CINE
Un recorte del último festival Uncipar en Villa Gesell, a través de cuatro realizadoras que supieron contar historias diferentes.
› Por Guadalupe Treibel
“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, multiplica el dicho popular y, en su 33ª edición, las Jornadas Argentinas e Internacionales de Cine y Video Independiente –Uncipar 2011– dieron sobrada cuenta del modismo con una ecléctica selección de producciones fílmicas que –oscilantes entre el minuto y la media hora– pusieron sobre el tapete variedad de temáticas y estéticas disímiles. Con cita en la ciudad balnearia de Villa Gesell, los 33 cortometrajes en Competencia Nacional, 20 en Competencia Internacional y películas “invitadas” –sumadas a las extrañas intentonas de madrugada de Pantalla Abierta, donde va a parar el material que no llegó a la selección– tomaron Semana Santa por las astas en tres días a pura filmina, olas y viento (con ráfagas soleadas, ¿por qué no?).
Y en el recuento, el género hizo parate costero gracias a la presencia de una decena de realizadoras locales en concurso (nacional, valga la aclaración). Por su sello personalísimo, búsqueda y sutil mirada, un arbitrario recorte de films que, sin duda, vale la pena rescatar...
No sólo es el cuadro más famoso de Angel Della Valle; La Vuelta del Malón es, además, una imaginativa reinterpretación de la realizadora Laura Casabé acerca de la teoría de los dos demonios a fines del siglo XIX en la región pampeana. Claro que, en franca retrospectiva, no es la indiada la que carga el estigma bárbaro. Terminada la Conquista del Desierto, un cura (Sebastián Suñé) y un estanciero (Ariel Hernán Pérez) –en provincia de Buenos Aires– hacen desmadres con la indiada a base de gatillo fácil y cruento genocidio. Pero, enhorabuena, la reivindicación no tarda en llegar gracias a ¡zombies ranqueles! que se cargan a los “padres de la civilización” al ritmo de música electrónica. El misógino cazador, cazado; la culposa ley divina, al banquillo y un fondo caricaturesco y saturado de naranja-apocalipsis hacen de los 19 minutos de cinta un deleite para los fanáticos de George Romero, nena zombie incluida. “La cristiana sepultura no redime a los bárbaros”, ironiza desde la sinopsis el épico corto de Horno Producciones que ganase el festival Buenos Aires Rojo Sangre 2010, no sin antes avisar que la sangre de los caídos reclama venganza “y de las entrañas de la tierra vendrán a reclamar lo que es suyo”. Amén.
Participó de la Competencia oficial del 63 Festival de Cine de Cannes, ganó el Concurso Historias Breves VI y fue mejor guión en el Festival de Cine Al Extremo, de Río Gallegos. Se paseó por lo largo y ancho del planeta (México, Francia, Gran Bretaña, Holanda, Portugal, entre otros) y, sin repetir y sin soplar, hará de las suyas en la Competencia Internacional del Festival Curtocircuito de Santiago de Compostela, en España, del 6 al 15 de mayo. Esa es Rosa, la producción de 11 minutos de Mónica Lairana que carga un saludable recorrido y, el pasado viernes 22, tuvo pantalla en Uncipar 2011. Con una estética cruda, el corto debut de la actriz de films como El Cielito u obras teatrales como Agosto se deposita en la intimidad de una mujer de 58 años y devela los mecanismos cotidianos que esconden la soledad: Rosa se cocina, limpia, come, mira TV, toma sidra, fuma... “Busqué la belleza de la verdad, de la vida y de la naturalidad, aun sabiendo que era un riesgo. No quise llenarla de cine; porque una mujer con arrugas, con kilos de más, es hermosa. El desafío fue transmitir esa belleza sin maquillaje, sin ser burdo o agresivo”, explica a Las12 Lairana, que –para su primer trabajo como directora– convocó a Norma Argentina (Cama Adentro) para ponerle cuerpo a su Rosa.
