TRATA
Lorena Martins denunció a su padre por tener una red de prostíbulos en Buenos Aires, Mendoza y México. Sostiene que el Gobierno de la Ciudad y la Policía Federal lo encubren y que su poder e impunidad comenzaron en la dictadura. Ella cree que la quieren desprestigiar acusándola de extorsionadora, pero dice que no va a parar hasta que las más de 350 chicas secuestradas sean liberadas. Esta semana fue a la Legislatura porteña y puso en marcha una organización no gubernamental para ayudar a las víctimas de la trata de personas.
De la vida naïf le queda un saco rosa. Un cuerpo en el que los botones le abrochan. El pelo casi rubio, casi liso. La piel tostada. El porte de una mujer que puede pasar indiferente, entre mujeres rubias, tostadas, de saco abrochado como una vida sin hilachas. Pero ella decidió romper con uno de los códigos más cruentos de la cultura y denunciar a su propio padre, Raúl Martins, a través del periodista de Página/12, Raúl Kollmann, en enero de este año. No frenó. Ahora también acusa a quienes no la escuchan o hacen como si no la escucharan.
Cuenta que una mujer la abrazó borracha, que sólo borracha se pudo animar a hablarle, y que le pidió ayuda. Cuenta que su cuerpo –aún alineado para otras vidas, sin más encierro que un country o un auto blindado– se quedó pegado a ese abrazo que se volvió una marca. Ese abrazo de una vida sin tregua para elegir, para irse o volver.
Ella se enteró de los verdaderos negocios de su padre cuando se separó de su marido y volvió de Europa. Su papá le propuso decorar un restaurante y sus empleados empezaron a hablarle con la confianza de una hija que –supuestamente– debía saber que no se trataba de un sitio gourmet. Ella dice que no sabía, pero que empezó a investigar. Y que cuando se enteró de que su papá no era un comerciante sino un tratante de mujeres, lo denunció. Y él –su padre– la intentó matar.
“Siempre duele”, no miente el significado de tener como enemigo a su padre.
El la acusa de haberlo querido extorsionar por dinero. Y el imaginario la vuelve una hija despechada, una mujer ambiciosa, una loca rubia. Ella lo niega. Pero, aun sin creerle, Lorena Martins se volvió una incomodidad para la Policía Federal, el gobierno mexicano y la gestión porteña, que siguen permitiendo los negocios en donde ella comprobó que había mujeres realizando trabajos sexuales contra su voluntad.
Si el gatillo fácil de la Policía Bonaerense empezó con la mano de obra barata –de barata nada, bah– de la policía de Ramón Camps durante la dictadura militar, la trata de mujeres también devela su origen –o su expansión– en la impunidad de un gobierno sin leyes ni frenos ante las torturas que empezaron en centros clandestinos de concentración y que, en este caso, siguieron en prostíbulos infranqueables de corrupción.
No es lo mismo el terrorismo de Estado que el terrorismo sexual en un Estado que combate la trata de personas. Pero Lorena Martins cuenta cómo su papá comenzó con la explotación sexual con la impunidad que le daba pertenecer a la SIDE durante el terrorismo de Estado y que, con esa impunidad, se le hizo costumbre torturar, desaparecer, quebrar, amenazar y permanecer.
Lorena habla. Pero cuesta que la escuchen. El lunes 26 de marzo estuvo en la Legislatura porteña, invitada por las diputadas María Elena Naddeo, presidenta de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud; y María José Lubertino, titular de la Comisión Especial Real de Oportunidades de Trato entre Mujeres y Varones. Allí denunció al ex agente de inteligencia Raúl Martins por proxenetismo y trata de personas. Y remarcó: “Hoy desde Capital se venden chicas a Mendoza por 1000 pesos y otras son llevadas a México sin documentos”.
Lorena habló con Las12, mostrando los temblores que intenta disimular y los miedos que afronta junto a otra parte de su familia, la que también sabe de la violencia de la que ella habla.
–En la organización se jactan de quebrar víctimas y no de contratar personas de la noche, porque así son más fáciles de explotar. Las presionan a hacer copas, a realizar bailes que parecen inocentes hasta que se quiebran. Me duele hablar de esto. Son 350 chicas en Capital más las que son llevadas a Mendoza y a México. A algunas las amenazan con contarles a sus familias lo que ellas hacen, a otras les sacan los documentos o les cobran multas de 300 dólares porque, por ejemplo, un cliente se ofendió o por rechazar a un narco al que las chicas les tienen pánico.
