Según una encuesta realizada por el Ministerio de Industria de la Nación, poco más de la mitad de las pymes del país están dirigidas por mujeres. Las12 entrevistó a un grupo de empresarias en su terreno de acción para conocer sus historias, saber cómo llegaron a esos puestos y cómo se ve el mundo desde allí.
› Por Elisabet Contrera
Las historias de las mujeres que aparecen en esta nota tienen puntos en común: provienen de familias de emprendedores y crecieron entre ideas y máquinas; algunas cortaron con el hilo de sucesión masculina y otras salvaron proyectos en peligro de hundirse. No resignaron sus deseos de ser madres, pero sí de serlo a tiempo completo. También aprendieron a ejercer el poder de otra manera. No hay lugar para decisiones verticalistas y sí para abrir el juego a otras voces, a negociar y buscar el consenso, aunque a veces les cuesta delegar o se desbordan al pensar que todo depende de ellas. Las pymes son un elemento central de cualquier economía sana. En Argentina, en los últimos años se constituyeron en uno de los motores del crecimiento y, lo más novedoso, se convirtieron en un espacio de conducción de las mujeres.
Laura Lerin tiene 32 años y es socia gerente de Lerin SRL, una empresa dedicada al montaje de revestimientos en aluminio radicada en Lomas de Zamora, zona sur del conurbano bonaerense. Cuenta con 35 empleados y entre sus clientes figuran grandes firmas como Metrovías, Firestone, Roggio y Techint. “Empezamos haciendo trabajos de obra civil, con pequeñas reparaciones en consorcios de la zona y después nos fuimos especializando en fachadas de edificios”, detalla.
Su escritorio está lleno de papeles y carpetas, el ruido de las máquinas y de los hombres trabajando en la planta baja se filtra en las oficinas del segundo piso. Tenía 19 años cuando decidieron con su hermano iniciar el proyecto. “Yo armaba los presupuestos y los mandaba por email a los clientes, mi hermano con balde y cuchara en mano arreglaba lo que había que arreglar. Era medio en chiste. Un día sonó el teléfono, llamaban de una empresa súper importante y recuerdo que lo atendí en malla. Ahí decidimos formalizar la cosa”, recuerda entre risas.
Parte de su vida está en la empresa. Cuando terminó sus estudios terciarios de cine y televisión decidió probar suerte y se alejó por un tiempo de la oficina. “Me desilusioné de la carrera y volví. Esta vida me tocó estar acá, me fui y extrañaba, quería estar acá, siento que es donde tengo que estar”, reafirma.
Julia Hernando de Aguirre es vicepresidenta de Saturnino Cabezón SA, con una larga historia en la producción de indumentaria deportiva y protección para el/a deportista. La empresa era de su abuelo. “Era un agricultor español con mucha iniciativa y ganas de hacer cosas diferentes. Su primer producto fue la corbata tejida y luego encontró la veta de la protección deportiva”, señala.
Creció entre ovillos de hilos y grandes rollos de telas. “En las vacaciones de verano del colegio venía a trabajar. Poníamos los productos en las cajitas. No me gustaba mucho, pero lo vivía como algo natural”, recuerda. Cuando su abuelo falleció, el mando de la firma no pasó a su mamá, sino a su padre (“era la hija del dueño. No estaba la equiparación de género como ahora”, explica Julia) y tras la muerte de éste, la empresa pasó a manos de ella y sus dos hermanos.
Hoy, a sus 65 años, es una de las cabezas de la empresa, con más de 90 empleados. Está tranquila porque la cuarta generación familiar está en las mismas filas. “Me parece bueno que siga en la familia, pero no quiero que sea una obligación trabajar acá. Si es por imposición, no vas a ser feliz ni creativo, no vas hacer las cosas bien”, asegura.
La historia de Fabiana Cieri está marcada por el espíritu emprendedor, pero su camino es más dificultoso. Tiene 35 años y es socia gerente de Civemaq SRL, una pyme que fabrica maquinarias para la recuperación de materiales termoplásticos. “Es una empresa familiar, mi papá fue uno de los pioneros en producir estas máquinas. La marca es Cisca y está hace más de 40 años en el mercado”, informa. Funciona en la localidad de Ramos Mejía, partido de La Matanza.