Motivada por tres poesías de propia autoría, “una sobre una mujer con la cara aplastada en la cama y otros de tinte más sexual”, Lairana reflexiona sobre un estado de situación: el del lugar de la mujer en una sociedad que le indica que, pasados los 35, ya no sirve. “Todo pareciera ser en torno a la juventud y la piel firme. ¿Cómo se planta, entonces, una mujer más grande que tiene el peso de la vida y las ganas de vivir, de sentir, de acostarse con un hombre?”, se pregunta Mónica. De allí que la actriz quisiera derribar el tabú de la sexualización e incluyera escenas de masturbación y sexo casual en su trabajo. “No se habla en cine de que una mujer de casi 60 pueda querer una vida sexual activa. Y si se habla, se hace en burla o como pornografía, pero sin humanizar la mirada”, cuenta la chica que se formó con Raúl Serrano y Alberto Ure y, en 2011, piensa mover el corto por Argentina.
Preparado originalmente para el 29º Concurso Georges Meliés –cuyo disparador argumentativo y/o estético era, sin más, el tópico Piscinas–, Elena en el agua es un corto pequeñito pero inmensamente logrado que, sin pretensiones y en sólo 4 minutos y medio, consigue que el espectador pispee el enorme mundillo interno de una nena de unos 6 años que, haga lo que haga, siempre piensa en el agua.
¿Cómo lo sabemos? Por el tratamiento sonoro que la realizadora platense Juliana Schwindt, de 26 años, bien dispone: Elena (en la piel de la simpatiquísima Violeta Bongiorno) se columpia y, con los pies colgando de la hamaca, se escucha el movimiento en el agua; Elena está en un auto/pecera y suena a mundo sumergido. La cama o el baño también son el mar (o, en su defecto, pileta), de la nenita que –aun acompañada por dos pequeñitos de su edad– se concentra en el braceo.
Con un arte cuidado, con bonitos contrastes, Schwindt explica que quería “darle protagonismo a la imaginación, sin evidenciar una piscina” y, con minimalismo de recursos, es lo que hace: “La puesta en escena, la actuación y el sonido crean una atmósfera que puede disparar muchas interpretaciones porque no hay un argumento lineal”, asegura la comunicadora audiovisual.
En dos jornadas de filmación, las tomas estuvieron listas. Pero, claro, hubo trabajo previo: “Con Violeta nos juntamos previamente a leer el guión, a que se probara la ropa –cosa que le encantaba–. Al momento de empezar, ella sabía cómo era la historia, aun cuando no hubiésemos ensayado. Preferí no hacerlo para que no tenga que repetir demasiado una acción. Los chicos se aburren”, explica la realizadora que ya tiene en mente un próximo proyecto: un film experimental con un material de trenes que filmó en un viaje a Dinamarca.
Un travelling prolijo repasa un espacio habitado: de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, la cámara se pasea por el bar del hipódromo y, sin salir, arma contraste de pies a cabeza. Porque al barullo interno, desprendido de copas, griterío y carreras televisadas, lo acompaña un afuera desolador. No hay caballos; sólo un hombre corre en la pista. Un espacio habitual, desnaturalizado por una cotidianidad –a priori– desconocida, puesta bajo la lente de otra realizadora platense, Paola Buontempo, ganadora por su corto Las instancias del vértigo de una mención especial en Uncipar 2011 en Competencia Nacional.
“El planteo formal definió el contenido”, explica la chica que filmó su trabajo en 2009, a partir de la convocatoria del festival independiente FestiFreak Produce, cuya consigna era un plano secuencia en el hipódromo de La Plata. Y un rodaje de un día. “Hacer un documental convencional era imposible porque la ley, en pos de proteger al jugador, impide grabar o sacar fotos. Por eso, hicimos un registro durante mes y medio, tomando notas y audio y conversando con gente que –luego– se ofreció a representarse... a ella misma”, cuenta la –también– directora del corto Trance (2007) y el largo colectivo Los puntos quietos (2010). Así, de manera orquestada, casi coreográfica, el ¿falso? documental repasa situaciones reales condensadas con un objetivo: “No queríamos estereotipar la figura del burrero”, remata la laureada Buontempo. Pues no, no lo ha hecho.
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