DIEZ PREGUNTAS > A LIDIA BORDA
–¡Si es por eso que vivo en estado de inconsciencia permanente! Cuando hago un disco, omito pensar comercialmente. ¡Y es inconsciente! Pero al final me gusta el resultado. No se trata de rescatar nada, sino simplemente del gusto por lo menos conocido, hurgar en los intersticios. Hay cosas que merecen ser reinterpretadas, reescuchadas. “La gola se va y la fama es puro cuento”; lo que quedará es lo que una hizo. Mayormente trato de que sea con convicción y placer.
–Mi barrio de la infancia es Villa Bosch, aunque también andaba por San Martín, porque nací allí y mi padre vivía allí, y yo pasaba bastante tiempo con él y mi familia paterna. Eran geografías algo distintas a las de los barrios de Capital, lo siguen siendo. Ahora vivo en Parque Patricios y un poco siento haber encontrado aquí algo de eso que me gusta, cierto aire de calma provinciana a un paso del centro porteño. Pero también, al pensar en paralelo con Manzi, tuve una infancia de visitas al pueblo de mi madre, Lincoln, y esos viajes me marcaron a fuego en la retina el paisaje del campo, el pasto que se junta con el cielo, la soledad y la quietud, la siesta silenciosa y caliente del verano, la tierra seca entre los dedos, el andar calmo de los pueblerinos. Por eso, entre otras cosas, entiendo que Manzi se parara en 24 de Noviembre y Garay a mirar hacia el sur.
–La emoción aparece inexplicable, sin traducción, una no la convoca. Aparece en las letras, en la música o en algún recuerdo que emerge también desde esas canciones. No hay costo, es pura ganancia, aunque a veces duela un poco.
–Daniel Godfrid y Ariel Argañaraz. Mis dos compañeros de rutas musicales. En 2011 compartimos momentos especiales. Viajes, mucha música, proyectos y también alguna pequeña frustración. Y eso es sólo posible si hay afecto profundo. Es lo que más valoro en mis relaciones.
–Todos, si no no los elegiría. Cada cosa que canto tiene que hacerme cimbrar, en algún momento, algún punto de mi sensibilidad.
–Un deseo profundo que es casi una utopía, pero es lo que deseo desde que recuerdo: el final de la inequidad, de la injusticia. No son términos subjetivos, son concretos. No puede ser que en esta época un chico que no tiene veinte años todavía sea el caballo de un carro lleno de basura. Lo vi hoy mismo, de frente, con su mirada clavada en la mía, agachado a noventa grados, con la cabeza alzada, silente, arrastrando el carro con la fortaleza que sólo los desposeídos pueden tener. Eso, entre otras tantas cosas, me avergüenza.
–Son dos personas increíbles. Con Rita tenemos una amistad “in crescendo” desde el año pasado. ¡Y Noy es ese duende nocturno que todo lo ve! Con ellos y con Carolina Peleritti, Dolores Solá, Laura Peralta, Teresa Parodi y muchos músicos más hicimos en 2011 “La jaula abierta”, una idea que barajamos en el aire percibiendo una especie de necesidad colectiva de reunión, al estilo de las peñas. Creo que esa necesidad se manifiesta en lo últimos tiempos en todos los ámbitos de la sociedad. Y nosotros lo aplicamos a lo que hacemos habitualmente, la música.
–Al deseo profundo, ése que emerge a pesar de uno mismo, que rompe barreras y preconceptos, que se manifiesta sin permiso, sin piedad.
–No sé, debería pensarlo con más detenimiento. Tal vez algo relacionado a la enseñanza de la música en las escuelas, acercar a los niños desde la sensibilidad, la intuición, que está tan latente en la infancia. Igual, los programas de educación nunca me terminan de complacer, ¡hay tanto para mejorar! Pero para eso elijo legisladores. Hay que aprender a delegar, ¿no?
–La primera que me hizo repensar el tango fue Susana Rinaldi. La escuché a los 16 años en un vinilo de mi amiga Cecilia, dedicado a Cátulo Castillo. Era la época en la que el tango me daba pudor. Muy adolescente pensaba que era música de viejos y escondía mi gusto por cantarlo. Ella cantaba allí “La última curda”. ¡Casi muero! La Rinaldi hizo un quiebre, una ruptura en el arco interpretativo de las mujeres. A las mujeres siempre nos ha costado la libertad, incluso a las que pensamos un poco más abiertamente. Por eso cuando cantan con libertad, como Susana, como Mercedes, como la Herrero, por nombrar sólo argentinas, para mí es algo liberador en mi propia alma. A su manera también Mercedes Simone fue referente en ese sentido, y Ada Falcón, o la Quiroga, nombrando tangueras de antes, fueron mujeres que “mostraban la hilacha”: se les escapaba por algún costadito el alma libre.
* Lidia Borda ganó el Premio Gardel a la Música versión 2011. Su último disco, Manzi, caminos de barro y pampa, es un recorrido geográfico entre el campo y la ciudad de la obra menos visitada del poeta. La acompañan Luis Borda, Daniel Godfrid, Ariel Argañaraz, Pablo Guzmán, Rolando Goldman y Norberto Di Bella. Se presentará los viernes y sábados de enero en el Centro Cultural Torcuato Tasso (Defensa 1575).
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