Vie 06.06.2003
las12

Dejar constancia

El ciclo “El documental, la mujer y los movimientos sociales”, que se realizó en Buenos Aires la semana pasada, reflejó la avidez con la que jóvenes directoras de todo el mundo están abordando ese género para dejar registro de intensos movimientos que tienen a mujeres como protagonistas.

Por Sonia Santoro

Sudafricanas embarazadas con sida que intentan salvar a sus hijos por nacer. Una iraní que lucha por llevar agua a sus campos. Un grupo de mujeres rosarinas que trata de desterrar la violencia familiar. Las mujeres que cortan la ruta en el Conurbano bonaerense. La invasión colonial de los norteamericanos, según las filipinas. La constancia de las Madres de los Sábados de Turquía inspiradas en las Madres de Plaza de Mayo. Decenas de historias de mujeres, registradas y mostradas por mujeres, convivieron en el ciclo El documental, la mujer y los movimientos sociales, que se llevó a cabo la semana pasada en Buenos Aires, organizado por el Movimiento de Documentalistas.
¿Por qué son tantas las mujeres que toman una cámara y hacen un documental? ¿Por qué no hacen ficción? ¿Por qué prefieren hablar de lo que les pasa a otras mujeres? Estas preguntas resonaron entre los miembros del Movimiento de Documentalistas después del Festival Tres Continentes en la Argentina (2002), convocatoria para la que recibieron materiales de lugares tan distantes y distintos como Bangladesh, Estados Unidos, Holanda o Camboya. El 80 por ciento de esos videos estaba hecho por mujeres y trataba sobre movimientos sociales en los que participaban otras mujeres.
Fue así que el Movimiento decidió que la semana que anualmente dedican a reflexionar sobre el documental cruzara los dos temas. El ciclo comenzó con un debate el 27 de mayo, día del documentalista, en conmemoración al realizador argentino desaparecido por la última dictadura militar Raymundo Gleyzer.
Soledad Gonnet, coordinadora del ciclo, aporta algunos detalles de ese común denominador femenino:
–Los trabajos que hemos visto han aparecido como paradigmas de un mismo modelo en distintos lugares del mundo y empezamos a ver que la mujer tenía un rol muy protagónico en distintos aspectos, desde la procuración de la comida en los grupos de trabajo hasta la lucha por los derechos humanos, pasando por actividades de carácter comunitario o roles protagónicos en la militancia política. Y hemos visto que algo pasaba con las mujeres que aparecían como el entramado social que sostenía una estructura muy compleja. Como que salieron a cubrir un espacio que los Estados, por haber colapsado, han dejado de cubrir.
–¿Cree que tiene que ver con que la mujer parece tener más los pies en la tierra?
–Considero que la mujer tiene ciertas aptitudes en su personalidad y que tiene que ver con su capacidad organizativa. Entonces, es como que en realidad asume un rol público, un rol más evidente, más activo por las circunstancias porque no le queda otra que hacerlo sí o sí. Y aparece la necesidad de empezar a pensar y a reflexionar sobre su proyección social, sobre su identidad cultural. Una de las trabajadoras de Brukman decía que ella había entendido hace poco tiempo que podía luchar por sus derechos, que se había visto ante la necesidad de hacerlo y estaba muy contenta con ese rol. Aunque su situación social era por ahí más incierta, estaba teniendo más posibilidad de decisión sobre su vida. Estamos acá en la Casade las Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora, y son un ejemplo absoluto de la lucha por los derechos humanos y de la lucha y la subsistencia de la mujer que ha tenido que salir sí o sí, obligada por la necesidad y las circunstancias a tener un rol más activo. Esto no es nuevo. Lo que pasa es que en definitiva creemos que se están dando ciertas condiciones y condimentos que traen aparejados una cierta reflexión.
Entre los temas que surgieron en esos debates está el de la relación que se construye entre realizador y movimiento social: ¿objeto a filmar o especie de coproductor del producto final? “Muchos pasan y filman los movimientos y se van... Pero yo creo que la cabeza piensa donde los pies pisan... No lo digo yo, lo decía Pablo Freire”, acota Soledad, una militante del MTD de La Matanza. “No se los puede tratar como si fueran bichos: ‘Qué lindo este ranchito; este chico con el carrito está bárbaro’”, dice, del otro lado, Lucrecia Mastrángelo, fotógrafa y realizadora rosarina que presentó Refugios, un documental sobre cómo un movimiento de mujeres de Rosario trabajó el tema de la violencia familiar. La tarea que emprendió Mastrángelo junto a Nora Raschid, impulsora del movimiento Lola Mora de Rosario, se encuadra en la antítesis de una filmación tipo “ir al zoológico”.
