ENTREVISTA
Una lesbiana súper femme se come la pantalla de la tele cada día de la semana cuando se aproxima la medianoche. Se trata de Greta Sáenz Valiente, una abogada sin escrúpulos capaz de llorar como una niña cuando el dinero que acumula del modo que sea está en riesgo de menguar. A ese personaje, Mónica Antonópulos le pone el cuerpo y unos ojos que encandilan en El elegido, un culebrón que tiene todo lo necesario para generar adicción.
› Por Moira Soto
Entre los personajes más atractivos y enigmáticos de la novela El elegido está ella, Greta Sáenz Valiente: una bitch inteligente y determinada, una trepadora seductora y fatal que –los tiempos cambian– no es heterosexual como en el noir clásico, pero igualmente puede causar la perdición de más de un varón que se interponga en la ruta de sus insaciables anhelos de poder y dinero. Greta no es la lesbiana oficial de la tira firmada por Adriana Lorenzón y Gustavo Belatti, interpretada por Pablo Echarri, Paola Krum, Leticia Bredice, Lito Cruz, Jorge Suárez, Luciano Cáceres y Daniel Fanego, entre otros/as. Greta, actuada con mucho acierto por Mónica Antonópulos, representa en todo caso a una mujer glamorosa, ambiciosa, con la dureza necesaria para avanzar en ese universo masculino y mayoritariamente machista. Es decir, el importante estudio de abogados regido por Oscar Nevares Sosa.
El elegido es una tira que se destaca netamente por su calidad de diseño artístico y realización, amén de proponer una temática abierta a temas de interés social como la situación de los indígenas despojados y explotados, el abuso infantil, el autismo, los abortos clandestinos (de refilón todavía y sin tomar posición). Pero el eje del relato central está dado por los movimientos de dos logias masónicas opuestas –encarnando el Bien y el Mal, claro– de una sociedad secreta (que actualmente en nuestro país prefiere denominarse discreta) muy estigmatizada por la Iglesia Católica, aun en épocas recientes (en 1983, el actual papa Ratzinger reafirmó una declaración doctrinaria condenatoria), debido al relativismo en materia religiosa que sostiene. Las mujeres empezaron a ingresar en algunas logias a fines del XIX: en Francia descolló Maria Deraismes (1828-1894), de educación refinada, militante feminista que entró en una logia y que fundó con Leon Richter la Société pour l’Amélioration de la Sort des Femmes. Maria, empeñada en la lucha por la separación de la Iglesia y el Estado, terminó por fundar su propia logia mixta.
Por el momento, en la ficción de El elegido, Greta Sáenz Valiente está en plan de ingresar en la orden que lidera el villanísimo Oscar Nevares Sosa. Su intérprete, Mónica Antonópulos, se apasiona hablando de este personaje, que es la antítesis del que le tocó hace tres años en otra novela de Telefe, Vidas robadas. Con ese apellido, y ese perfil de doncella esculpida en algún templo helénico, no es de sorprender que la actriz tenga entre sus ancestros un bisabuelo paterno griego, “del Peloponeso, marinero él, con mujeres en cada puerto, o sirenas, no tenemos el dato seguro... Pero por el lado familiar no me llega mucha cultura griega. En la universidad anduve probando en distintas carreras y cuando me detuve en Filosofía, empecé a acercarme a la Antigua Grecia, su historia, el teatro, el pensamiento. Pero salí de esa carrera y ya no les dediqué suficiente tiempo a esos temas. Una cuenta pendiente más... De todos modos, en mi familia circula lo griego por la sangre, sin duda: todo el tiempo hay tragedia y comedia, siempre con ese tinte temperamental también ligado al sur italiano. Justo ahora estoy viendo en la escuela de Raúl Serrano el teatro argentino con influencias tanas, me reencuentro con esas raíces”.
