No hay suficientes personas en el mundo preocupadas y ocupadas por la trata, por eso avanza y se levanta como una de las industrias más rentables del mercado global. Tampoco hay hombres dispuestos a cuestionarse su “consumo de sexo” y el lugar que ocupan en esta tragedia mundial. La periodista mexicana Lydia Cacho, que recorrió diferentes puntos clave de compra y venta de mujeres en el mundo, desentraña en Las esclavas del poder editado por Debate cada uno de los engranajes y actores de este crimen organizado. Saber de qué hablamos cuando hablamos de trata puede ser un punto fundamental para erradicarla de este mundo.
› Por Liliana Viola
Ocho países figuran en el índice de este libro recién publicado en la Argentina, como una hoja de ruta: Turquía, Israel, Palestina, Japón, Camboya, Birmania, México. Ocho destinos marcados por su posición estratégica en el rapto, compraventa y abuso sexual de mujeres. Especie de vuelta al mundo, o mejor dicho, dar vuelta el mundo, patas arriba, para que en esa posición incómoda y patética caiga uno de los más grandes negocios del siglo XXI: la esclavitud. Abolida el siglo pasado con su correspondiente liberación de la conciencias, resucita en books, páginas vip, empresas de acompañantes y aporta la misma calma a quienes prefieren pensar que “algo habrán querido”. Sí, falta un país en la lista de arriba: Argentina está entre los ocho puntos clave y juega un lugar protagónico en el capítulo donde se desenmascara la conexión política con los clubes nocturnos de Cancún.
Lydia Cacho, la periodista mexicana autora de Las esclavas del poder, se sube y se baja de aviones, recorre calles, barcitos de mala y también de exclusivísima muerte donde se entrevista con personas abyectas, con víctimas, con informantes, con aislados héroes y mártires (asesinan a un periodista durante la investigación de este libro) que rescatan y sanan, que luchan contra un monstruo sin cabeza. No, esto último hay que rectificarlo cuanto antes, no es un error menor ni inocuo. No hay monstruo sin cabeza sino crimen organizado, negocio rentable con una mercancía que, trabajando tan sólo dos años gratis, a veces a los golpes y drogadas pero la mayoría de las veces convencidas de que están en deuda con quienes les pagaron el pasaje, se quedaron con sus documentos en un país extraño y antes les prometieron un trabajo de mucamas, de mozas o de modelos, genera una ganancia incomparable. Y nunca son sólo dos años gratis. Al proxeneta con el pucho en la boca y parado sobre un farol, a la madama venida a menos y a la propia madre que vende a sus crías, habrá que agregarles unos personajes menos pintorescos: altos funcionarios, jueces, banqueros, policías, sicarios, embajadores y ministros de asuntos exteriores que emiten pasaportes auténticos con información falsa, y hombres comunes con sus nombres y apellidos. Lydia Cacho los nombra a todos. “Unos crean el mercado de la esclavitud, otros lo protegen, lo promueven, lo alimentan y otros más renuevan la demanda de materia prima.” La materia prima se va recolectando en diversos países, cada uno con su cultura, sus creencias y sus prejuicios, todo vale. Por ejemplo, en Turquía, donde en los 5 últimos años fueron traficadas 200.000 mujeres, donde el 50 por ciento de las emigrantes termina en prostitución y es record la prostitución de transexuales, las mujeres para salir de sus casas deben llevar velo y la transexualidad se considera un pecado. Hay prostitución legal, sin embargo la clandestina es infinitamente mayor. El negocio de la esclavitud necesita de la prostitución lícita para que resulte más complejo decidir cuál es cuál. Las calles de Turquía están muy visitadas por noruegos y suecos, en cuyo país la prostitución está prohibida; aquí además nadie los reconoce.
Si algo fundamental consigue este libro, a medida que revela el teatro de operaciones, es quitarle el pánico moral que la trata de personas viene cargando desde que se habla de ella. No hay melodrama. No queda lugar para el grito de espanto ni para la pregunta desconfiada sobre cómo es que estas chicas no logran escapar, ambas interjecciones de la agenda progresista tan funcionales a la agenda negra. Aquí las putas, las natashas, las geishas son esclavas aunque se llamen escort service: “Mientras usted lee este libro puede entrar en la página zonadivas.com y contratar a una mujer de esos países. ¿Cómo sabe un cliente que esa mujer está allí por propia voluntad o es esclava de un red de tratantes que la controlan por deudas impagables, amenazas y aislamiento?”, advierte la autora. Los clientes tienen voz y “las prefieren sumisas y cariñosas, que no parezcan putas”, mientras los empresarios se ocupan de asegurarle la salud al que paga: “Los tratantes inyectan antibióticos una vez al mes a las prostitutas para proteger a los clientes que en general se niegan a usar condón. Costumbre que genera un problema de salud tremendo para ellas, pues las hace resistentes a los medicamentos más potentes”. La trata de personas, documentada en 175 naciones, demuestra las debilidades del capitalismo global y la disparidad provocada por las reglas económicas de los países más poderosos, pero sobre todo revela la normalización de la crueldad humana y los procesos culturales que la fortalecieron.
