DIEZ PREGUNTAS
—¡Qué no nos pasa! Influye en absolutamente toda nuestra existencia, nuestros estados de ánimo y más allá, en la naturaleza misma de las cosas, en las mareas. Me considero una de las tantas adoratrices de la luna.
—Porque creo en lo que hago. El jazz me apasiona y quiero compartirlo con la gente, que llegue a todos los rincones del país. No me importa que en la Argentina no sea tan popular como el tango o el folklore. Hasta mi guitarrista, Samy Mielgo, que viene del folklore, en su CD compuso un tema que se llama “Basta de fingir”. ¡Comienza como un valsesito y termina tirando la chancleta y haciendo una jam session de aquéllas!
—Al ser música independiente, tengo todo el control artístico y puedo darme el lujo de elegir lo que realmente me gusta. Los temas incluidos en Noches... marcaron profundamente mi vida en algún momento. Por supuesto que con la dirección artística de Samy, el compacto tiene un hilo conductor, que en su esencia sigue siendo el jazz.
—Somos pocas, es verdad. Es más fácil para aquellas cantantes que deciden salir con una formación chica, a dúo con guitarra, o en trío con piano y contrabajo. Encima, a mí se me ocurrió salir con una banda entera, nueve en el escenario... Es difícil de sostener en el tiempo, en especial si no tenés infraestructura para poder hacerlo. Capaz que Ligia Piro tiene más contactos por su madre, capaz que no, y yo estoy equivocada. Los jazzeros somos considerados sapos raros, de otro pozo.
—Ella Fitzgerald, Sara Vaughan, Rickie Lee Jones, Joni Mitchell, Patti Cathcart, de Tuck & Patti.
—¡Sacar la guitarra y hacer un medley con los dos! Con Dean, cantar a dúo “You Belong to me” hasta hacerme llorar, y con Peggy hacer una versión sensual de “Fever”.
—No hay peor cosa que alguien que cante en inglés o en portugués mal pronunciados. ¿Será miedo a eso? No lo sé. Lo que sé es que soy muy hincha con la pronunciación, con la dicción. Me imagino que ésa será una razón válida para que muchas no se animen.
—Me ayudó mucho a afinar el oído y a ser muy crítica en el momento de la edición y masterización de mis dos discos. Carlos Laurenz fue mi jefe en el estudio Mixed Impressions, en Manhattan, y lo convoqué para la masterización en las dos oportunidades. Si tengo un oído fino, es en parte gracias a lo que aprendí de Carlos y de Julian Mac Browne, mi mentor en la New School.
—Y, sí. Según dicen, ¡así los enamoro! En especial cuando les canto “Making Whoopee”.
—Cuando fuimos al Festival de Jazz de La Pedrera, hace unos años, con Samy. El festival está organizado por músicos de la Jazz Band de Montevideo y también asistieron músicos brasileños. Hicimos “Take Five”... ¡que no podíamos parar de tocarla y fue eterna! El otro momento fue al final del primer show del Velma Café, en septiembre del año pasado. La gente seguía aplaudiendo y nosotros estábamos detrás, entre bambalinas, abrazándonos. Uno de los músicos invitados dijo eufórico: “¿Vieron? ¡Así tendrían que sonar siempre las bandas!”. Y entonces me dije: “Misión cumplida”.
Charlotte (Carlota De Micheli) es cantante, intérprete de un afinado repertorio de standards de jazz y bossa nova. Nacida en Buenos Aires, inició su carrera artística a principios de los ‘90 en Indigo Jazz & Blues, una banda que formó con el guitarrista Patricio Pagani. En 1994 se radicó en Nueva York, donde estudió ingeniería en sonido en la New School of NYC y trabajó como asistente de sonido en el estudio de grabación Mixed Impressions, de Manhattan. El regreso a Buenos Aires ocurrió diez años después para retomar su carrera artística y componer sus álbumes Charlotte (2007) y Noches de luna llena (2010).
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