Vie 25.07.2003
las12

ESPECTáCULOS

Dos mujeres, dos destinos

Compañeras de Conservatorio en la adolescencia, Martha Bianchi y Catalina Speroni actúan por primera vez juntas en La prisionera, obra de Emilio Carballido que dirige Francisco Javier. Historia de una extraña amistad basada en hechos y personajes reales, que replantea el concepto de libertad.

Por Moira Soto

Hay amores que matan y otros que sirven para destapar vocaciones: si Martha Bianchi no hubiese quedado flechada de niña por Néstor Zavarce, el chico que protagonizaba la película Si muero antes de despertar, quizás ahora no estaría tomando un café en el bar de Libertad y Santa Fe y hablando de La prisionera, la pieza de Emilio Carballido que acaba de estrenar junto a Catalina Speroni y Luis Campos en el Teatro Regina. Ocurrió en un cine de barrio, en Caballito, adonde había ido con su mamá: al terminar la función, Martha prometió solemnemente que iba a ser actriz y a trabajar con ese chico. Y se mantuvo firme en su decisión durante varios años. A los 14, se presentó en el Conservatorio a dar examen de ingreso, y entre los aspirantes se topó con ¡Néstor Zavarce!, pero Martha ya no estaba enamorada de él, y sólo fueron buenos amigos... La pasión por el oficio, en cambio, continuó, hasta que hace diez años la asaltó una especie de crisis: “Empecé a preguntarme si realmente me había convertido en actriz por libre elección o porque ése era el único camino que podía filtrarse en mi casa para hacer algo diferente del mandato implícito que era tener una razonable cultura general (tampoco era cuestión de exagerar y espantar a los hombres), hacer un buen matrimonio... Cuando dije que quería ser actriz, tuve todo el apoyo de mi mamá –a ella no la habían dejado hacer la carrera de cantante lírica–, y mucho tiempo después me cuestioné, como te decía, el no haber considerado otras opciones”.
Catalina Speroni también eligió muy chica esta profesión, pero por causa de un radioteatro de Nené Cascallar y de Oscar Casco que encabezaba el elenco: “El era un director de teatro y la chica era provinciana. A mí me fascinaba, aunque Casco medio la maltrataba, pero la verdad es que al final la sacó muy buena actriz, de primera. Y después se enamoraron y se casaron. Yo tenía diez años, una edad clave para mí en varios sentidos, y supe que de grande iba a ser actriz. Para cumplir con mi familia, hice primero el secundario, y de ahí pasé a la escuela de teatro. Salí como la mejor egresada y así fue que entré a formar parte del elenco de la Comedia Nacional. Era el año 60 cuando dejé la oficina donde había trabajado los cuatro años de estudio, y aquí estoy. Yo también tengo mis cuestionamientos, hace tiempo que estoy por dejar este oficio, hay otras propuestas que me tiran. He dado clases de trabajo corporal con técnicas energéticas, también soy reikista de segundo nivel. Incluso me hice construir una cabaña en un lugar cerca del río para hacer esa movida. Sin embargo, cada vez que quiero ir para ese lado, me aparecen profesionalmente o personalmente cosas que me absorben, y así voy sobrellevando esta dualidad...”
Más allá de crisis, dudas o tironeos, ambas reconocen haber alcanzado grandes momentos en sus respectivas carreras. Momentos que obviamente justificaron haber elegido esta profesión incierta y excitante. Speroni dice que cuando debutó en el Cervantes, haciendo en El Burlador de Sevillaa una muchacha del pueblo que decía unas pocas frases –”yo no quiero, yo no amo, suya soy, suya me llamo, no lo niego ni reclamo, suya será...”– la emoción fue enorme: “Sentí que asumía una gran responsabilidad que mantuve hasta el día de hoy, para hacer todos mis trabajos, en el teatro o la televisión. Porque hace bastante que comprendí, gracias a mi primer psicoanalista, que aun cuando la pieza o el programa no cumplan totalmente mis aspiraciones, siempre se puede –y vale la pena– provocar una sonrisa, movilizar una emoción, despertar algún grado de conciencia. Esta convicción me ayuda mucho y me lleva a no bajar nunca el rendimiento”.
Bianchi, por su lado, experimentó la más alta plenitud al hacer De Fulanas y Menganas, el recordado unitario televisivo de los ‘80, “en el que pude juntar todo: el trabajo interpretativo, ahondar en una problemática que me importa. Este programa era producto de una investigación seria, tenía un fuerte compromiso democrático, intentaba estimular el debate y la reflexión... En nivel personal, creo que los actores, además de la posibilidad de entretener que valoro mucho, tenemos una responsabilidad social. De Fulanas... fue un proyecto generado y armado por mí. En algún momento llegué a pensar que si no podía hacer nada más como intérprete, estaba cumplida conmigo misma. Otro gran momento fue sin duda Made in Lanús, una obra de teatro que sentí que suscribía absolutamente”.