Raschid es madre de 10 chicos. “Yo siempre fui pobre, pero nunca viví en un barrio como éste. Mis padres se separaron y yo trabajé de niñera desde que tenía 9 años. Hice toda la primaria y la secundaria en el centro, pero cuando me casé y vine a este barrio me parecía estar en el infierno. O hacía algo o me volvía loca o tomaba pastillas para no ver”, cuenta. Ese barrio de la periferia rosarina ni nombre tenía. Hoy se llama San Martín Sur, después del trabajo que comenzó Raschid hace unos 15 años. Sin darse cuenta, Raschid empezó a moverse y a movilizar a las mujeres del barrio. Con ese grupo hizo un censo, documentó al 80 por ciento de los chicos que no tenían documentos, armó una comisión vecinal, puso nombre al barrio, generó todo tipo de eventos culturales y de esparcimiento, hizo talleres de nutrición, violencia, sida y todo lo que pudo.
–Mastrángelo, ¿cómo se acercó al barrio?
–Porque yo egresé de la Escuela de Cine de Rosario y como trabajo de tesis quería hacer un documental sobre la pobreza, pero tratando de encontrar gente que no estuviera manejada políticamente. Cómo era un pobre, cómo era su vida cotidiana, con qué soñaban; desterrar un poco los prejuicios de la clase media: están ahí porque quieren, son vagos. Y en un lugar que estaba manejado políticamente me dicen: “Mirá, del otro lado de la vía hay una mujer que no la podemos enganchar nunca, es bárbara”. Y así la conocí, en el ‘93. Me maravilló. El primer documental fue sobre la pobreza y después de ése seguí conectada con ella y me empezó a contar cómo están abordando ese tema, que se autocapacitan, que se reúnen debajo de un árbol en la vereda y cuentan, y dije: “Esto también hay que filmarlo”. Este fue en el ‘99. Esos laburos empezaron a circular en las universidades, con charlas posteriores con ella. Y ella siempre dice las cosas muy claramente en los lugares donde las tiene que decir. Vamos a la Facultad de Psicología y dice: “Los psicólogos, así como están ahora, no sirven para nada porque van al barrio, nos usan, hacen un trabajo de campo y no van más, no hay lugares de contención para las víctimas”.
–Raschid, ¿qué pensó cuando la vio llegar?
–No lo esperaba, pero después me fueron pasando muchas cosas que yo no esperaba.
–¿Cómo ve a los medios?
–Son herramientas que uno tiene. Lo que pasa es que no sabemos los recursos, los derechos, los deberes que tenemos. Y tampoco sabemos cómo usarlos cuando los tenemos. Cuando me decían: “Hay que hacer la personería jurídica de la comisión”, yo les decía que no me importaba el documento, me importaba tener una identidad. Entonces a mí me parecía que una de las cosas eran los medios. Yo le había comentado a una chica que quería ponerme en contacto con un medio para que vengan, porque no saben que existimos, no les importa. Entonces, una vez que nos conocen, nosotros tenemos que quedarnos acá y los políticos tienen que venir. “¡Pero estás loca! –me decían–. Quién iba a querer venir acá.” Y pasó así. Todo empezó con una nota que nos hizo un chico de Rosario/12.
–¿Se reflejó esa identidad en el documental?
Nora Raschid: –Sí, somos muy nosotras.
Lucrecia Mastrángelo: –Lo significativo de esto, donde yo puse más empeño, es que en la pantalla uno no se reconoce porque el negro, el cabecita negra no aparece y tenés un modelo impuesto desde afuera. Entonces, lo que yo quiero trabajar cuando hago cine es que ellos se apropien de la producción y sean sujetos y no objetos. Son sujetos y lo que están haciendo tiene significación para ellos, y al verse en la pantalla grande yo creo que restituye dignidad: yo fui productor de cultura, yo puedo hacer esto. Y se sienten identificados. Y además, poder proyectar esto en esas comunidades porque la película no sirve si yo la hago para mi currículum personal y para que quede en una videoteca sino que la tienen que ver ellos, la tienen que manejar ellos y la tienen que usar ellos.
N.R.: –Lo que pasó con Violencia para mí fue muy fuerte porque la idea era usar todas estas estrategias para trabajarlas en el barrio, pero empezó a conocerse lo que hacíamos y nos llamaron de otros barrios para que vayamos a hablar del tema. Antes de tener el video empezamos con representaciones de violencia. Ahora vamos con el video y es muy bueno porque es muy llevadero.
–¿Qué les ha provocado ver los videos de lugares tan distintos?
L.M.: –A mí me parece interesante la posibilidad que tiene un documental de contar la universalidad de las cosas. Sobre todo el compromiso del realizador porque hay momentos que no sabés dónde está puesta la cámara para mostrar determinadas secuencias de la vida cotidiana de esa gente en lugares tenebrosos, pasillos; y hay momentos muy emotivos donde no hay amarillismo. Me parece que se nota mucho el compromiso del realizador. Porque uno está acostumbrado a ver los informes de la tele, sobre todo ahora, hechos muy a la ligera. Con las inundaciones de Santa Fe todo el mundo va, sí, hacen un informe fuerte de 5 minutos, donde siempre buscan el quiebre de la persona...
N.R.: –Hay una cosa que es común, la pobreza, el hambre, es igual en todas partes. Muchas mujeres deben ir a dormirse con dolor de panza porque no han comido, los chicos... hombres que se van a trabajar mal comidos, en todas partes es igual y la queja es la misma.

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