ESCENAS
La pícara gracia de la canción popular española de las primeras décadas del siglo pasado resurge desde un enfoque contemporáneo en la voz y la presencia de la española Cristina Bernal, alias La Bernalina, que estrena hoy su show de cuplés bajo el título Sicalipsis Now!, en el que rescata joyitas de antaño como “El tango de la cocaína” y “La diputada feminista”.
› Por Moira Soto
Esta noche, una cupletista del siglo XX que se fue al otro barrio en los años ’30 y resucitó hace poco, tomará por asalto el tablado del teatro El Cubo. Se trata de La Bernalina, una chica intrépida y salerosa que narra instancias de su agitada vida artística y privada en los ’20 y ’30, cuando el cuplé magnetizaba al público desde cafés, salones y teatros, entonados por legendarias intérpretes como La Fornarina, La Chelito, Raquel Meller, La Africanita, La Goyita... El cuplé, esa canción ligera con tendencias a menudo picarescas, llegó a Buenos Aires tempranamente: si le creemos a Enrique Cadícamo en Café de camareras, su crónica novelada de los barrios porteños a principios del siglo pasado, quizá la primera cupletista de origen argentino haya sido La Bella María, que causaba estragos en el bar Las Flores, de La Boca... Y entre otras muchas, vale recordar que Tania, antes de venirse hacia estos pagos en 1926, había cantado desde muy joven temas populares como “El relicario” en España; también a Azucena Maizani que supo ser cupletista en sus comienzos... Vale asimismo señalar que en tiempos más cercanos, intérpretes locales como María Gondell y María Heguiz recuperaron el cuplé en sus shows.
El espectáculo que protagoniza Cristina Bernal se llama Sicalipsis Now!, aludiendo precisamente a la oblicua provocación sexual de muchas de las canciones de este género llamado ínfimo. La acompaña al piano Marita Godínez (“un apoyo tremendo, un personaje más, claro, que más que acompañarme, sabe seguirme... y seguirme”, subraya CB), mientras que la dramaturgia es de Alberto Conejero, ganador en 2010 del Certamen Internacional Leopoldo Alas, para textos teatrales de temática gay, bi o trans, con su obra Clifft, acercamiento poético a la torturada vida del gran actor Montgomery Clift. La coreografía pertenece a Pilar Andújar y la dirección está a cargo de Nacho Sevilla. Este show se ofrecerá en nueve únicas funciones, los viernes y domingos a las 20 y los sábados a las 21 en El Cubo, Zelaya 3053. En el hall del teatro estará en venta el CD de La Bernalina, que incluye temas clásicos como “El grillo”, “La diputada”, “El tango de la cocaína” (“cocaína, mi asesina, pero calma mi pesar...”), “La regadera”, “Lo mismo que yo”, y otros creados especialmente para el espectáculo, apropiados para saborear toques picantes, sentimentales, políticos, siempre con un tono humorístico exaltado por las intencionadas interpretaciones de Cristina Bernal, virtuosamente acompañada por su pianista.
“Esta señora fue la que me introdujo en la música a una edad tempranísima”, dice Cristina Bernal señalando a Marita Godínez, una pianista que se precia de haberse dedicado a la música de la farándula, en horarios nocturnos, acompañando voces, orquestas, siempre con espacio para la improvisación. “A partir de los 5 me sentó al piano y me puso a tocar, venga. Años después entré en el Conservatorio y cuando llegó el momento de ir a la Universidad, decidí terminar la carrera de música y a la vez hacer la carrera de filología inglesa, pero ya estaba empeñada en hacer teatro. Por fin me fui a Madrid e hice mis estudios de Arte Dramático allí, en la Real Escuela Superior, donde tuve la oportunidad de mezclar teatro y música gracias a la disposición de algunos profesores. Y como yo tocaba el saxo, el piano y cantaba, al final de la carrera hice dos proyectos musicales en 2003: La ópera de cuatro cuartos, de Brecht, y el monólogo Flor de azar, que tenía cuplés intercalados, de un profesor que yo estimaba mucho y que había muerto mientras cursaba la carrera, Miguel Medina Vicario. A mí ya me gustaba el género, y me entusiasmé cada vez más: yo he nacido para esto, me dije. Empecé a investigar, me junté con Alberto Conejero con quien compartimos la afición, nos lanzamos a hacer espectáculos en lugares chiquitos, es nuestro pequeño gran frikismo...”
Entre las actuaciones más recientes de Bernal, figuran la versión teatral de Frankenstein, del argentino Gustavo Tambascio (“donde yo tocaba el piano, interpretaba a la novia del barón, también hacía a la relatora Mary Shelley en una adaptación más fiel a la novela que las del cine”) y la obra inacabada de García Lorca, Los sueños de mi prima Aurelia, en el Teatro de la Abadía de Madrid: “El director me dijo que quería hacer una reminiscencia de La Argentinita, que era tan amiga del poeta. Del taller de exploración se pasó a sumar otros textos inconclusos de Lorca, como Lola la comedianta, una preciosidad en verso a la que Manuel de Falla iba a ponerle música... De modo que canté “La canción del arbolé”, recopilada por Federico. Vamos a retomar Los sueños... en enero, en Madrid y en el Corral de Comedias de Henares, un lugar maravilloso del siglo XVII, todo de madera, que conserva la esencia de su origen”.
–No. En realidad hubo un resurgimiento a fines de los ’50, en los ’60, con Sara Montiel y Olga Ramos, pero rescatando el cuplé más light, todavía bajo el franquismo. Y quedó la Ramos ya mayor con un localcito en el centro de Madrid, un lugar del cuplé muy auténtico. Su hija ha continuado su labor pero sin innovar, repitiendo lo que su madre hacía tan bien. Ahora mismo, hay gente que de vez en cuando lo retoma y hace un espectáculo, pero sin ir más allá.
