[IN CORPORE]
› Por Judith Altman *
La problemática del exceso de peso corporal y el creciente incremento de la obesidad son una patología de orden psicosocial, en el que influyen una amplia diversidad de factores: hábitos alimentarios y sedentarismo, disposición genética, cambio de ritos culturales respecto de la comida como evento social y familiar, aumento de la angustia y efectos discriminatorios que esta situación trae.
La tendencia compulsiva a llenarse de comida (o con comida) expresa un desequilibrio no sólo a nivel calórico, sino que representa la consecuencia de un vacío imposible de llenar, algunas veces ligado a la angustia, otras a un vacío existencial, pero en toda ocasión (y cuando son descartados los factores hereditarios y fisiológicos) a un estado de dificultad en expresar malestar de vida.
Tanto en un caso como en el otro inciden las tendencias sociales. En el exceso de ingesta, la exigencia de consumo; en el déficit, anorexias, la distorsión de la imagen corporal y la exigencia de una delgadez extrema como modelo femenino. En el mucho o poco comer debemos incluir como causas etiológicas las dificultades de contención de la red familiar y de los vínculos primarios. En una palabra, ambos cuadros expresan, en los casos extremos, factores que traspasan el alimento y su calidad. Decidir cerrar la boca para alimentarse como decidir no cerrarla son acontecimientos que incluyen la dimensión emocional.
Lo preocupante es la precocidad con la que se presentan estos cuadros, en niños cada vez más pequeños. En el caso de las anorexias, especialmente en las niñas, asistimos a situaciones de rechazo al alimento. En el caso de las chicas púberes, inician un camino, muchas veces sin retorno, que implica adaptarse a no comer frente a la demanda social de no engordar. Por esta razón, se adaptan a un modo de vida de apenas un poco de alimento. En la adolescencia se suma el gimnasio y sabemos que esta combinación (rechazo al alimento y exceso desregulado de actividad física) genera un cóctel letal.
Al igual que el sobrepeso, la anorexia, trae consecuencias a nivel del riesgo de vida que hay que atender. Es importante diferenciar y ordenar cada situación: la contracara de la obesidad no es la abstinencia a comer. Que una niña quiera estar flaca para agradar y que ponga en riesgo su vida no es menos peligroso que el exceso de ingesta. En ambas situaciones hay que recurrir a ayuda y, por sobre todas las cosas, los padres deben ser los reguladores de las ingestas: atender los hábitos de los hijos, tomar nota de la tendencia que van eligiendo, hablar con ellos y derribar mitos sociales, restituir la reunión familiar, aun en caso de familias monoparentales, devolver al acto de comer con otros para revalorizar el valor vital y social que este encuentro incluye.
* Docente, psicoanalista y directora general de la Fundación Espacio Redes, de Atención Integral en Salud Mental, Niñez, Adolescencia y Familia.
Más información: www.espacioredes.com.ar
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