INTERNACIONALES
Las niñas huyen de la ablacion
La mutilación genital femenina sigue practicándose en Kenia, pero ya no al amparo de todos. Hay jefes comunales y organizaciones de mujeres que reciben a las niñas que escapan de sus casas no sólo para no ser mutiladas, sino también para seguir estudiando. El V-Day, la organización surgida de los “Monólogos de la vagina”, financia una casa-refugio para ellas.
Por Isabel Coello *
Al principio utilizaba para todas las niñas la misma cuchilla, hecha y afilada en el pueblo. Luego empecé a exigir que cada madre trajera una cuchilla nueva porque me enteré de que podía contagiarles el sida. Ahora me niego a operar más niñas.” Sentada en un café de Narok, capital de la tierra de los masai, una de las principales tribus de Kenia, Noolamala habla pausadamente y, en contraste con el alegre colorido de sus ropajes, su rostro no pierde la gravedad en el gesto.
Aprendió de su abuela. Durante años la acompañó a atender partos y a realizar la operación que, según la tradición masai, marca el paso de la infancia a la edad adulta en las niñas: la mutilación genital femenina, la extirpación total o parcial del clítoris y de los labios vaginales. Tras años de observación, Noolamala tomó el relevo. Se convirtió en la matrona de su aldea, de 700 habitantes, y en la encargada de ejecutar el ritual que deja a las niñas preparadas para el matrimonio.
Pero Noolamala, que confiesa tener “alrededor de 40 años”, ya no ve con buenos ojos lo que hasta ahora ha sido su principal actividad para ganarse la vida. “Me preocupa la salud de las niñas. Ahora sabemos que la circuncisión femenina tiene consecuencias para la salud; antes, no. Ahora soy consciente de que es un problema.”
La mutilación genital femenina es una intervención extremadamente dolorosa que a menudo se lleva a cabo sin anestesia y que puede provocar hemorragias e incluso la muerte. Además de posibilitar la transmisión de enfermedades como el sida, convierte en muy dolorosas para la mujer experiencias como el acto sexual o el parto. Infecciones en el aparato urinario o genital, quistes o tumores benignos son algunos de los efectos que pueden acompañar de por vida a las mujeres que han sido sometidas a la ablación. En Kenia, donde un 38 por ciento de las mujeres de entre 15 y 49 años la ha padecido, la practican varias tribus y la llaman “circuncisión femenina”, pese a que sus opositores recalcan lo erróneo del término, ya que sus efectos no son comparables a los de la circuncisión masculina, que no tiene consecuencias nefastas para la salud ni para el disfrute sexual.
En diciembre –época aprovechada para organizar rituales, porque es cuando las niñas regresan del colegio–, Noolamala puso la excusa de que tenía que visitar a un familiar y se fue de la aldea. “Cuando volví protestaron porque dijeron que habían tenido que buscar a otra persona para las operaciones. Es el problema en los pueblos: costumbres como ésta no pueden ser cuestionadas. En nuestra cultura, los hombres no quieren casarse si la novia no está circuncidada porque la consideran menor de edad.”
Pese a lo incuestionable de la práctica para muchos, la mutilación genital encuentra cada vez más oposición en Kenia, por quienes la sufren y la realizan. Noolamala es un ejemplo, pero no es el único. Noticias en la prensa local que dan cuenta de niñas que huyen de sus hogares cuando se acerca el momento de pasar por el rito se han convertido en habituales.
Hace casi un año que Judy, de 14 años, no regresa a su aldea natal. “Sí, extraño ir a casa, pero no voy a volver por ahora. La última vez que fuime dijeron que se acercaba el momento de hacer lo que ya me tenían que haber hecho”, dice Judy, que estudia en un internado de Narok. “Dicen que es mi deber, que nuestras madres lo han pasado y nosotras también debemos pasar por eso. Si no lo hacés, no sos limpia ni madura, pero yo no quiero”, sentencia Judy, que ha pasado las últimas dos semanas de vacaciones, en abril y diciembre, en una casa-refugio de la organización Tasaru.
