Sus risas se escuchan a la medianoche. Están felices después de la marcha. Frente a una de las habitaciones se ve un cochecito de bebé, vacío, sobre el que apoyaron una pequeña pancarta en un palo. Está hecha de telgopor blanco, con varias cintas de colores pegadas. “Cada día muere una mujer por aborto clandestino”, dice el cartel casero.

Desde Valencia, Axia García se quedó enganchada con la transmisión en vivo de la Red Nosotras en el Mundo, radio feminista on line. “No puedo despegarme de la transmisión”, les escribió desde Europa, en la madrugada del sábado paranaense. Es el tercer año que transmiten el Encuentro en vivo. El primer día, frente a la plaza de los Bomberos, tuvieron que pedirle prestado un cable de energía eléctrica a la dueña de la heladería de la esquina. La joven se entusiasmó tanto que quería tenerlas también el domingo. Pero ese día el lugar elegido fue la plaza 1º de Mayo, la más céntrica. “Es una experiencia muy gratificante, nos encontramos con mujeres que no conocíamos personalmente, pero sí por nuestro trabajo. Nos dicen que van a pasar a cebar mates, a recitar poemas, a hablar sobre un tema en particular. Esta transmisión tiene que ver con nuestra apuesta de salir del centro de producción para multiplicar las experiencias”, dice Emilce Farías, una de las integrantes de la Red, junto a Paula Morales, Daniela García y Soledad Ceballos. “Es una forma de ponerles rostros, cuerpos, nombres a una historia. Eso hace que sigamos construyéndonos como feministas”, afirma Paula. Distintas compañeras se convierten en “corresponsales espontáneas” y le permiten a la Red Nosotros en el Mundo dar cuenta de la diversidad del Encuentro. “No tenemos cuerpos para estar en todos lados, por eso es fundamental contar con los aportes de tantas mujeres”, subraya.

El Encuentro está terminando. Bariloche será la próxima sede, por aclamación. En la puerta del parque Berduc, Rosa Mabel Altamirano ofrece la revista Barriletes, “remontando una oportunidad”, una publicación de la Red Revistas por la Inclusión Social en Argentina. De los 6 pesos del precio de tapa, 3,50 son para el vendedor. Los ojos de Rosa brillan de alegría, vendió más de 100 revistas en sólo dos días. “No sé leer ni escribir”, dice casi como una confesión. Sobre la venta, está contenta. “No sé multiplicar, pero hoy me quedan 4 y traje 56”, informa con precisión. Hasta que comenzó a trabajar en la venta de la revista, Rosa recogía lombrices para vender. Algunos días sólo juntaba un kilo, nada más que cinco pesos. “Dependía de las lombrices, si salían...” Su salud se deterioraba por la humedad, y la necesidad de estar todo el día agachada. En los días de poca cosecha, salía a cirujear. “Hacía un poco de todo”, recuerda. Ahora es diferente. “Aparte es limpio, nos enseñan muchas cosas. Estoy feliz con mi revista”, se entusiasma. Vive en San Agustín, en el barrio Las Flores, cerca del arroyo Antonico. Estuvo en el Encuentro, en la escuela en la que se habló sobre trata. No participó en el debate, pero sí escuchó. “Me quedé mirando porque me gustaban las cosas que decían. Y, de paso, probé suerte.” Se le salen los ojos de las órbitas cuando piensa que juntó más de 300 pesos. “Los chicos están re felices”, dice por sus dos hijos.

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