Cuando tenía 12 años, iba de visita a la empresa y oficiaba de secretaria ejecutiva (“era un juego para mí como hoy lo es para mi sobrina”, cuenta risueña), hoy dirige la empresa, está a cargo del personal, tiene vínculo directo con delegados y sindicato, y junto a sus dos hermanos piensa estrategias para mantener la firma en pie. “¿No son hermosas?”, pregunta al señalar las máquinas fabricadas primero por su padre y ahora por ella y sus empleados.
Susana García Hunt tiene 65 años, es psicóloga y vive con su marido en Adrogué, también al sur del conurbano. Dividía su día entre su familia y sus dos trabajos, como asistente social de la municipalidad de Lomas de Zamora y en gabinetes psicopedagógicos de los colegios. Un día de 2008 junto a su marido y su hijo decidieron crear la empresa CTeam, dedicada a brindar soluciones informáticas, electrónicas y de seguridad a las empresas.
“El especialista es mi hijo. Venía haciendo laburos por su cuenta, pero no daba abasto y cada vez tenía más clientes importantes. En ese momento decidimos crear la SRL. Yo sigo en mi salsa, porque me ocupo del personal. Siempre soñé con trabajar en el área de Recursos Humanos de una gran empresa, hoy lo dirijo pero en la propia y a mi edad”, remarca el logro. Hoy tiene entre sus clientes a empresas como Metrovías, Telecentro y Línea General Roca.
Florencia Carini es del pueblo Santo Domingo del distrito de Maipú, provincia de Buenos Aires. “Son 15 manzanas en el medio de la nada, es muy lindo y lo más hermoso es la gente”, resalta. Tiene 31 años, estudió diseño industrial con orientación en indumentaria en Mar de Plata y volvió a su lugar de origen para iniciar su propio proyecto: creó la marca Visceral, una línea de zapatos y complementos fabricados en base al mondongo vacuno curtido.
“La idea surgió durante la preparación de mi proyecto de graduación. Busqué un diseño sustentable e innovador que utilizara materiales que no son explotados al máximo. Mi objetivo era trasformar un material despreciado en objeto de deseo”, explica. Hoy la producción es artesanal y de venta directa en la playa, pero tiene la voluntad de crear la primera fábrica de su tipo en el pueblo.
Conducir una pequeña o mediana empresa no es una tarea simple y en el caso de las mujeres, se suman las cargas de género. Algunas se sintieron discriminadas, otras menospreciadas, pero todas le hicieron frente con decisión y seguridad. Ninguna dio un paso atrás. Tampoco copiaron las formas de ejercer el poder de los varones, sino que construyeron nuevas fórmulas a la hora de vincularse con sus pares, sus empleados y tomar decisiones.
Julia Hernando se hizo cargo de la textil en un contexto difícil. Ella vivía junto a su familia en el sur del país y tuvo que volver a Buenos Aires porque su papá estaba muy enfermo. El cambio de mando del padre a los hijos generó tensiones. “Los empleados nos conocían de chiquitos. Sabían que éramos trabajadores, capaces y eso no pasa por una cuestión de género”, recuerda como dato positivo. “Sí hubo roces con algún que otro proveedor que desconfiaba y decidimos no trabajar más con ellos. También te encontrabas con alguna Cámara un poco más machista que otra, pero para nosotros nunca fue un problema”, señala. “Para mí nunca fue un problema en la vida”, acota.
Aprendió a ejercer su rol de otra manera y tomó para ello su propia experiencia como empleada. “Apenas salimos de la universidad (estudió administración de empresas), empezamos a trabajar en la empresa. Veníamos con espíritu renovador, pero no nos permitían hacer los cambios”, recuerda. “Esa experiencia la tengo muy presente. Es importante transmitir la experiencia, pero también permitir las cosas nuevas. Uno no es dueño de la verdad y hay que permitir a los jóvenes traer la actualidad. Creo mucho en la tormenta de ideas, donde cada uno aporta su visión”, se define.
