Vie 13.01.2012
las12

MUESTRAS

Asumir la distorsión

Los paisajes de Balbina Lightowler cobran vida propia con la intervención de la artista, que los devuelve multiplicados y diversos.

› Por Roxana Sandá

Del taller de la calle Rodney se escapan flores carnosas, ramas endiabladas, hojas secas, playas desiertas, cielos irreales. Sale vida que la artista plástica Balbina Lightowler deconstruye en miles de espacios más grandes o pequeños, y vuelve a amalgamar en un ejercicio férreo de la inclusión: luces, sombras, profundidades y destellos son los brotes que vienen acompañando a esta arquitecta y artista plástica desde 1995. Por estos días, Bosques, última muestra visible en galería del circuito palermitano, se convirtió en uno de los paisajes más acabados de Lightowler, simplemente porque alcanza el (¿debería serlo?) mayor deseo de una artista, cuando lo mostrado se despega del soporte para penetrar la mirada ajena y respirar dentro de ese cuerpo, todavía sorprendido por el encuentro fugaz.

La técnica-sistema utilizada se compone de un tratamiento digital fotográfico que absorbe paisajes tradicionales y reproduce otras unidades diferentes, discordantes del cuadro general, cortadas, pegadas y ploteadas sobre un soporte transparente, el pvc cristal, donde se pincelan frente y dorso, se iluminan los recorridos y despiertan sombras nuevas. Podría decirse que sus prácticas artísticas tienen que ver con el fluir de las mujeres en las rondas de polleras coloridas, alrededor de un fuego, en la musicalidad de sus voces, en los corrillos de tardes de verano sobre el pasto, en ese contacto sutil con la naturaleza que recibe y abraza. No se trata de una práctica sencilla, sin embargo, amasar la obra sobre superficies proyectadas desde tantos planos; pero el riesgo da frutos más cercanos a un parto amoroso que a la seguridad de lo concluido con eficacia.

Tampoco hay un punto exacto que permita descubrir cuándo entra en juego la fascinación de lo que se observa, porque las pinturas obligan a comprender esa debacle de desintegración de aquello que antes había sido firme y regular, y ahora es el diálogo de una flora que acecha verde, turquesa, ocre y negra. Los naranjas y los amarillos parecen reírse del resultado. El delirio se naturaliza.

Monet confesó una vez que quería pintar no las cosas en sí sino el aire que las tocaba y las envolvía. Los contrastes que logra Lightowler hacen evidente un rumbo similar de asir las sutilezas y ofrendarlas a la mirada urbana, como un ritual colectivo donde las luces proyectan sombras para ver más allá del bosque. Sobre la técnica en cuestión del arte de ensamblar elementos diversos en un todo unificado, dice el crítico de arte Jorge González Perrin que “los collages de Man Ray o Anna Hoch, Duchamp, las imágenes y procedimientos de Robert Rauschenberg, los collages fotográficos de David Hockney (...), son ideas y sistemas que tienen historia en el mundo del arte y con los que la obra de Balbina dialoga o tiene tangencialmente puntos de encuentro”. Y cierra oportuno Perrin, con frase del propio Rauschenberg acerca de que “la belleza subyace ahora allí donde nos tomemos la molestia de mirar”.

Esta arquitecta recibida en la UBA, que estudió pintura con Claudio Barragán y escultura con Ernesto Levin, fue docente universitaria hasta 2004 y participó de varios encuentros prestigiosos, como el de “Patagonia Otra”, taller de investigación proyectual que se realizó en Trelew en 2005. Prefiere que sus ojos se desvíen hacia cielos de azul profundo, aunque alguna vez se declaró una urbana intrínseca. “La ciudad, divina locura, asfixiante, compleja, quizás infinita, se me presenta de manera caótica, me bombardea con infinitas imágenes que apenas puedo llegar a registrar. A veces me detengo en alguna de ellas. Permanentemente veo cuadros, realizo recortes dentro de las múltiples imágenes que pasan frente a mí. No puedo dejar de reconocerme como ‘bicho urbano’. Me siento marcada por la inmensa urbe que me atosiga y me empapa con sus flashes. Y todo eso parece aparecer cuando pinto. Me despego de la ciudad para sumergirme en los fragmentos de recuerdos que me han quedado. Y van apareciendo las imágenes, las multiplicidades, el desorden, el color, la fantasía.”

Los métodos podrán parecer flotantes o caóticos por momentos, pero el anhelo de la creadora quizá consista en capturar en esa especie de acrílico el aire y los entramados que envuelve a sus objetos de recreación. La savia, los colchones de hojas húmedas, la tierra fresca y el sol agujereando la lente que todo lo capta, son sustancias infinitas e inasibles, al cabo la misma cosa. Cuanto más se acerca a esta propuesta, tanto o más lo instantáneo se transforma en eterno. Y entonces las brumas envuelven, los cielos se dejan palpar, el fuera de foco no inquieta y las copas de los árboles imitan bonitos encajes negros.

Marosa Di Giorgio llegó a ser contemporánea de Balbina Lightowler. Habría que preguntarle a esta última si llegaron a conocerse. A ambas les interesó un arte al que la primera denominó “el lenguaje con centelleos, un acaecer sorprendente. De pronto percibo que otra rosa cayó del cielo”. Son enunciaciones que provocan y se cruzan las del jardín sagrado en la poética de Marosa y las de los bosques que continúan sus ciclos indescriptibles en la obra de Lightowler. Por fortuna las huellas siguen aquí, entre los olores de la tarde y las pieles que eriza el agua.

Bosques. Hasta el 15 de enero en Bacano, Armenia 1544. Palermo. Gratis.

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