Vie 06.06.2003
las12

CINE

de repente en el invierno

Una chica gorda y desconfiada, dos vagabundas sin techo y sin ley, una tía abuela indulgente pero criticona, una pintora que ofrece sus cuadros y sus vestidos a quien los requiera, una vecina proclive a los licores dulces; así son los personajes de Tan de repente, el muy premiado film de Diego Lerman que se verá el próximo jueves.

› Por Moira Soto

A dos días del comienzo oficial del invierno, el próximo 19, Diego Lerman sorprenderá al público local con su primer largo, Tan de repente, que desde hace un año viene causando impacto y recolectando premios en diversos festivales. Este estreno tiene un antecedente directo: el corto La prueba, inspirado en la novela de César Aira, también realizado por Lerman. Ariano, detalle que ya habla a favor de él, Diego Lerman acaba de cumplir los 27.
Elogiada por Le Monde y Cahiers du Cinéma –entre otras publicaciones– en Francia, Tan de repente le valió a su director ser seleccionado por el Festival de Cannes para residir cinco meses en París, donde escribió el guión de Mientras tanto, su próximo film. Además de ganar los premios de Mejor Película en La Habana y en Locarno, de obtener el reconocimiento de la Fipresci en Viena y el de Mejor Opera Prima en Huelva, Tan... tuvo el Premio Especial del Jurado y el del Público en la muestra de Cine Independiente de Buenos Aires. Y sus actrices fueron galardonadas en La Habana (Mejor Elenco Femenino) y en Biarritz (Mejor Actriz para Beatriz Thibaudin).
Ausente con aviso –está en Bélgica– Tatiana Saphir (Marcia), asisten a la entrevista que sigue Verónica Hassan (Lenin), formada desde muy joven en clown, máscara, mimo, danza, a punto de estrenar un espectáculo infantil, El sapo y la princesa; Carla Crespo (Mao), seminarios de actuación, entrenamiento físico, danza contemporánea, intérprete de la pieza teatral Tres de Gladys Lizarazu y Beatriz Thibaudin (que llega más tarde, con mil excusas), estudios con Luis Gutman, Lito Cruz y Augusto Fernandes, con una intensa carrera teatral, cinematográfica, televisiva, en estos momentos hace un show de canciones francesas, Repollo francés.
–Verónica y Carla, ¿cómo vivieron el pasaje del cine al teatro?
Verónica Hassan: –Empezamos con cortos en relación con los estudiantes que recién terminaban. Nos acercamos al cine desde ese lugar y vimos que era otra cosa. Por ejemplo, en un rodaje no existe la continuidad.
Carla Crespo: –Lo crucial es que no hay repetición, aunque se haga más de una toma. El teatro es repetición función tras función. Podés modificar, mejorar. Estás vivo, además. En cine, no tenés idea de la totalidad mientras vas haciendo la película: qué recorte de tu figura se hace, qué va a quedar. En algún momento, cuando fuimos dándonos cuenta de cómo venía la cosa, yo empecé a preguntar hasta dónde me tomaba para ver si me tenía que preocupar por las manos o si podía dejarlas muertas (risas). –¿Participaron de un casting?
C.C.: –Eramos compañeros de teatro de Diego y nos llamó a Tatiana y a mí para hacer el corto. Había un tercer personaje, y algunas candidatas, pero le dije: “Antes de elegir, tenés que conocer a Verónica”. Le alcanzó con un ensayo.
–En el corto La prueba, ¿todos los personajes eran femeninos?
C.C.: –Sí, un universo puramente femenino, como en la novela de Aira. Y Diego estaba obsesionado porque no se viese un solo hombre en la calle, cosa que en el largo no le preocupó. El corto termina cuando llegamos al mar.
V.H.: –Trabajamos sobre el guión, ensayando para apropiarnos de las líneas, que por momentos son muy difíciles, porque podían sonar forzadas.
C.C.: –En el corto se queda siempre en ese lugar. No se corre de ahí, cosa que sí ocurre en el largo, con una segunda parte que se ablanda un poco. Pero la película tiene una entrada un poco extraña.
–¿El corto ya se hizo con la idea del largo?
V.H.: –En el ‘98 hicimos La prueba, y le empezó a ir bien en festivales, ganó premios. Diego se envalentonó y encaró el largo.