En 2005 L. Cacho fue encarcelada y torturada a raíz de su libro Los demonios del edén: el poder que protege a la pornografía infantil, donde denunciaba un negocio de poderosos que no está en absoluto alejado de éste. Ante la pregunta sobre cómo se salvó y cómo se le ocurre seguir, ella reconoce que “lo fundamental fue que soy muy realista, nunca he subestimado una amenaza de muerte y siempre he pedido ayuda. Antes de que me detuvieran al equipo de mi oficina y a mi pareja les hice saber que si algo me sucedía debían llamar a una serie de personas, hicimos una lista que incluía a gente de la ONU con quienes he trabajado, de Amnistía Internacional, etc. Paralelamente mis colegas de medios fueron absolutamente solidarios y no cejaron en su esfuerzo hasta asegurarse de que llegara con vida al día siguiente de que fui levantada y torturada por la policía”.
–Intentaron sobornarme antes de mi arresto, luego yo fui tan clara públicamente que nunca sucedió. Lo que sí es que no he dejado de recibir amenazas desde que publiqué Las esclavas del poder, particularmente de las mafias extranjeras en México. Recientemente me han dicho que el argentino ex oficial de la SIDE (de 1974 a 1987) Raúl Martins y su nuevo socio Gabriel Conde (que ahora vive en Cancún), que reabrieron un nuevo prostíbulo de lujo allí, por cierto de manera ilegal, han dicho que van a deshacerse de mí. Creo que lo más peligroso para ellos es que mi trabajo periodístico en algunos casos ha logrado despertar el interés de autoridades para volver a mirar casos que daban por perdidos. Unos amigos periodistas que fueron al nuevo club nocturno de Martins me dijeron que aseguró que si yo me “meto con él en Argentina, la voy a pagar con la vida”. Así que me recomendaron que no publicara en Argentina y que no fuera, porque la mafia que él controla en su país es muy poderosa.
–Aunque la trata de mujeres (ya no se dice de blancas porque ahora son de todas las razas) es un fenómeno antiguo, lo que decimos es que se ha potenciado a nivel comercial como nunca en la historia. La mecánica de la trata sexual ha cambiado porque abreva del movimiento feminista. Antes a las mujeres se las esclavizaba haciéndolas adictas al opio, la heroína o la marihuana y el alcohol. Ahora se les entrena con pornografía, se les inculcan los valores sexistas que promueven la prostitución como única salida válida para ciertos grupos socioeconómicos y raciales. Los tratantes se han montado en la ola de la libertad sexual y han logrado construir un discurso posmoderno, con la desgraciada ayuda de algunos intelectuales y feministas, en el que la esclavitud es supuestamente una opción.
–A diferencia de la era de esclavitud africana, en que se daba por cierto que las y los negros carecían de derechos, en el siglo XX se construyó un discurso que dice que las mujeres eligen la esclavitud y la asumen como una herramienta de desarrollo económico. Lo cierto es que ninguna de esas académicas y feministas vive de la prostitución forzada, sino de alentarla y justificarla, creando una gran confusión y descalificando a quienes la cuestionamos. Para mí este no es un asunto de moral sino de ética pública, si hubiera equidad real y opciones educativas y económicas millones de mujeres no estarían en condiciones de prostitución sino con una vida sexual y erótica plena y libre.
–Yo soy feminista, desde niña lo tengo claro. No fue el feminismo el responsable de que hoy en día la trata sexual sea un flagelo mundial, fue la ausencia de participación masculina en el movimiento por la igualdad lo que generó mayor desigualdad (ese es el boomerang del feminismo). Me explico: los logros del feminismo son monumentales en todos los ámbitos y casi todos los países, sin embargo aunque millones de hombres coinciden con los principios feministas de equidad, trabajos iguales salarios iguales, no violencia, etcétera, lo hacen como individuos, no como grupo social. Basta ver lo raquíticos que son los movimientos para la creación de nuevas masculinidades en el mundo, que se enfrentan al machismo puro y duro de una manera impresionante. Los hombres son los grandes ausentes en esta transformación global, como individuos pueden ser muy equitativos, pero pocos están dispuestos a dar la batalla diaria para defender y construir una nueva forma de ser hombres, consideran que cambiar como individuo es suficiente. Luego están los millones que no sólo no cambiaron, sino que están furiosos con los principios de equidad de las mujeres y que buscan revertir esos cambios exigiendo mujeres jóvenes, obedientes, capaces de reproducir el paradigma de hembra solícita que ellos conocen y que los hace sentir seguros en su masculinidad machista.
–A principios de la primera década de este siglo comenzaron a surgir libros, series de televisión y reportajes escritos sobre la esclavitud de las mujeres y las técnicas para trasladarlas. El periodista Víctor Malarek reveló pruebas claras en su libro Las Natashas tristes, esclavas sexuales del siglo XXI, donde explicó con detalle las estrategias de traficantes y tratantes que llevaban mujeres de Rusia y países aledaños a Estados Unidos. Fue entonces cuando los tratantes de todo el mundo, que funcionan en redes de protección interconectadas, cambiaron sus técnicas. Entendieron que debían subirse a la ola de la modernización y empezaron a repetir el mismo discurso de académicos y feministas que defendían el trabajo sexual como la liberación de la sexualidad femenina en la economía capitalista. Ya no había que drogarlas, golpearlas ni mantenerlas profundamente atemorizadas, sólo había que fortalecer la cultura del sexismo, maquillada de sofisticación. Y así son los métodos que hoy se emplean para someter.