La transición de Fabiana Cieri fue difícil. La crisis no fue gentil con sus maquinarias. “Había pasado la malaria de 2001, pero arrancamos justo con el auge de las importaciones que no nos benefició”, recuerda. “Contratamos a todo el personal, respetando su antigüedad. Fue complicado por el hecho de ser mujer, meterme con los sindicatos, con los proveedores, los clientes que te subestimaban por el género y por la edad”, recuerda. “Cuando me conocían me terminaba diciendo ‘¡ah, pero vos sabés!’”, ejemplifica. “En el sindicato (la Unión de Obreros Metalúrgicos) costó un poco, me decían la dama de hierro, porque me veían fría. Hoy tenemos buena relación, me gané su respeto, se dieron cuenta de que vamos por lo mismo, mantener las fuentes de trabajo”, remarca, aunque a veces no pudo cumplirlo. En 2009, tuvo que suspender a los empleados y desde la apertura hasta hoy bajó la cantidad de trabajadores. “Empezamos en 2005 con 25 empleados y hoy son 17. Algunos me dicen si te va mal, cerrá, pero yo no podría echar a la gente tan livianamente, no podría dormir sabiendo que hay 17 familias que no tienen para comer”, explica. Le gustaría dejar de ser la jefa “multifunción” y aprender a distribuir y delegar tareas, pero no tiene estructura. “La pyme es como un restaurante que dice atendida por sus dueños, uno es multifunción, hago los sueldos, atiendo a la gente, me falta ponerme un overol para irme abajo. Tenés que hacerlo porque somos pocos y por cómo está la situación no da para ampliarlo”, aclara.
Susana García divide sus días entre su empresa y el trabajo en el municipio. En ambos espacios su función principal es el trato con la gente y la mediación. “Mi marido se encarga de números y de las compras, mi hijo de los productos. A mí me gusta el trato con la gente, mi hijo es muy drástico y a mi marido a veces se le vuelan los pájaros”, confiesa. “Soy defensora de los derechos de las mujeres. Es importante completarse. La mirada del hombre es una y la de la mujer es otra. En lugar de decir esto o lo otro no sirve, mejor tomar lo bueno de cada cosa y completarlo”, plantea. En el medio de la entrevista, atiende a uno de los empleados. En forma amable y firme, le entrega el recibo de sueldo, la caja navideña y los buenos deseos y le pregunta si se sumó al foro virtual donde los empleados se enteran de todas las novedades de la empresa. La base del éxito, según ella, es el diálogo y el trabajo en equipo. “Todo tiene que ser conversado, cuando hay que tomar decisiones nos ponemos de acuerdo, cuando uno toma una decisión solo, ahí se arma. No es fácil, pero hasta ahora lo venimos llevando bien”, considera.
Para Laura el proceso fue natural. Ni los proveedores ni los empleados hicieron diferencias con ella por ser mujer. Ella está a cargo del área administrativa, su hermano de los revestimientos de aluminio y su pareja del área técnica. Una de las tareas administrativas es el personal. “Trato de conocerlos a todos. En un momento yo los tomaba, les pagaba el sueldo, les hablaba, le daba la ropa, le mandaba a bordar la ropa, pero hoy hay gente que no conozco”, cuenta.
Uno de los problemas que trajo ese crecimiento, según ella, es la organización interna de la empresa y la imposibilidad de delegar en otros. “Tratamos de organizarnos pero no se puede, tenés que estar pendiente de muchas cosas a la vez. Cosas que podés solucionar más rápido que un empleado”, explica.
“Seguimos trabajando como en aquella época, pero hoy tenemos un volumen de trabajo que requiere de áreas bien divididas, con órdenes claras, con responsables de cada tarea. Estamos atacando el problema en este instante”, dice y señala a Paula, una amiga de la infancia e ingeniera que acaba de contratar para que resuelva los problemas de planificación. “Hace 20 años que no la veía y nos reencontramos cuando se enteró de mi embarazo. Ahora trabajamos juntas”, cuenta alegre.
