› Por Moira Soto
Si La novicia rebelde, entre otras vertientes temáticas, roza el cuento de hadas, la elección para el rol principal de esta comedia musical y el milagroso rendimiento de Laura Conforte –Amantes odiosas, Rent– también se puede asociar con esa buena estrella que –luego de superar pruebas– dispensa dicha total a las heroínas de los clásicos relatos de infancia.
–Plenamente feliz, sí. Porque ésta es una comedia musical que gusta a todos los públicos de todas las edades, y nadie puede negarle su altísima calidad en todos los rubros, tanto en la trama como en las letras de las canciones y en la inspirada música.
–Tremendamente, re fanática mi vieja, casi más que yo... Es que esta obra convoca a tres generaciones: la de los niños actuales, los padres, los abuelos. ¿Quién no vio la película en el cine, en el video, en DVD? ¿Quién no escuchó el disco, no canta o tararea de memoria algunos de sus temas? Entra en el target de los megaclásicos que se comunican directamente con el corazón de la gente, cubriendo toda la gama de emociones. A la salida, la gente, muy sonriente y contenta, me dice: “Ay, lo que me hiciste llorar”...
–Fueron muchos días de angustia y de preguntarme: “Ay, Dios, ¿estaré a la altura?”. Pero afortunadamente fui conociendo al director Jonathan Butterell, entrando en confianza. Trabajar con gente que no conocés, con otra manera de ser distinta a la nuestra, no te facilita el camino al principio. Pero ahora te puedo decir que el director es un bombón, lo amo, nos escribimos día por medio desde que se volvió a Londres. Un tipo especial, de suma exigencia, que sabe lo que quiere. Aprendí muchísimo con él.
–Más allá del nivel de talento de todos sus integrantes, que es muy grande, en el trato humano el apoyo ha sido muy generoso. En los momentos arduos, ellos percibieron mi estado por más que yo tratara de hacer creer que andaba todo bien, y su actitud fue de gran apoyo. Se los agradezco cada vez que puedo.
–Sí, también dice mucho sobre la esperanza. Maria siempre tiene una visión positiva y valiente frente a la adversidad, toma iniciativas. No es para nada ingenua, no necesita dar discursos de política: ella hace, actúa de acuerdo con su conciencia. Es la que resuelve frente a la amenaza nazi: “Agarramos los petates y nos vamos”.
–Ella es medio torbellino, yo también. Aunque no tan positiva como Maria, me considero una persona alegre, en general. Y algo más que veía en mí Ana Moll, la productora artística: siempre me decía que yo tenía algo del sin filtro que caracteriza a Maria, que es siempre tan transparente... Por supuesto que tenemos diferencias; ahí debí componer. Por ejemplo, soy nostálgica, de sufrir un poco. El director me hizo correr de ese lugar, me insistía: “Maria no sufre. Ella perdió a sus padres a los 5 años y no se autocompadece, la superiora la manda a trabajar fuera del convento y ella acepta buenamente. ¿Hay que huir y cerraron la frontera? Subamos la montaña. Ella va siempre para delante”.
–Porque lo hace por el lado de la espiritualidad: la obra es luminosa en ese sentido y yo estoy totalmente consagrada, únicamente abocada a este trabajo. Voy temprano al teatro, hago mis ejercicios de yoga, concentración, medito, vocalizo, duermo mucho. Lo decidí así: dejar todo lo que venía haciendo para rendir mejor y disfrutar de este momentazo único. Es un rol enorme, no lo podía tomar como un laburo más. Los actores, los cantantes siempre esperan pegar un golazo, que a veces no llega nunca porque no hay tantos proyectos. ¿Cómo no voy a valorar y agradecer cada día esta oportunidad? Sin ponerme mística, siento que es una especie de bendición.
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