–Parece que fue cuando estaba haciendo El ojo cítrico, hace 5, 6 años. Había dejado de trabajar en una empresa de electrodomésticos que cerró, echaron a la gente y según me contó una compañera cuando la reencontré tiempo después, yo dije entonces que quería estudiar para ser actriz. Empecé con Ana María Colombo cuando estaba en la facultad, pero sin hacerme cargo de la idea de trabajar en esto. Hacía cosas para llegar a ser actriz, pero con una actitud casual, diciendo que era como una forma de terapia. Supongo que se trataba de una manera de protegerme por si no funcionaba. Estuve un año con Colombo, otro con Norman Briski. Luego con Helena Tritek, ahí fue más coacheo. Y ahora estudio en la escuela de Serrano, ya en el último año. Sin duda, es un esfuerzo grande estudiar al mismo tiempo que trabajás en la televisión por los horarios, el desgaste que implica. Pero el aprendizaje está buenísimo: te ayuda a limpiarte los tics, los vicios que se pueden pegar, a estar más atenta. También reconozco que debo superar ciertas pruebas; por ejemplo, al armarse un grupo nuevo, me inquieta un poco que en los alumnos pueda aparecer el prejuicio de “a ver qué hace la chica de la tele...”, cuando realmente querés ser una más, estudiar y disfrutar. Cuestiones mías que trato de superar.
–No exactamente, aunque estar en una novela en horario central fija nombre. En esa tira, el protagónico lo tenían el tema, la historias de Soledad Silveyra y Facundo Arana. Mi personaje, Ana, era el de una chica sumisa, bastante ingenua. Sin duda, tenía interés la relación con mi padre, Jorge Marrale. Fue un gran entrenamiento trabajar con ese elenco, poder observar el trabajo de estas bestias, alimento puro para mí.
–Cuando empecé a trabajar, no lo sentí así. Pero al emitirse la novela, algunos periodistas pusieron el acento allí: el primer título fue “De Playboy a Vidas robadas”, como si no hubiese hecho otras cosas aparte de esas fotos, como si me lo echaran en cara. Comenzó a molestarme ese preconcepto que intenta condicionarte, etiquetarte. Ya bastante laburo tiene una cuando intenta avanzar, cambiar, hacerse cargo de otras mochilas, para tener encima que estar rindiéndoles cuentas a quienes se quedaron con una imagen anterior.
–No sabía nada y me importó muchísimo enterarme, me sumó un compromiso. Hace tres domingos se recordaron los 9 años de la desaparición de Marita Verón y estuve en Tucumán. Me dolió volver a ver a Susana Trimarco, pero tuvo su parte gratificante conocer el hogar que ahora tiene para las chicas recuperadas, con un sector de maternidad y cursos de capacitación. Creo que el saldo que dejó esa tira es positivo. Personalmente, estoy para lo que llamen, para apoyar desde donde pueda.
–Sí, divino personaje que aun no se llamaba Greta sino Claudia. Aparece en un café, con Martín Seefeld hablándome de este rol, presentándome a Gustavo Marra, que aún estaba en la producción y que había pensado en mí para el papel. Cuando comienzan a contármelo, las piernas se me van enroscando de una manera incontrolable, ya lo estaba actuando. Es algo que me suele pasar cuando leo algo que me gusta para hacer, me voy viendo en los gestos, en el vestuario del personaje. Y a la vez que me iba posesionando, me decía a mí misma: “¡Mónica, pará un poquito! Se van a dar cuenta de que estás regalada”. En ese momento también estaba Entre las cuerdas como posible proyecto, me interesaba la idea, el poder trabajar con actores que me gustan mucho. Martín y Gustavo sabían que tenía esta propuesta para un protagónico y que lo que ellos me ofrecían era un secundario. Pero yo ya estaba decidida: me había enamorado del personaje.
–Me atrajo que fuera una mujer de carácter, que se moviera en un ambiente de hombres y fuera tan ambiciosa, que tuviera ese goce en acumular dinero y poder. Greta es mezquina hasta en el amor: exige, pero a la hora de dar, no se entrega en la misma medida. Tremendamente calculadora en todos los planos. Conocí de entrada su condición de lesbiana que ella ha decidido ocultar por conveniencia, porque le puede jugar en contra respecto de sus aspiraciones. Te diría que ella actúa de Greta todo el tiempo, no se relaja nunca. Me pareció un desafío difícil. Mi único temor, que planteé de entrada, fue la forma en que se iba a tratar el tema del lesbianismo. Quería que no se encarase para regodeo de la mirada masculina, como se hace a menudo en el cine y la TV. No me gustaba nada la idea de la mirada voyeurista, ni la imagen estereotipada que da de comer al prejuicio. Me aseguré de que iba a tener el mismo tratamiento que cualquiera de las otras historias, pero con un cuidado extra en el sentido de no ir a las obviedades. Martín y Gustavo me dijeron que estaban de acuerdo y creo que cumplieron. Me pareció buena la idea de que en ese círculo masculino y conservador apareciera una lesbiana superfemenina.