–Nos gusta desempolvar y rescatar temas: de “El tango de la cocaína” no se había hecho ninguna grabación desde 1927. También hacemos “El grillo”, “La diputada”, canciones que no figuran entre las más conocidas. En España se ha tomado más la copla, se la ha fusionado y reinventado.
–También hubo cupletistas varones, no te creas, aunque poquitos, que iba en dúo con la cupletista. Hay que tener en cuenta que la copla es más reciente, sus ritmos son más folklóricos: nace en los ’30, tiene su auge en los ’40, década en que el cuplé es marginado. El cuplé surgió desligándose un poco de la zarzuela, pero sumando influencias de todo el mundo: el vals, la polka, también del continente americano: el charleston, la rumba, el tango...
–Sí, es puramente madrileño, tanto que uno de los más famosos se llama Madrid. Es el baile típico de las verbenas, que bailan los chulapos y las chulapas. Tiene un instrumento propio, el organillo y también se baila en algunas zarzuelas. Hay cuplés que son chotis, nosotros hacemos uno.
–Claro que sí. En la copla siempre se tratan asuntos más serios, más trágicos. Al cuplé se lo denomina género frívolo, toca todo tipo de asuntos. En cierta forma, en las primeras décadas del siglo pasado, era como una crónica de lo que estaba pasando en la sociedad: se hablaba de los adelantos tecnológicos –la radio, el automóvil, el ascensor–, los deportes –el tenis, el esquís (dicho así), la equitación–, también hay muchos que llevan nombres de varón: “Robustiano”, “Cipriano”... Y están los de temática política: “La diputada”, “La sindicalista”, “La pequeña bolchevique”... Los de toros, de verbenas, y por supuesto, de amor. Y asimismo los relativos a las nuevas profesiones de la mujer: “La mecanógrafa”, “El batallón de modistillas”, “La masajista”. Una variedad increíble que te va relatando detalles de esas épocas. Cuando de pronto cambian las modas y de las rechonchas de comienzos de siglo se pasa en los ’20 a las mujeres más delgadas, con trajes que no marcan las formas, surge el cuplé “La mujer tabla”, que dice: “Hoy lo fino y elegante es que sea lisa toda, sin curvas ni por detrás ni por delante”.
–Totalmente una paradoja, sobre todo en la primera década del siglo XX, en que básicamente iban los hombres a ver estos espectáculos. Acudían algunas mujeres, pero no eran bien vistas, se ubicaban aparte, lejos del escenario. Luego, a partir de 1910, se empiezan a abrir un poco más los cafetines y cabarés, se inauguran lugares más grandes y confortables como el Trianón, que ya son teatros, no tugurios, digamos. En estos sitios, el cuplé se hace más popular, convoca a un público más variado y también deja de ser tan picantón, tan sicalíptico. Va pasando a ser un cuplé más de sentimiento, como el que hacía Raquel Meller. Aunque desde luego y por suerte, los tugurios no desaparecen.
–Yo no tengo conocimiento de autoras, aunque es probable que algunas cantantes intervinieran en las letras. En varias de las antiguas grabaciones que manejamos, además de las canciones, ellas hacen sus parlamentos, van matizando: supongo que eso era cosecha propia. Es muy del cuplé esto de cantar, parar para hablar, luego seguir con el canto.
–Pues sí, pero con mucha insinuación, sin nombrar las cosas directamente. Esa es la gracia y el atractivo del cuplé, que se puede apreciar doblemente en la época actual donde todo es tan obvio, tan explícito, tan a la mano. Y entonces, rescatar esto de la metáfora y el doble sentido, estimula imaginación, divierte, cada uno puede crear su propia imagen.
–Ese cuplé y “La pequeña bolchevique” ya son más del final de los ’20, principios de los ’30. Ya está el movimiento sufragista, llega la República. Por supuesto que la diputada se proclama feminista, está a favor del divorcio y también alardea de no haber cosido nunca un calcetín. Por su parte, la bolchevique dice que los lleva locos a los novios que tiene porque los quiere en pie de igualdad, ella elige con quién estar.
–Para este espectáculo, con Alberto Conejero nos pusimos a escuchar todo el material que conseguimos e hicimos una selección que permitiera articular los temas para contar una historia. Naturalmente, aparte de los que citamos y de los escritos especialmente para Sicaplipsis Now!, hay algunos cuplés que nunca fallan y que también queríamos darnos el gusto de hacer: “Las tardes del Ritz”, “La llave”, “La regadera”... “La machicha del higo traidor” es una adaptación de cuplé hecha para “La Bernalina”, su canción de presentación que justifica la resurrección de esta cantante en el siglo XXI, que trae su propia leyenda. Nos interesó reunir toda una variedad de cuplés, incluido uno más amoroso como “La casita”, y otro más sensual y que habla de la droga –como el de la cocaína–, “Fumando espero”. Mi personaje se presenta, cuenta su evolución como persona y artista hasta su desaparición durante la Guerra Civil, por golosa. Juega con la leyenda y la Historia. Porque la realidad es que llegó esa Guerra y aquello se acabó. Muchos artistas se tuvieron que exiliar, otros directamente no la contaron. Y los que se quedaron y trabajaron, tuvieron que sujetarse a una fuerte censura. Por cierto que hubo quienes lograron expresarse a pesar de todo. De manera escondida, las letras de los cuplés siguieron circulando.
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