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“Es el abrazo de una abuela. Una canción de cuna que mece los hilos de una manta. Es vísceras del recuerdo; es lo que atrae y te atrapa. Es nudo confuso, como la angustia, es textura en la piel, es cobijo. Es de todos para uno, es sumar, es atar. Es abierto, escurridizo o prensado, como el amor. El tejido: lana, pasto, cabellos, nido”, escribe Diana Campos, una de las cinco integrantes del grupo Tricoteras sobre la técnica que utilizan para intervenir espacios abiertos y generar tanto belleza como conciencia en torno del cuidado de los recursos naturales. Diana; Irene y Roxana Serra, Claudia Díaz y Mariana Brihuega, son tanto artistas plásticas como tejedoras capaces de mezclar en su trama ristras de pasto salvaje, tiras de plástico tirado por ahí, lana, cañas, hilos, envases; y también vínculos. Vínculos con lo que las rodea, vínculos con otros y otras artistas que participan de la experiencia de tender una mano hacia el paisaje con todo lo que eso implica: dar calor, proteger, entrelazarse.
Con el comienzo de febrero estará lista la próxima intervención de este grupo de mujeres. Se llama Tricot Agua Paraná y surgió a partir del vínculo que establecieron las Tricoteras con los Baqueanos del Río, una agrupación de pescadores de ese caudal de agua torrentoso que atraviesa toda la Mesopotamia hasta casi besar el mar. Con los Baqueanos del Río quisieron trabajar conjuntamente partiendo de la base de que el agua es la sustancia química esencial para la supervivencia de todas las formas de vida conocidas. La idea de esta intervención es dirigir la atención del público en torno de este recurso natural y a la responsabilidad de todos y todas en su cuidado y preservación. Un auténtico viaje al origen.
El grupo sostiene que parte de la trama que quieren llevar a cabo se expande y se enriquece con el aporte de quienes se suman al conjunto de instalaciones propuestas. Como las obras giran en torno de la estructura molecular del agua, las Tricoteras trabajarán con plantas nativas, elementos naturales del lugar, materiales reciclados y desechos como lanas, hilos, redes. Las obras evolucionarán con el tiempo hasta su biodegradación y los materiales no biodegradables, serán retirados al finalizar el encuentro. En la caja de herramientas habrá aquellas de uso colectivo: palas, rastrillos, hachas y machetes.
“Trabajar en el espacio exterior es bien particular porque implica una realización con la obra que está condicionada por los elementos que se encuentran, el terreno y el clima, y además existe otra relación con el público, que se acerca de una manera diferente, y en ocasiones, para ‘ver’ la obra, necesita recorrerla”, resume Irene, recordando la experiencia en la isla Chiloé, en Chile, donde tejieron con materiales naturales nuevas islas que parecían desprenderse de la tierra que finalmente zarparon al mar, buscando su destino.
Tricoteras viene trabajando desde el 2009 relacionando el arte y la naturaleza, poniendo manos a la obra en el lugar exacto donde dejarán su huella efímera, usando lo que hay alrededor como una manera de señalar todo lo que necesita cuidado: el espacio, los recursos, los vínculos. Cada encuentro tiene una dinámica diferente condicionada por el paisaje, las estaciones y la temática. Ahora, sobre el islote Curupí, el más cercano al borde costero a la altura de la ciudad de Paraná y soportando la corriente del río del mismo nombre, la propuesta es tejer, urdir, coser, como siempre, pero además promover visitas guiadas por esas 14 hectáreas en las que hay selvas, una pequeña laguna interior y un universo muy rico y diverso de flora y fauna que también envolverá con su trama a esos objetos extraños que las artistas propongan.
Tricot Agua Paraná. Islote Curupí, Paraná, Entre Ríos. Del 1 al 13 de febrero. tricoteras.blogspot.com/
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