POLITICA
¿Un amor a prueba de derrota?
› Por Sandra Russo
Qué estrés para un embarazo estas tres semanas de suspenso. Y justo al principio, cuando las náuseas y los mareos abruman a las primerizas. Viéndola el domingo en el balcón del Hotel Presidente, cruzando los brazos y haciendo las señas de quien vino a ofrecer su corazón, mientras a su lado su marido se atravesaba con las sílabas complicadas, Cecilia, sin dejar de sonreír ni un instante –aunque con esa boquita irremediablemente fruncida– parecía disimular bastante bien el extrañamiento de su estado, en todos los sentidos que se desee aplicarle a ese concepto. Marido y mujer, él y ella, estaban domesticando el sapo de la segunda vuelta. Todo indica que se habían preparado para otra cosa. Todo indica que desde que se conocieron se estaban preparando para otra cosa.
Se han tejido y destejido versiones mejor o peor intencionadas sobre la naturaleza del lazo que los une. Pero con el correr del tiempo, puede decirse que hasta ahora han sido el uno para el otro. Ella trasladó a toda su familia con ínfulas de flamante aristocracia latinoamericana a aquel Anillaco very typical en el que celebraron, entre locro y cumbia, su casamiento. Apenas ex doncella, Cecilia se encerró con Carlos en Don Torcuato para alegrar las tardes del preso con su sola y pulcrísima presencia. Después supo hacerse el rodete para los primeros actos de campaña, antes de ser advertida de que Madonna lucía mejor en el papel, y que lo sublime suele estar a un centímetro del ridículo. Y aunque se hizo escapadas a Chile para no perderle el gusto a la presentación del Festival de Viña y al amor de su público, siguió de cerca cada paso de su legítimo, como el esclavo al amo, o viceversa.
Desde que la campaña entró en su recta final, no paró de someterse a los in vitro, buscando devolverle a Menem, aunque sea virtualmente, la metáfora de la virilidad y la potencia tan caras a las masas que buscan en sus conductores una imagen paterna firme, sólida y resistente incluso al paso de tres cuartos de siglo. Es curioso como ese embarazo en ciernes fue evaluado por sus seguidores más fieles como una prueba de que las historias de poder y sexo se imponen desde el principio de los tiempos a las historias, por ejemplo, de heroicidad o generosidad. Porque lo del poder estaba claro, pero... ¿y el sexo?
Menem y Bolocco se han prodigado mutuamente, y juntos o por separado ya hace un buen tiempo que vienen demostrando que lo suyo va en serio. Sin embargo, dejan entrever, a su pesar, una fenomenal puesta en escena de amor a prueba de edad, de cárcel, de peleas familiares, de juicios, de traspiés de todo tipo. Pero desde el domingo, Carlos Menem y Cecilia Bolocco se preparan para afrontar la prueba más grande que les tenía reservada el destino: ¿será el de ellos un amor a prueba de derrota? ¿Justo ahora que la guagua está en camino?
Cuando empezó esta relación, los medios se preguntaban si era amor o interés. Cualquier respuesta sensata debió dar cuenta de que lo primero no excluye lo segundo: el mundo está lleno de gente que se ama justamente porque se conviene. Siempre estuvo más claro qué le veía él a ella: es joven, bella, rica, ambiciosa, mundana, y maneja el falsete ideal para acompañarlo. ¿Y ella a él? Todos dijeron y dicen: poder. Hace dos años, también abundaron los testimonios sobre la imbatible seducción privada de Menem. Hubo quien dijo que en la cama era una geisha (él). Pero ahora, los desafortunados spots de la campaña lo exhibieron sencillamente viejo. Colagenado, titubeante, plastilínico, feo. Todo lo feo que puede ser un hombre intentando hacer uso político de una tragedia familiar como la que, sin estar del todo aclarada, cerró el capítulo de la vida de Junior. En el balcón, el domingo, con el sapo de la segunda vuelta haciéndole gorgojos en la garganta, Menem bordeó el exabrupto, equivocó sílabas, apeló, ya de cara a esa segunda vuelta tan temida, a la necesidad de ir a buscar a los delincuentes a sus madrigueras... justo cuando por su bunker se paseaban Matilde Menéndez, Carlos Alderete, Armando Gostanian, Carlos Rousselot, Liz Fassi Lavalle, en fin, aquel corso menemista sin ínfulas de escola do samba que supo poblar las secciones de sociales y política, una misma y tremenda cosa, durante sus dos largos mandatos. Cecilia estaba como siempre a su lado, aplaudiendo, dando esta vez sí la sensación pinochetista de estar en todo de acuerdo con su hombre.
Estas tres semanas serán de fuego para la pareja. Una inversión de hostia es la que han hecho ambos en esta carrera a la tercera presidencia. Si como todo parece indicarlo Menem queda en el camino, ahí sí se develará la incógnita que ha pretextado cartuchos enteros de impresoras: ¿es el de Cecilia Bolocco y Carlos Menem un amor verdadero? Qué suspenso.