Inaugurada en abril de 2002, la casa-refugio de Narok es la única en el país que ofrece cobijo a las niñas que huyen de la mutilación genital o del matrimonio temprano, dos de las llamadas “prácticas tradicionales perjudiciales para la salud” y que suelen ir unidas. “La casa-refugio es la cosecha de años de campañas de información y sensibilización, cuyo fruto se ve ahora”, señala Agnes Pareyro, de 44 años, directora del centro y principal activista regional contra la mutilación.
Todo empezó cuando la organización de mujeres kenianas decidió en 1994 estudiar las causas del alto índice de abandono escolar de las niñas. “Se constató que a la mutilación genital le sigue el matrimonio y, tras éste, se acaba la educación para las niñas”, explica Agnes, una masai oronda y llena de energía a quien sus constantes llamadas de móvil casi no permiten hablar. “Tras el estudio decidimos empezar a diseminar información en las aldeas y a sensibilizar a las comunidades sobre la necesidad de educar a las masai. Durante unos años hablamos principalmente de educación, que fue lo que nos permitió abordar después el otro asunto, mucho más sensible.”
Agnes comenzó a recorrer pueblos llevando un modelo italiano en madera que muestra los órganos genitales femeninos y que le permite explicar los diferentes tipos de mutilación y sus efectos: la clitoridectomia, la escisión que elimina el clítoris y los labios vaginales menores, y la infibulación, que a la escisión suma la extirpación de los labios mayores y después cose los tejidos restantes para que, al cicatrizar, tapen la vagina, dejando sólo dos pequeños orificios para la orina y la menstruación.
En una comunidad como la masai, donde hablar de sexo es tabú, el modelo de Agnes debió resultar por lo menos osado, pero ella se ríe. “A la gente le gusta porque aprende cosas que no sabía. Claro que tenés que escoger las palabras para que no se vayan.” Las charlas empezaron en 1998, y poco a poco fueron surtiendo efecto. En los últimos tres años, al menos 23 niñas han huido en el distrito de Narok para evitar ser mutiladas.
“El problema es que no tenían a dónde ir”, dice Agnes. “El caso de Seneiyia nos hizo darnos cuenta de la necesidad de una casa-refugio.” Tras escuchar una de las lecciones magistrales de Agnes, Seneiyia esquivó la mutilación varias veces huyendo de su pueblo. Pero un día volvió e inmediatamente fue obligada a someterse al ritual. Tasaru decidió pagar las tasas para que pudiera seguir con sus estudios. Hoy, con 14 años, alta y tímida, es la mejor de su clase, y quiere ser médica.
Financiada por V-Day, organización fundada por la autora de los Monólogos de la vagina, Eve Ensler, la casa-refugio de Tasaru ha recibido en un año a 15 niñas. Unas huían de la ablación. Otras, ya mutiladas, escapaban de su consecuencia inmediata, el matrimonio. Evelyn y Roselyn, las últimas en llegar, huían de ambas. Circuncidadas y casadas poco después, aguantaron a los maridos impuestos por sus padres una semana.