–Serrano nos dice a los actores que deberíamos actuar lo que no está escrito, que eso es parte de nuestro trabajo. No siempre me sale, pero cuando sucede, me pongo muy contenta. El otro día me tocó decirle a David, desde la actitud rígida, que no se metiera con Gigi, pero dejando aflorar en algún lugar mis verdaderos sentimientos. Que también debí reprimir en el momento en que Mariana me pide que la defienda después del tremendo ataque que sufre. Obviamente, no quiero arriesgar mi futuro en el estudio.
–Justamente, tengo un espejo en mi casa donde están muchas de esas figuras, incluyendo a Greta Garbo. Se buscó una cosa retro en su aspecto, sofisticadamente femenina, pero endurecida por su gestualidad. No me marqué con ninguna actriz en especial, fui encontrando a Greta en la ropa, los movimientos, en ciertos detalles. Pedí un reloj bien grande, muy buenos tacones, no de secretaria estándar. La cruz que lleva es bien grande, hay como una jugarreta a la Iglesia, porque los que representan al catolicismo no acompañan su elección sexual. Ojalá se desarrolle este aspecto, me encantaría. En los últimos tiempos, Greta lleva el pelo cada vez más tieso al tiempo que está cada vez más expuesta en esa lucha de poderes. Afortunadamente, en esta novela te permiten aportar, escuchan ideas. Me parece justo que si vas a poner el cuerpo se respete la autonomía de tu pensamiento. Es la primera vez que disfruto tanto haciendo televisión.
–Para mí el pelo largo es tapar, ocultar. En Vidas robadas propuse hacerme rastas, afeitarme la parte de abajo y me dijeron que no. En Botineras también quise cortarme el pelo para interpretar a una mujer policía que después se hacía botinera, y tampoco lo aceptaron. Por eso, cuando llegó El elegido, ya me lo había cortado: sabía que no quería hacer lo mismo, con la misma imagen. Un acto de afirmación cortarme el pelo, sacarme ese peso de encima. Porque el pelo pesa, tiene su historial. Para interpretar a Greta, todo lo que hice fue oscurecerlo.
–No exactamente, esos datos de su historia van surgiendo de a poco, cuando el relato lo pide. Me hablaron de una mujer decidida que desplegaba unas energías que habitualmente caracterizan a los hombres. Obvio es que todos, mujeres y varones, tenemos nuestros lados femenino y masculino, y que muchas mujeres ponen en marcha esas energías consideradas masculinas en ciertos puestos. Tenemos una Presidenta mujer a quien vemos hablando con mucha fuerza y convicción ante un montón de hombres que asienten con la cabeza. Y creo que cada vez son más las mujeres emprendedoras que desarrollan su potencial de seguridad en sí mismas, en habilidades que hasta no hace mucho no las admitían. En lo que hace a la sexualidad de Greta, tengo amigas lesbianas, conozco su problemática, su lucha, sus conflictos específicos. De manera que en esa zona también traté de hacer mi aporte a la autora. Greta viene de una familia de masones, un padre enfermo de codicia, una madre poderosa, una clase social ya indicada por el apellido. Y yo sigo encontrando cosas: estuve leyendo Incesto, de Anaïs Nin, uno de los nombres que pasaron por mi cabeza, una referencia más. También, como parte de la búsqueda, revisé la estética de la película Henry y June, el aspecto de Maria de Medeiros. Y fueron inspiradoras las pruebas de vestuario, me dieron la posibilidad de jugar, de entrar en esa parte del personaje que elige cierta ropa que la representa. Me parece que lo mejor que te puede pasar como actriz es tener el instrumento, el cuerpo totalmente dispuesto y liviano a la hora de ponerlo. Después, con qué te vas a encontrar, andá a saber: ésa es la gracia de arriesgarse. En el arte, en general, la ambigüedad me parece lo más interesante.
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