–La prostitución es un producto cultural. Siglos atrás, cuando a las mujeres se les consideraba seres inferiores y sin derechos, el patriarcado estipuló que el placer sexual es eminentemente masculino y que la obligación de proveerlo es eminentemente femenina. Así heredamos esta visión arcaica de que los hombres son como animales incapaces de controlar su libido (yo no creo que lo sean) y que las mujeres son a la vez provocadoras de esa libido incontrolable y corresponsables de la violencia que reciben a raíz de esa supuesta incapacidad masculina para controlarse. Lo cierto es que la cultura ha asimilado la violencia sexual como algo inevitable y tanto hombres como mujeres de todo el mundo justifican diariamente la existencia de esclavas sexuales como un método para evitar que las “mujeres buenas y decentes” sean violadas. En ese contexto la prostitución nace como un producto comercial en que las mujeres y niñas están a la venta para facilitar la vida de los hombres.
–Hombres y mujeres somos a la vez víctimas y reproductores de esos paradigmas. La prostitución nace como una estrategia de sometimiento y esclavitud de las mujeres, luego se glamoriza para convertirla en un supuesto oficio en el que para tener poder debés a tu vez explotar a otras mujeres y niñas. Es un sistema de esclavitud perfecto porque su discurso alega que las mujeres tienen la voluntad de ser objetos de placer a voluntad de un tercero. No me extraña nada la actitud masculina, los hombres son también víctimas de estos valores culturales; lo que me extraña es que no seamos capaces de rebasar el viejo discurso de que la prostitución es un acto de libertad sexual, cuando millones de personas son víctimas de ese discurso mientras unas cuantas viven de él. La verdadera libertad sexual y erótica es que nadie se vea forzado a nada y que los hombres aprendan a relacionarse eróticamente desde la equidad, no desde la desigualdad.
En las casas donde se hospedan las víctimas la pornografía, las películas eróticas se emplean para crear una cultura de aceptación y normalización de la explotación. Los tratantes convencen a las mujeres de que el sueño de ser estrellas porno es de ellas y que además es realizable. La autora da cuenta de casos tan bizarros en los que un joven amable y supuestamente enamoradizo es contratado para hacer el papel de héroe romántico que mantiene a varias chicas en simultáneo con la ilusión de que las liberará por amor. Esclavas del poder consigue derribar algunos supuestos. Uno de ellos, el de que las chicas y mujeres quedan tan marcadas que no pueden hablar. Por el contrario, las entrevistadas para este trabajo recuerdan con claridad asombrosa los rostros, las palabras y las acciones de quienes las raptaron y quienes las compraron, así como los lugares y los funcionarios que intervinieron. No hay mucha gente dispuesta a tomarles declaración ni a tomarlas en serio. El monstruo con cabeza las ha convertido en las otras, las que ahora están para eso.
Tailandia, Camboya y Japón son los tres países asiáticos donde más se consume la prostitución: el 70 por ciento de los hombres pagan por sexo. Tailandia, a pesar de sus leyes contra la trata y la prostitución forzada, recibe 5,1 millones de turistas sexuales al año, y según Ecpat entre 450.000 y 500.000 hombres locales pagan por tener sexo con adultas y menores de edad. En Europa, España encabeza la lista de países consumidores de prostitución. En México, los centros turísticos como Cancún, Playa del Carmen y Acapulco reciben cada vez más visitantes norteamericanos y canadienses en busca de sexo con mujeres jóvenes, dóciles y obedientes, como pude comprobar en una de mis noches de investigación en los centros nocturnos de Cancún.
Las colombianas, mexicanas y rusas que entrevisté en Japón y se prostituyen en las calles, esclavizadas por deudas millonarias con la mafia yakuza, tienen cuatro clientes en noches malas, seis en las regulares y hasta catorce en las mejores. Una joven colombiana sacó de su bolso una libreta pequeña con un diseño de Hello Kitty en la que apuntaba cuántos clientes había tenido cada noche durante los once meses que llevaba en Tokio. Ansiaba pagar su deuda de 15 mil dólares a su tratante, quien la compró a través de una red internacional y la hizo traer desde Medellín. Sólo entonces al pagar su deuda podía comenzar a juntar dinero para volver a casa. En el tiempo que llevaba como prostituta forzada había tenido sexo con 1320 hombres. Las niñas de diez años, rescatadas de Pataya, Tailandia, me narraron que tenían seis o siete clientes de yum yum (sexo oral) todos los días al año. La joven de diecisiete años que huyó de sus tratantes en Ciudad Juárez tenía hasta 20 clientes al día, dos terceras partes nacionales y una tercera parte norteamericanos. Había sido forzada a tener sexo 6750 veces, y sólo el 10 por ciento eran clientes cautivos.
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