En Santo Domingo, Florencia no tiene empleados, taller ni local de venta. Su gran apoyo es la familia. “No sólo hay un espíritu emprendedor muy arraigado, sino que hemos encontrado la manera de encauzar toda esta fuerza en una misma dirección; mi mamá que es una artesana multifacética, con mi hermana nos complementamos en la administración y producción, una de mis cuñadas se dedica a la fabricación de accesorios y mi cuñado, que dio la casualidad que está especializado en fotografía de modas, ahora se encarga de la imagen de la marca”, cuenta.
Hoy el trabajo es artesanal y es de venta directa en las playas. En su momento, viajó a Buenos Aires en la búsqueda de un taller de calzado. “Fue un poco complicado porque eran pocos pares y al ser un material diferente nadie se quería complicar con esta miniproducción, luego de buscar y buscar logré tener dos modelos para la venta.” Sin embargo, la necesidad de aumentar la producción aumentó los costos fijos y los plazos de entrega y finalmente dejó a un lado la tercerización.
Uno de los principales obstáculos que enfrentan las mujeres es el poder combinar la vida personal con la empresa. Según la encuesta, las mujeres “son más propensas” a focalizar sus esfuerzos en la empresa y dejar de lado la posibilidad de formar una familia, a diferencia de los varones que tienen dos hijos promedio. En las historias narradas en esta nota, las mujeres escapan a esa estadística y dan cuenta de la posibilidad de congeniar ambos mundos.
Laura cambió su rutina seis meses atrás cuando nació su bebé. Los días posteriores fueron un caos. “El día del parto trabajé como cualquier otro. Fue un lío porque se adelantó un mes y había organizado todo para otra fecha. Me salvó mi hermano, estuve 15 días en casa y después me tuve que venir para acá. Al principio venía un par de horas, pero ahora ya está. No tuve esos tres meses de licencia”, señala.
Tiene todo planificado para cumplir con sus dos obligaciones. “Intento estar 8.30 en la empresa, pero casi nunca lo logro. A las 8 llega la niñera y entre indicaciones y vueltas, salgo tarde. A las 12 dejo la oficina para ir a casa porque se va la niñera y vuelvo a las 14 cuando mi hijo queda con mi suegra. Sigo trabajando hasta las 18 para estar a las 19 en casa, cuando el nene empieza a llorar”, cuenta extenuada.
“Fue todo un tema en la oficina. Un hijo le da otro sentido a la vida. Tenemos reuniones de coordinación y nadie entiende que me tengo que ir, porque me espera mi hijo”, cuenta. “Igual aprendí que el que no me puede entender, es problema de esa persona. Yo pienso dos segundos que mi hijo está llorando y me voy”, sostiene. “Le dediqué 20 años a esta empresa, día y noche, ahora quiero dedicarme a mi bebé”, remarca.
Julia conformó su familia en el tiempo que se alejó de la empresa. “Al año y pico de casarme, a mi marido lo destinan al sur y me voy a vivir con él a Comodoro Rivadavia. Estuve allá diez años. Fue una etapa diferente de mi vida. Y siempre digo que Dios me dio una manito porque fue el momento en el que tuve a mis cuatro hijos. Me permitió ser una mamá tiempo completo”, resalta.
Cuando se enteró de que su padre estaba muy enfermo, volvió a Buenos Aires y se hizo cargo de la empresa. “Volví el 3 de diciembre del ’92, el 10 estaba acá, me estaban esperando”, precisa. ¿Creés que si hubieras estado en Buenos Aires habrías tenido tus hijos? , pregunta la cronista. “No sé si hubiera tenido cuatro. Sí habría sido distinto, porque hubiera compartido el horario de trabajo como tantas mujeres con la maternidad. Lo hacen la mayoría de las mujeres y de hecho mi hermana lo hizo, traía a su hijita recién nacida”, responde.
Logró cumplir con doble rol, pero recuerda la sensación de estar siempre a las corridas. “Mi mamá me ayudó. Tres de los chicos iban a jornada completa en el colegio, pero me la pasaba corriendo. Los llevaba al colegio, venía para la oficina, después iba a buscarlos. Luego llegaba a casa y empezaba el momento de la mamá. Me metía al cuarto por 25 minutos, me despejaba y luego salía la mamá que se ocupaba de todo”, relata.
