Vie 09.12.2011
las12

EXPERIENCIAS

Las palabras y las cosas

Una tradición japonesa ya casi extinguida florece y se expande como una mancha de tinta en la Argentina. Se llama Kamishibai y es tanto un teatro de papel como una manera de contar cuentos ocultando a quien narra –y también a lo que lee– detrás de dibujos que van pasando mientras avanza la historia. Planta Editora, con la publicación del cuento “Los artistas del bosque”, de Daniel Link, fue la que sembró la semilla de la curiosidad sobre esta manera de contar que ahora recorre escuelas y centros de educación donde el estímulo es suficiente para generar las ganas de hacer, cada quien, su propio teatro de papel.

› Por Laura Rosso

El Kamishibai irrumpe desde una fina caja de madera pulida. Es íntimo, pequeño, exquisito. La experiencia requiere de luz y manos que deslicen las láminas del cuento –lenta o rápidamente según sea indicado– y, claro está, de alguien del otro lado dispuesto a viajar con esa representación. Los orígenes de este teatro de papel, callejero y portátil nos remonta al Japón de 1930 y mucho le debe, también, tanto a los viejos narradores de historias de transmisión oral como a los del cine mudo de aquel entonces. Es por eso que en el delicado juego del Kamishibai, texto, lectura e imágenes son los ingredientes necesarios para crear un mundo aparte. Al menos por un ratito.

Así lo relata Amalia Sato precursora del Kamishibai en nuestro país y especialista en literatura japonesa: “El Kamishibai disfrutó de veinte años de esplendor y en la posguerra del 45 fue motivo de alegría para niños y niñas en medio de tanta frustración y dolor. El rítmico golpeteo de las tablas de madera era lo que anunciaba la llegada del teatrista, y a medida que las láminas se deslizaban a través de la caja de madera, se creaba, hasta en el lugar más inhóspito, otro mundo.” Y, a renglón seguido, agrega que “los gaito kamishibaiya (o sea, los contadores de historias de papel) solían desplazarse en bicicleta cuya parte trasera sostenía una estructura de varios cajones destinados a las láminas, a las golosinas que acompañaban las funciones y a las monedas recaudadas. Sobre esa estructura se instalaba la misteriosa caja con puertas. Con el tiempo, estos teatristas o cuentistas se fueron extinguiendo, sin embargo aquella tradición perdura aún hoy en Japón donde es común encontrar librerías con secciones dedicadas a la venta de láminas”.

En nuestro país, una gran cantidad de narradores y narradoras, ilustradores e ilustradoras, musicalizadoras y pasadores de láminas participan en el renacimiento de esta forma teatral. El sello Planta Editora –que dirige Luciana Delfabro– ha decido rescatar del olvido y hacer su primera incursión en este formato a través de Planta Kamishibai que, con el asesoramiento literario de Sato, publicó “Los artistas del bosque”, un cuento de Daniel Link, con dibujos de María Guerrieri.

“Cuando Daniel me muestra este cuento –explica Delfabro– me pareció algo completamente distinto a la intención literaria que veníamos trabajando en Planta Editora. Por eso decidimos pensar un formato diferente para publicarlo. Por esos días casualmente conozco a la artista plástica María Guerrieri, de quien ya había visto su obra, y le propuse ilustrar el cuento de Daniel.”

María Guerrieri conocía los cuentos de Planta Editora por fanatismo propio: se los había comprado para ella. Tanto Las siete puertas, de Sara Gallardo, como Memorias de un niño bombero, de Alejandro Jodorowsky, o Eran tres amigos, de Héctor Oesterheld (por mencionar sólo tres de los títulos publicados por la editorial) poblaban su biblioteca. “Me gustaban tanto los autores como los artistas elegidos para ilustrarlos. Yo nunca había ilustrado un cuento pero siempre lo había tenido como deseo. Me acuerdo que de chica leía muchos cuentos del Centro Editor y me fascinaba ese mundo paralelo que se establecía entre cuentos e imágenes.” “Y en este caso –agrega Luciana– ese mundo paralelo que define María se hizo muy evidente y se cerraba en sí mismo, porque sus dibujos son muy fuertes desde lo visual.”

Estaba claro que el formato libro no era el más armónico para Los artistas del bosque –una pequeña fábula que el autor inventó para sus hijos y se los contaba antes de ir a dormir– y que comienza así: “Había una vez (no me preguntes cuándo, ni dónde) un osito que vivía en un bosque. Todos los días, cuando volvía de la escuela, el osito jugaba con sus amigos: la hormiga, la paloma, el lobo y el ciervo (ya se que estos animales no suelen jugar juntos entre sí, por eso esto es un cuento, por eso esto es una utopía).” “De golpe presentí que el ritmo del cuento de Daniel –recuerda Luciana– se ajustaba al formato del Kamishibai, que yo conocía a través de Ariana Ponzo, quien años atrás me había mostrado unas láminas que le habían traído de Japón. Las láminas se van pasando con una determinada cadencia, y las repeticiones que tiene el cuento en el nivel de la narración le daban una impronta más oral a esa historia en movimiento.” Así las cosas, todos pusieron manos a la obra, que en este caso era construir un teatro de papel.

Apenas salió editado “Los artistas del bosque” en formato Kamishibai, comenzó un recorrido por escuelas y bibliotecas. La idea fue llevar esta historia con su teatrito portátil para que chicos y chicas lo escuchen como parte de las actividades que se proponen en cada escuela. Y la experiencia resultó todo un acontecimiento. Como en la Escuela Belleza y Felicidad de Villa Fiorito, donde Fernanda Laguna –escritora, artista plástica y curadora– organizó esta actividad como parte de los talleres de arte que allí se despliegan. Cuenta Laguna: “La experiencia fue genial, los chicos que tienen entre 5 y 13 años se engancharon mucho con el cuento de Daniel y con la magia de los dibujos de María presentados en el Kamishibai. Luego organizamos un taller para inventar historias y dibujarlas y más tarde presentarlas en el teatrito. Fue muy divertido ver cómo se resignificaron los trabajos al enmarcarse. Además sucede algo atemporal que pone a todos los trabajos de todos los tiempos en un mismo nivel. Pero no hablo de un nivel de calidad, si no que todo se vuelve espectáculo”.

Planta Editora sigue recibiendo invitaciones de escuelas y bibliotecas para ir a contar cuentos con este formato. Y la percepción es que el trabajo con el Kamishibai abre, sin dudas, un espectro novedoso. “La cajita tiene algo de televisivo –arriesga Delfabro– y los chicos se quedan automáticamente prendidos, la historia en movimiento va pasando y la pregnancia de las imágenes agrega un componente particular.” ¤

Contacto: [email protected]

Cómo leer Kamishibai

Se ponen las láminas con el dibujo hacia el frente y se lee el reverso. Luego se pasan sucesivamente las láminas y se lee el texto que cada una tiene detrás, y se continúa de esta manera hasta el final, momento en que se cierran las puertas del teatrito para terminar la función. Algo así como la caída del telón.

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