MúSICA
Con dos discos y una corta carrera musical, la danesa Nanna Oland Fabricius se acopia de un lugar en la crème del pop, con shows lisérgicos y canciones que oscilan entre lo onírico y lo cinematográfico.
› Por Guadalupe Treibel
En una ocasión, un periodista le preguntó a Nanna Oland Fabricius (aka Oh Land) cómo describiría sus shows; ella, sin más, lanzó: “Es como ver a Mary Poppins en ácido”. La referencia drogona aspira a un estado lyncheano de extrañamiento y entresueño: sea rodeada de globos donde proyecciones de cabezas parlanchinas hacen –las veces– de coro, sea acompañada por músicos con caretas animaladas, en el vivo la danesa invita a esperar lo inesperado y traza la línea que separa el pop hipster de la excentricidad con inspiración a-lo-Björk. Como una Alicia que crea su país de maravillas, repite fórmula en programas televisivos, festivales y videos, forjando una fama que la deposita en escenarios del mundo como “nueva promesa del pop”.
Siguiendo esa línea, quizá sea el clip “White Nights” la versión más acabada de su imaginario: cual viaje onírico, allí Nanna se vuelve unicornio, baila entre niños oso, niños lobo y otras faunas, echa pasos tribales, recorre escenarios imposiblemente geométricos, juguetea con personajes futuristas, entre otras preciosas demencias visuales. “Cuando era pequeña, no pensaba en Barbies o juegos de mesa; creaba mi propio universo. Nada ha cambiado, excepto que, ahora, mis padres no son mi única audiencia”, asegura la blonda con aires de Claudia Schiffer que aún se debate entre si habrá o no duendes en los bosques de su Dinamarca natal y se maravilla cuando recibe tweets de fanáticos de Malasia.
Con dos discos en su haber (Fauna, de 2008, y el homónimo Oh Land, de 2011), la jovenzuela de 26 ha llamado la atención de las Américas y Europa, recibiendo comparaciones con artistas como Robyn, Feist, Lily Allen o (las más generosas) con Björk por sus temas dance-pop y R&B. Para ella, se trata –sencillamente– de temas pop que oscilan entre lo onírico y lo cinematográfico, donde los lyrics abren paso a cuentos de hadas imposibles (en “Wolf & I”, de su segundo LP, por ejemplo, la balada se funde en fábula para retratar el triángulo amoroso de un lobo, el sol y la luna), cariños partidos, historias de obsesión, puntos autorreferenciales, entre otros etcéteras.
Así y todo, Nanna no quiso dar nombre propio a su proyecto. ¿Por qué? En sus palabras: “He visto a muchos artistas volverse un producto y no quería que me ocurriera lo mismo. Oh Land es la música que brota de mí. Pero leer el libro no significa leer al autor”. Mal no le ha ido, con piropos de críticos que, por su segundo disco, le propinan frases del tipo “una metralleta pop que no falla en sus tiros” o “una emboscada placentera”. El primer LP, sin embargo, ha quedado fuera del radar de muchos (no fue lanzado internacionalmente) y responde a una búsqueda más críptica y dramática, menos convencional, con melodías rotas sobre bases electro y un piano onmipresente. “Es un poema de diez canciones”, definió –antes de cambiar la fórmula por temas más bailables– la mujer que bebe whisky Woodford Reserve on the rocks y viste sombreros vintage, que se enoja cuando la piropean en la calle y tuvo su pequeño gran gesto de rebeldía a los 16...
Una década atrás, Nanna avisó a sus padres que se iba de casa, de las afueras de Copenhague a la gran manzana, para estudiar ballet. Ante las reiteradas negativas, cambió de locación, envalijó su tutú y partió para Estocolmo, donde sería alumna de la Royal Swedish Ballet School durante tres años. A los 19, sin embargo, la vocación cayó de bruces cuando, por una hernia de disco y una fractura en la columna, tuvo que dejar el baile definitivamente. “Fue devastador. De repente, sentía que ya no tenía identidad”, recuerda la muchacha que volvió a casa, se echó en su habitación y, desconcertada, se puso a componer canciones; las subió a MySpace, firmó con sello independiente danés y ¡sanseacabó! Nueva vocación. Las notas, vale aclarar, no le eran ajenas, siendo Bendt Fabricius, su padre, compositor de música clásica y Bodil Oland, su madre, una cantante de ópera.
Entonces estudió composición electrónica (un año) y se armó una mini gira por Estados Unidos, donde una ejecutiva de Epic Records la vio danzando y cantando histriónicamente on stage y tuvo que firmar con ella. ¿Próximo paso? El disco homónimo a gran escala, más shows y la posibilidad de desquitarse de la primera vocación (la frustrada). Es que Nanna no pierde oportunidad (en videos, vivo, etc.) de tirar excéntricos pasos de baile: “No se trata de ser sensual o sexy, nada de eso. Es como si fuese una directora de orquesta y cada movimiento tiene su propósito; en vez de pretender que los movimientos se vean bien, tengo movimientos que suenan bárbaro”.
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