“Después de la circuncisión, nunca volví al colegio. Le dije a mi padre que quería seguir yendo, pero me contestó: ni lo menciones o te mato. Intenté escapar antes de casarme, pero me encontraron y me casaron con un señor que tenía ya una esposa y cuatro hijos”, recuerda Evelyn, de 13 años, que a los siete días de casada huyó y vino caminando hasta la casa-refugio. “Soy joven y quiero leer y escribir, quiero ser maestra, tener un trabajo y poder mantenerme. Ya sé que mis padres recibieron 2000 chelines (28 euros) y unas mantas como dote. Bueno, que lo devuelvan porque yo ya había dicho que no quería casarme”. Roselyn, de 14 años, también quiere ser maestra. Sus padres le ocultaron la fecha de la mutilación. “No lo dijeron para que no nos escapáramos; una hermana ya lo había hecho. Nos llevaron a una casa y nos hicieron la circuncisión. Es muy dolorosa y sangré mucho, pero ya me curé.” Cuando supo que iban a casarla acudió al jefe del poblado, pero antes de que éste pudiera hacer nada, el matrimonio se había consumado. El jefe informó al Departamento de Menores del distrito, y allí optaron por llevar a Evelyn a la casa-refugio. No es un caso excepcional. Desde hace dos años, los jefes comunales empezaron a escuchar a las niñas que piden ayuda. Ole Dikirr, jefe masai de Narok, dice que “en el distrito somos 34 jefes y la mayoría creemos que esta práctica debe desaparecer”. “Quienes la defienden dicen que es parte de nuestra cultura, pero lo que hacen estos días ni siquiera se parece a la verdadera tradición. Según ésta, las niñas se casaban con 20 años y ahora las casan a los 13.”
A sus 45 años, Ole Dikirr reconoce que las cosas han cambiado. “Hace 10 años yo no hubiera podido decir esto porque la comunidad estaba dirigida por jefes que creían que hay que mantener la costumbre y pasarla de generación en generación. El cambio es lento, pero hay que tener paciencia. Antes esto ni siquiera se cuestionaba.”
No es el único hombre involucrado en la lucha contra la mutilación. Ken Wafula, director del Centro para los Derechos Humanos y la Democracia de Eldoret, al oeste de Kenia, ha empleado otra vía: los tribunales. Wafula ha logrado ya tres órdenes judiciales prohibiendo someter a sus representadas a la ablación. El último juicio se celebró en mayo de 2002. El día del juicio, 16 niñas revoloteaban a las puertas del juzgado mientras sus padres esperaban a que abriera la sala. “Con la ablación pueden desangrarte o tener problemas para dar a luz”, decía Gladys, de 12 años. “Significa dejar el colegio y casarse pronto”, indicaba Loice, de 15. El calvario de esas 16 niñas había empezado meses antes, durante las últimas vacaciones escolares, cuando, intuyendo lo que podía pasarles, huyeron de sus hogares y se refugiaron en un centro de la organización World Vision. Allí, junto a más de 300 niñas, siguieron un ritual alternativo de transición a la vida adulta, basado en charlas sobre salud y actividades en grupo. Pero a los pocos meses, una de sus compañeras fue sometida forzosamente a la mutilación genital, y sus amigas, al enterarse, volvieron a escapar y caminaron horas hasta llegar a Eldoret, donde pidieron ayuda en el Centro de Derechos Humanos. El juez no sólo confirmó la prohibición de la ablación, sino que además estableció la obligación de los padres de seguir costeando su educación. “Decisiones como ésa son fundamentales para que las niñas tomen conciencia de que la ley las protege y que los padres sepan que pueden ser encarcelados”, opina Faiza Mohammed, directora de la sección africana de Equality Now, organización de mujeres.
La lucha para erradicar la mutilación genital femenina se ha intensificado en la última década. Organizaciones como Amnistía Internacional la han incluido en su agenda por considerarla una violación de los derechos humanos. Pero en los países donde se practica, los esfuerzos para combatirla se topan con acusaciones de neocolonialismo, de invasión de los valores occidentales en las tradiciones africanas.
Pareyro es rotunda al respecto. “Mirame, soy masai de arriba abajo. No son los wazungu (los blancos) los que han traído esto, ha sido la educación. Cuando la gente es ignorante puede pasar de todo, pero cuando las personas reciben información, son capaces de tomar sus propias decisiones.” El celular de Agnes vibra sobre la mesa. Antes de responder concluye: “Nuestra cultura está cambiando. Yo, por ejemplo, no tengo las orejas perforadas. El mundo evoluciona. No podemos quedarnos atrás”.
* El País/ Página/12