–¿Cambió Lerman la manera de dirigirlas en el largo, considerando que ustedes estaban suficientemente al tanto?
V.H.: –Los personajes ya estaban, por supuesto, ésa era una ventaja. En el corto hubo que encontrarlos, dar con el tono.
–¿Cómo resultó la búsqueda y el hallazgo de ese tono?
V.H.: –El tenía las cosas bastante claras, sabía lo que quería. Y a Tatiana y a Carla las conocía mucho, lo que facilitó las cosas.
C.C.: –Diego era muy puntual en sus indicaciones. Recuerdo que me decía: “Mao no está enojada, no está apurada”. Cosas sobre una situación concreta, en vez de “este personaje viene de tal lugar, con tales antecedentes”. Esto en el corto. Para el largo armamos nosotras mismas una especie de biografía de nuestros papeles.
V.H.: –No es que él lo aplicara a la película, pero a mí me sirvió internamente, para hacer conexiones. A mí en el corto me hablaba mucho de mi mirada, como de costado, irónica, fría, desganada, descreída. Todo lo cual funcionó para el largo.
–Convengamos en que no es la película pensada para lo que se considera el lucimiento de las actrices, con momentos de bravura. Más bien tuvieron que despojarse de cualquier chiche de actuación.
V.H.: –Teatralmente, yo vengo de algo más clownesco, muy de morisqueta, mucho gesto. Y ya en el corto, Diego me pedía menos, menos. Una vez que encontré lo que él quería, como el cuerpo tiene memoria volví a ese registro sin dificultad para el largo.
C.C.: –Para mí se trataba de encontrar qué estaba en juego en cada situación concreta, pero no representó una cuestión de cambio de código.
Beatriz Thibaudin: –Mi personaje es muy tierno, una mujer común de pueblo, simpática, dicharachera, afectuosa. Y me gustó porque en la tele ya he hecho suficientes papeles de suegra mala, profesora autoritaria... aunque no dejé de interpretar a obreras de fábrica, y en “Los simuladores” tengo unas variaciones increíbles.
–¿Pensaron que era una película más bien excéntrica, inclasificable?
V.H.: –En materia de cine argentino, sin duda. Y fue gracioso lo que pasó con la abuela de Diego, que es la vecina del perro. Resulta que Diego no le contó cómo era la película, simplemente la llamó y le pidió que estuviera. Ella que sí, que no, finalmente aceptó; y lo único que conoció fueron las escenas en las que ella estaba. Cuando la vio en el cine, se levantó y se fue. “Por favor, invité a mi médico”, decía.
B.T.: –Bueno, debo decir que yo, cuando leí el guión, me sentí shockeada. Porque soy un poco pacata, de otra época. Pero me di cuenta de su calidad, de lo bien que estaba la historia, que se justificaba cierto lenguaje crudo.
–Ya es insólito que un director joven local haga una película no sólo con protagonistas mujeres sino con esa comprensión del mundo femenino. Pero más raro todavía es que le dé un rol destacado a una actriz de muchos años, con una cara interesante, nada convencional, sin cirugías...
B.T.: –Es verdad eso. Cómo me voy a operar si cada arruguita mía tiene algún significado que no quiero restar. Cuando veo actrices que perdieron personalidad, se les cambió la expresión, me doy cuenta de que hice bien en resistir la tentación. A los años los tengo no me los puedo quitar, aunque me sienta más joven y llena de energía. Además, en la película, por el tipo de blanco y negro, parezco de noventa años. Pero no me importó. Tampoco me quise hacer nunca la nariz y ahora me vino bien: en “Los simuladores” hago de madre de Diego Peretti. Cuando me llamaron, le señalé al productor: “Ya sé por qué me elegiste”, y él se moría de risa. Volviendo a la película, te quiero decir que lo extraordinario de Diego Lerman es su percepción profunda de ciertas cosas, algo que otra gente necesita años para lograr, si es que lo logra.
–¿Por qué Mao se enoja cuando Marcia la trata de lesbiana?
C.C.: –Es que ella nunca lo diría desde ahí. Es una palabra prohibida. Sería anti-Mao decir “soy lesbiana”. Estoy con quien me da la gana.