–Tengo que pensar que no importa la vida. Mi padre tiene mucho dinero, incluso en las Islas Caimán, mucho poder y muchos jueces amigos. Pero si va un inspector hoy –no mañana, cuando ya avisaron– a uno de los locales, se puede cerrar. Este es mi enojo con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y con los legisladores que no quieren escucharme. Mi padre dice que quiere hacer un museo de la prostitución en un video que ya mostré, pero existe complicidad que no sé si llamarla mafiosa. Hoy estos locales tienen que estar cerrados, pero están abiertos.
–No me recibieron ni Mauricio Macri, ni María Eugenia Vidal. Pero sí hablé con el legislador Cristian Ritondo, que se comprometió a hacer algo. No vino acá, no sé si me miente o dice la verdad. No quiero decir algo partidario, pero no lo hago por mí sino por las chicas. Yo no voy a parar. No voy a darles tregua, aunque me tenga que atar a la Legislatura.
–A fines de los ’90, Gabriel Conde, el hijo de un dirigente de Boca, estuvo preso 29 días por una causa que lo comprometía con una menor de edad. Después se va a trabajar a México con mi papá. Oscar Ríos trabajaba (era titular) en la Agencia Gubernamental de Control del Gobierno de la Ciudad hasta el derrumbe de un gimnasio en Villa Urquiza. Este señor recibió dinero para la campaña política. Yo vi ese pago. Después, no sé qué hizo él con esa plata. Igualmente, no tengo camiseta partidaria. Esto sucede desde hace veinte años. Pero ahora les toca afrontar una denuncia con videos, testimonios y víctimas concretas. No recibí ni una respuesta. Es terrible la inacción del Gobierno de la Ciudad.
–Yo me reuní con la ministra Nilda Garré. No la fui a felicitar. Le dije que la Policía Federal estaba corrupta y creo que reaccionó como tenía que reaccionar: investigó la comisaría 19ª. La corrupción en la Policía Federal es grande. Yo tuve amenazas y hasta entraron a mi domicilio y no tenía dónde ir a denunciar porque sabía que estaban pagados por mi papá.
–Yo no sólo tengo miedo. Vivo en un infierno, en campañas difamatorias. Es muy terrible para una persona ser denunciante de prostíbulos que siguen funcionando y no pasa nada. Es inaceptable que haya gente encerrada sin salida en el siglo XXI.
–En 2000 me enteré de que mi papá había trabajado en la SIDE y hacía espionaje. Mi primera reacción fue tratar de creerle a mi papá. Así y todo, por las presiones que sentía, me fui a Europa. Yo viví diez años en España. Estaba casada con un inmunólogo y trabajaba en el rubro inmobiliario. Cuando me separé, volví a la Argentina. Ahí me empecé a enterar de todo.
–Me pusieron como siete denuncias penales en un mes por extorsión, secuestro, robo, estafa. Es otro apriete más de la mafia, es otra forma de decirme “callate”. Cada vez que alguien se planta a denunciar dicen que es una extorsión. Mi papá se dedica a difamarme y a volverme loca, y mediáticamente le funciona. Pero es la típica decir “está loca, es drogadicta, quiere plata”. Es la estrategia de siempre.
–Te duele siempre. Pero tenía que elegir entre las víctimas y él. Yo, primero, empiezo a dialogar para que se aparte de este tipo de negocios. Creía que lo iba a convencer... hasta que me quisieron matar.
–El me amenazó de muerte por un celular abierto que escucharon abogados. Y a los cuarenta minutos viene un auto con agentes de la SIDE.
–El priorizó su organización mafiosa a su familia por ambición, por dinero y por poder.
–Prefiero no contestar eso. Te puedo decir que trabajó en los servicios de inteligencia de la dictadura y se tornó molesto con mi mamá y con todos. La violencia surge con el poder que le daba ser agente en la dictadura.
–Cuando vuelvo a la Argentina, mi papá me da un trabajo para redecorar un restaurante y algunos empleados empiezan a hablar pensando que yo sabía. Luego me infiltro y empiezo a ver que había corrupción y a cuestionarlo.
–Una chica que me abrazó en México y me pidió ayuda. Estaba borracha y por eso se atrevió a hablar conmigo. Son situaciones que te marcan un antes y un después. El infierno que vivo es recordar la cara de la gente que me pidió ayuda y sigue ahí adentro. Si mi viejo hizo tanto mal, a mí me toca revertirlo. Yo estoy buscando apoyos para crear una organización no gubernamental (ONG) que ayude a víctimas de trata y no voy a parar hasta que cierren todos los prostíbulos que conozco.
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