MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Entre esculturas, exhibidores de madera, la intimidad de una habitación y ciertos guiños avant garde –un vestido negro con escote triangular en la espalda, dispuesto sobre un fondo blanco que simula un set de fotografía contemporánea– transcurre hasta el 23 de julio una retrospectiva de la sublime costurera “Madame Grés”, también conocida como Alix y célebre en 1930 por sus vestidos de noche con drapeados y plisados. La locación de tal banquete de moda de siglo veinte es el museo que antaño fuera el estudio del escultor Antoine Bourdelle, en París. La muestra, organizada por el Museo Galliera, exalta en ese decorado una de las máximas de la creadora: “Siempre quise ser escultora, para mí es exactamente lo mismo trabajar con telas que con piedras”. Tal enunciación guió la trama historicista y ofició como coartada y disparador de la puesta ideada por el curador Olivier Saillard.
Pero cuando optó por las telas (dicen que sus padres se oponían con vehemencia a su gusto por la escultura), el jersey de seda y el cashmere fueron sus favoritas y en cada traje llegó a usar hasta veinte metros de tales materiales.
Su CV indica que nació en 1903 en el contexto de una familia parisina de clase alta –su verdadero nombre fue Germaine Emilie Krebs– que nunca trabajó como aprendiz de costurera, y que murió pobrísima en 1993 y muy lejos del candelero de la moda. La crítica especializada la considera sucesora de Madeleine Vionnet –la creadora del corte al bies–. Ambas tuvieron en común el gusto por las túnicas griegas, vestidos en su mayoría blancos y despojados de adornos. El ornamento era la caída de la tela.
El método de una y otra fue similar. Jamás hacían moldería previa, en cambio, cortaban sobre el maniquí. En diversas ocasiones Grés dijo sobre su método: “Cuando envuelvo mi maniquí, aparece una complicidad con los materiales y es lo más parecido a un matrimonio perfecto”.
La muestra se compone de una selección de las trescientas piezas que posee ese museo de la moda –actualmente en obras de albañilería y mejoras, plus, bocetos prestados para la ocasión por Pierre Bergé– y que componían la colección de arte y moda de su pareja, el diseñador Yves Saint Laurent, sumados a varios originales que en 1980 compró el modisto tunecino Azzedine Alaia, un devoto confeso de sus drapeados y algunos aportes del editor Hamish Bowles. Además, propone un recorrido por las distintas temporadas –de los clásicos de 1930 con etiqueta Alix, dicen que tomó el nombre prestado del pseudónimo de su marido pintor– y las realizaciones más austeras durante la moda de la posguerra.
Quienes la visitaron destacan que los atuendos de Grés resultan tan modernos por su corte que bien podrían transitar situaciones de alfombras rojas ancladas en el siglo XXI. Y en una entrevista celebratoria publicada en el diario El País –realizada por Eugenia de la Torriente–, transcurrió el siguiente diálogo con el curador:
–¿Por qué Madame Grés no goza del mismo reconocimiento fuera de la industria que dentro de ella?
–Es una de las diseñadoras más importantes del siglo XX. Injustamente olvidada por el gran público. Se la consideraba una “diseñadora de diseñadores” y compartía con Balenciaga el privilegio de ser un talento indiscutido por sus colegas. Tal vez no es tan conocida porque se limitó a hacer alta costura. No por elitismo, sino porque pensaba que sólo podía poner en práctica su arte a través del encuentro y diálogo con sus clientas, algo que habría perdido en el prêt-à-porter. Ignoraba completamente el marketing y odiaba la publicidad sobre sí misma. Era extremadamente discreta y no le gustaban las entrevistas. Afirmaba: “No tengo nada que decir, pero todo que mostrar”.
Según afirma la historiadora de la moda Charlotte Seeeling en Moda,el siglo de los diseñadores: “Con 81 años madame Grès se atrevió a emprender una aventura, la creación de una línea de prêt-à-porter con prendas listas para usar en tweed y en lana suave. Y en 1972 fue nombrada presidenta de la Chambre Syndicale, un cargo que durante veinte años ocupó como decana de costura”. Con tal nombramiento exorcizó los miedos de sus comienzos, cuando rompió en llanto la primera vez que debió mostrar sus diseños ante la Honorable Cámara de la Moda Parisina.
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