–Pero sin duda en la película, a través de la marcación de Mao y Lenin, hay referencias, apelaciones a lo que se suele identificar con cierto estilo de lesbianismo, con algo cercano a la androginia.
C.C.: –Sí, seguro, tampoco vamos de tall-ieur y tacos. Eso se ve de afuera. Internamente, desde el personaje, que diga “no soy lesbiana” no es una cuestión de provocación, ni de vergüenza, ni de moral. Ella no se encuadra en ninguna definición, pero se hace cargo de sus deseos. Al final, se vincula con un chico.
–Además de ser –perdón, sin ofender a Mao– más o menos lesbianas, está el detalle de que Mao y Lenin están enojadas con el mundo, son marginales.
C.C.: –Al lado de las de Aira, somos unas santas.
V.H.: –Sí, somos nenas de pecho.
B.T.: –Bueno, pero roban lo que les hace falta para viajar, andan por ahí amenazando con un arma.
V.H.: –No robamos, expropiamos. Somos punkettes, como nos llaman en Francia.
C.C.: –No tengo un juicio sobre los robos, creo que entran en ese medio tono ambiguo de la película. No se sabe si es una ironía, un estereotipo corrido de lugar. Hay un cruce en la composición de Mao y Lenin en la primera parte con esos diálogos cortantes. Después, todo entra en la circulación del otro mundo más cercano, aunque no costumbrista.
C.C.: –Yo siento que Mao, mi personaje, tiene hacia Marcia una actitud masculina. Pero el hecho de que Marcia, con su sobrepeso, sea el objeto de deseo, implica un corrimiento. Objeto verdadero de deseo, sin ningún tipo de ironía. Es apreciada por esa diferencia.
B.T.: Lo interesante es que nadie se burla de ella, es tomada con naturalidad cuando lo habitual es reírse de las mujeres gordas.
–Por eso se duplica el valor de Tan de repente, si se considera que su desprejuicio y su espíritu democrático provienen de un artista varón tan joven. Tu personaje, Beatriz, nunca aparece como la señora que la va de comprensiva con los jóvenes.
B.T.: –Eso es lo meritorio, creo que Diego recupera valores humanos. Me parece que ella se acerca a los jóvenes con inocencia, no es que haya evolucionado, que se haya modernizado y entienda intelectualmente. Lo bueno es que dentro de su ignorancia tiene un corazón bien dispuesto, indulgente.
–¿Alguna de ustedes viajó con la película?
V.H.: –Yo estuve en Viena una semana, compartí dos días con Diego, él después se fue y al día siguiente me dice que Tan... había ganado el premio de la Fipresci. Fue una locura ir a recibirlo, subir al escenario, agradecer en inglés delante de tanta gente. Ir desde el lugar en que hicimos la película, con tanto entusiasmo como dificultades, hasta ahí arriba fue como un milagro. Tener que hacer entrevistas me divirtió, estaba como jugando mientras me convencía de lo que sucedía. El público la recibió muy bien. Había muchas parejas gay, quizás porque la prensa habló de un film de lesbianas.
–Justamente lo que no es la película...
V.H.: –De acuerdo totalmente, pero al periodismo le parece un gancho. La semana pasada hicimos una nota para una revista y la centraron en el lesbianismo. Hasta hay gente que se cuelga interpretando que los personajes de María Merlino y Beatriz también son lesbianas. Por Dios, ¿qué les pasa?
–Quizás tenga que ver con no terminar de aceptar al/la diferente. Y en cuanto a la prensa, lo del lesbianisno sigue teniendo su perfumito escandaloso.
C.C.: –Y sí, basta que el resumen argumental diga: dos chicas encaran a otra.
V.H.: –Siempre tomamos a Mao desde el lado de una persona decidida a seducir a otra.
–Con un secuestro de por medio, como en Atame, de Almodóvar... Es obvio que no hay folklore lesbiano, tampoco surge el problema de la discriminación porque a Lerman le interesaba otra cosa. Ni siquiera cuando el chico espía a las dos chicas hay en él una reacción de repudio.
C.C.: –Es que desde el arranque, cuando Marcia es acosada en la calle, pesa más el aspecto de la irrupción, de lo inesperado de esa proposición. El rechazo inicial de Marcia es porque ella cree –todavía– que no le interesa.

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