Vie 25.02.2011
las12

PERFILES

Los días contados

Natascha Kampusch

› Por Flor Monfort

Tres mil noventa y seis días se despertó Natascha Kampusch bajo tierra de la bella Viena, en un barrio de chalets con perros al frente: paraíso de la gente común y sus fondos verdes donde soñar un paraíso. Cumplió 11 años y uno más e increíblemente uno más hasta llegar a los 18. Desde 1998 hasta 2006.

Como en un campo de concentración pero de un verdugo y una torturada, la vida junto a su secuestrador, Wolfgang Priklopil, se despliega en primera persona en su libro 3096 días (Aguilar), donde la joven de 23 años relata el comienzo, el durante y el ahora, zafando hábilmente del estereotipo de “niña abusada”, con una conciencia plena del paquete que hacen los medios aun en casos tan particulares como el suyo con palabras clave como “síndrome de Estocolmo”, “abuso sexual” y “trauma de por vida” por nombrar sólo algunas de las que se multiplican en la prensa austríaca post aparición.

Ya en su primera entrevista con la televisión, con una lucidez impresionante, Natascha pidió que no banalizaran su historia reduciéndola a su nombre de pila: “el caso Natascha” podría ser como tantos otros, como “el caso Maddy” (por citar la desaparición de una niña sobre la que nunca más se ha sabido nada) y abrir esa especie de túnel fantasioso en el que se instala una bruma, que el paso del tiempo ayuda a fijar y finalmente termina recortada a una foto. Tanto en el libro como en sus presentaciones públicas, insiste Natascha en el término autoliberación, para resaltar que fue ella la que salió del infierno y no la policía que la rescatara; ellos, aun investigando a Priklopil, decidieron liberarlo y creer en su versión de inocencia. Mientras tanto, Natascha estaba ahí, primero bajo tierra, después en el living, limpiando, más tarde circulando por la casa y el jardín, un día, en la furgoneta en la que fue secuestrada, en plena calle y bajo la luz del día. La carta robada con nombre y apellido.

Fue juzgada por sus declaraciones sobre la relación con el secuestrador. “Volvé al sótano si tanto te gustaba”, le escribieron anónimos comentarios en la web. Ella dijo que lo perdonaba, que no le guardaba rencor porque hacerlo mantenía el lazo con el monstruo pero explicaba también que durante ocho años él fue su familia, que la convenció que afuera ya no la buscaban. Natascha no dijo todo esto de manera lastimosa. No lloró en público, no tuvo ataques de nervios. Incluso aclaró “los abusos no fueron graves”. Cuenta Natascha que Priklopil quería acurrucarse junto a ella, bañarla, crear una intimidad con sus propias reglas (humillarla, pegarle, pedirle perdón, dormir abrazados), un ciclo conocido de la violencia de género que acá se deforma bajo la lente exagerada del secuestro de una niña, del éxito de una empresa imposible, pero que no deja de reproducir un esquema que vemos todos los días. “Si te vas me suicido”, le dijo tantas veces y así fue.

“Con mi cuerpo no me siento nada bien. Me gustaría ser un poco más grande, fuerte, masculina. Como hombre se tienen menos problemas físicos... y se pueden hacer más cosas.” Por declaraciones como ésta, además, le dicen asexual, lesbiana, “que no te agarre un Priklopil porque te cierra el sexo para siempre”. Como hombre, a Natascha nunca la hubieran mantenido prisionera. Quiere filmar una película, tener un programa de televisión, las ganancias de algunas de sus entrevistas fueron destinadas a organizaciones de mujeres. Lejos del suicidio y el trastorno mental, admite que va a terapia todos los días, que sueña y recuerda, pero también que mira para adelante.

Tramitó frente al Estado austríaco la adjudicación de la casa donde estuvo cautiva para no convertirla en carne de cañón para curiosos. Parque de diversiones de terror, si en Bergen-Belsen la gente se saca fotos haciéndose cuernitos, no quería Natascha permitir la visita guiada por el sótano de 2 x 1 donde vivió durante 8 años. La casa será derribada.

Imposible no querer mirarla, escucharla hablar, qué dice y cómo lo hace alguien que perdió su infancia y adolescencia en los muros de un lunático, Natascha también es rechazada, no tiene la simpatía del público de su país. “El ser humano es capaz de todo. Ahora tengo mucha prevención a la hora de entrar en contacto con los demás. Eso me dificulta mucho todo. Uno nace y enseguida empieza la socialización. En Europa tenemos una cultura y eso es lo que a mí me falta. Eso de adaptarse a los demás, de no decir determinadas cosas, todo eso que se aprende en la juventud. Sé que me faltan capacidades, sobre todo relacionadas con la comunicación y la socialización”, dijo la semana pasada en la presentación de su libro en Madrid.

Con tropiezos, buscando su camino y haciéndolo público, dice sin decirlo que la vida era más simple cuando sólo se piensa en llegar al final del día. Insoportable para muchos, Natascha es una sobreviviente no tan diferente de todas las demás.

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