Vie 09.12.2011
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EL MEGáFONO)))

El amor no es un arma letal, el machismo sí

› Por Ruth Zurbriggen *

Cuatro femicidios en La Plata: Bárbara Santos (30), Susana Bártole (60), Micaela Galle Santos (11) y Patricia Pereyra (30). Tres generaciones, un mismo destino: asesinadas a manos de un único sospechoso, Osvaldo Martínez (27), pareja de Bárbara Santos. El poder de muerte del femicida fue infalible, certero y sin treguas. Su potencia constituye un mensaje para todas las mujeres, para otros asesinos y para la sociedad toda.

Los cuerpos sin vida fueron hallados horas después de que en el mundo realizáramos manifestaciones para exigir un alto a las variadas formas de violencias contra y sobre las mujeres. La cultura heteropatriarcal está enraizada en la urdimbre de todas las relaciones sociales. Penetra, perfora, se funde y confunde. Su dominio tiene efectos sistémicos. Los femicidas son varones que consideran a las mujeres objetos prescindibles, desechables, maltratables, violables, matables. Constituyen el rostro más siniestro de un machismo que apesta.

Vivimos en un país asesino de mujeres. Argentina está habitada por varones cuyo goce, frustración y poderío se inflige especialmente contra la corporalidad de mujeres; las instituciones y las políticas públicas parecen no encontrar barreras claras para frenarlos. Las estadísticas aportadas por el Observatorio de Femicidios Adriana Marisel Zambrano, de La Casa del Encuentro, dan cuenta de que en el país matan a una mujer cada 30 horas por violencia de género.

No son hechos aislados. Tipificarlos bajo la categoría de femicidios es una urgencia, mal que les pese a amplios sectores de la Justicia penal. Aspiramos a que los femicidios no queden impunes; aunque nuestro activismo utópico se enlaza con la pretensión de comunidades capaces de producir y crear cambios radicales para las relaciones de poder existentes entre los géneros. Una comunidad que transforme las violentogénicas estructuras patriarcales, heterosexistas, adultistas, racistas.

El amor no es un arma letal, el machismo sí.

Las discriminaciones son producto de la intolerancia a la diferencia. “Lo que se rechaza es el modo del goce del otro[a]”, sostiene Ana María Fernández. Una especie de resentimiento varonil cuyo cuartel de invierno parece ser el llamado amor. Asistimos a discursos que echan mano al crimen pasional, los celos, el amor que se convertiría en un arma letal. Relatos en clave de anécdota que todo lo despolitizan. Esa despolitización se funde con el paquete de potencias que componen la fuerza heteropatriarcal, sedimentada en el imaginario colectivo.

Una operación beneficiosa para el continuum de la violencia sexista es la privatización de lo doméstico; lo doméstico no es privado sino privatizado. Cuerpos individuales, vidas particulares sin estatuto de existencia colectiva y universal. Si las tres mujeres adultas y la niña hubieran sido asesinadas acaso por la represión policial –aventuro– estaríamos ante extensas y saludables manifestaciones clamando por justicia.

Sin embargo, la cuestión personal es política. Resulta una provocación seguir produciendo retóricas críticas agudas que pongan a disposición más herramientas teóricas capaces de mostrar que, en pleno siglo XXI, para las mujeres –pese a las innumerables resistencias– aún no existen tiempos de paz.

* Activista de la Colectiva Feminista La Revuelta, profesora y especialista en Estudios de Género.

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