“A veces tenía un poco de culpa. Veía a las otras mamás que esperaban tranquilas en la escuela, que se juntaban a tomar el té y yo nunca podía. Pero un día una de mis hijas me quitó esa culpa. Me contó de la mamá de una compañera que no trabajaba y que la veía triste, perdida. Ahí me di cuenta de que habían recibido bien el mensaje”, reflexiona.
Fabiana está casada y tiene una nena de dos años y medio. “Antes de tener a mi hija trabajaba hasta cualquier hora. Me llevaba trabajo a casa. Cuando tuve a mi hija me dije ‘no puedo seguir con esto’ y me impuse un horario corrido hasta las tres de la tarde, pero a veces no lo puedo cumplir”, confiesa.
“Es complicado separar la empresa de la casa, salgo con una carga de estrés importante. Cuando tenés problemas económicos, no llegás a fin de mes, estás constantemente en cortocircuito. Llegaba a mi casa y toda esa carga la absorbía mi hija”, cuenta. “Ahora trato de relajarme en el camino y juego mucho con ella”, resalta. “Formar a mi hija es una prioridad, no quiero que me reproche cosas, que no me cuente cosas porque perdió la confianza, porque soy una desconocida. Lo vi en otras mamás y no quiero.”
“Todos los años crecemos al ciento por ciento”, resalta Laura Lerin. “Pero a la vez ese crecimiento nos hace vivir en crisis permanentemente, porque hay readecuar el lugar. Ya nos mudamos tres veces y ya tendríamos que mudarnos de nuevo”, cuenta. Su objetivo es seguir sumando como clientes a grandes empresas y empezar a planificar la mudanza a un parque industrial.
“Es una empresa familiar, la base es que no afecte a la familia. El día que genere problemas o no nos haga felices ya no tendrá sentido seguir. Por más que facture un montón no sirve. Esto es sudor y lágrima. La pasamos muy mal por las presiones, pero nos da mucho orgullo porque lo hicimos de cero, no le pedimos nada a nadie, salvo a mi papá que nos dio la idea y una computadora”, remarca.
Julia Hernando está feliz por el recorrido hecho. “Tenemos una trayectoria de muchos años y de la cual estamos muy orgullosos, me gusta cumplir con la palabra empeñada y hacer las cosas bien, más allá de las cuentas y los beneficios”, sostiene. Uno de los proyectos futuros es crear una planta nueva. Un préstamo otorgado por el Ministerio de Industria de la Nación le permitirá concretarlo. “Además queremos renovar las máquinas, cambiar la tecnología en el corte, la tejeduría y en la confección”, adelanta.
Para Susana, su mayor prioridad es armar un grupo de trabajo sólido y capacitado. “No les podemos pagar sueldos muy altos y muchos se van. Respetamos los convenios pero tenemos salarios estándar. Son chicos jóvenes, que vienen de escuelas técnicas. Queremos pagar mejor y armar un grupo estable, con nuestra impronta, que se manejen como un equipo de fútbol, donde las individuales sirven, pero lo más importante es confiar y complementarse con el otro”, remarca. “Es todo un desafío y más a mi edad. Yo voy a seguir trabajando hasta que me muera y en contra del mandato social que dice que a una edad determinada hay que retirarse a descansar”, resalta.
Para Fabiana, su mayor preocupación es poder mantener las fuentes de trabajo. “Quiero que la gente que me banca todo los días se pueda jubilar acá, que no tenga miedo que el año próximo cierre”, sostiene. Y para Florencia, abrir el primer taller para la fabricación de calzado en Santo Domingo. El programa Capital Semilla de Sepyme, dependiente de la cartera de Industria, le permitió acceder a acompañamiento técnico, capacitación y financiero para llevar a cabo el proyecto. “Está orientado a jóvenes emprendedores que no encuentran forma de financiar sus proyectos a través de otras instituciones como ser bancos o financieras”, explica. “Siempre soñé con realizar un emprendimiento en mi pueblo y lo veo cada vez más cerca”, celebra.
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