La prisión, la libertad
Cuando Martha Bianchi, siempre dispuesta a gestionar proyectos, se decidió entre varias piezas por La prisionera, del mexicano Carballido (Orinoco, Rosa de dos aromas), coincidió con el director Francisco Javier en que la actriz indicada para el papel de la carcelera Catalina era precisamente Catalina Speroni, de quien fue compañera en el Conservatorio: “Nos tenemos un afecto entrañable pese a no haber trabajado nunca juntas. Compartimos esos años de formación en la adolescencia y nos tenemos mutua confianza”. A su vez, Speroni se sintió “muy conmovida porque me convocaran. Me gustó la posibilidad de recomponer aquella relación que había quedado latente, más allá de que nos cruzáramos mucha veces y supiésemos que el afecto persistía. Siento admiración por la fuerza, la tenacidad que tiene Martha para llevar adelante sus proyectos. Ella no se deja avasallar por las dificultades”.
Casi no hace falta preguntarle a Bianchi –de reconocida militancia feminista– por qué optó por La prisionera, obra que desarrolla una relación de entendimiento y complicidad entre dos mujeres a las que de entrada todo las separa: “La historia está inspirada en un episodio que le sucedió a una gran referente cultural latinoamericana que aún vive. Una mecenas, una activista cultural venezolana que aún vive y a quien conocí, María Teresa Castillo, creadora del grupo Rajatablas. Ella estuvo detenida siendo muy joven, durante un año, en 1931, por haber participado en una marcha de estudiantes que reclamaba mejores condiciones sociales, durante un Carnaval. María Teresa pudo haberse quedado en el molde, gozando de sus privilegios por nacimiento, educación, parentescos, relaciones. Y sin embargo, eligió comprometerse, arriesgarse en el campo de las artes y la política. Una mujer muy inteligente y ecléctica, amiga de Coco Chanel y de Fidel Castro. Ella no se privó de nada. Una adelantada a su época que, entre otras objetivos, luchó por el voto femenino... De todos modos, podemos advertir cómo ciertos acomodos existieron siempre: ella no es puesta en una cárcel común sino que la llevan a un lugar especial, que hoy llamaríamos VIP, ese faro donde va a tener lugar el encuentro entre los tres personajes: el coronel, representante de una típica dictadura latinoamericana; su mujer, que evidentemente ha tenido una vida muy acotada, y María Antonieta, que evoca a María Teresa con algunas licencias poéticas. De esta relación forzada por las circunstancias, todos lospersonajes van a salir modificados. Ciertamente, el factor transformador está dado por la prisionera, paradójicamente la persona más libre del trío, una mujer democrática y solidaria”.
A Catalina Speroni, la primera lectura de La prisionera le produjo una impresión semejante, la atrajo “el planteo de estos dos personajes femeninos, tan diferentes. Y desde luego, la temática de la pieza que, aunque situada en los años `30, habla de problemas de lamentable vigencia: el abuso de poder, la desigualdad social, la misma situación de la mujer, todavía postergada en Latinoamérica”. Según Bianchi, “es una historia que sólo podía suceder entre mujeres por el tipo de acercamiento que se produce, porque a pesar de la gran diversidad, tiene una historia común, genérica. Incluso la ropa que María Antonieta le arregla a Catalina es un símbolo muy fuerte. Se van desplegando dos procesos: el de la amistad que va generando la prisionera, logrando bajar las defensas y los prejuicios de la carcelera. Y el de la cuestión política que circula a través de toda la pieza: la denuncia indirecta de la represión, la conciencia que va tomando el personaje de Catalina”.
Bianchi valora especialmente que María Antonieta no sea una heroína monolítica sino una mujer que supera su fragilidad con valentía, que tiene contradicciones. Una mujer que se enfrentó a los mandatos recibidos, los revisó, se atrevió a un cambio que podía representar pérdidas y riesgos: “Ella lucha por sus convicciones. Cuando la llevan a la cárcel, siente la soledad, el temor a lo desconocido. De hecho acepta el indulto porque no soporta más el encierro, el aislamiento. No es una mártir, pero sí tiene la suficiente honestidad para rehacer su vida de acuerdo con sus deseos profundos. Hace todo lo que puede en esa dirección”.
La carcelera Catalina, dice su intérprete y homónima, “es una sometida cuando empieza la obra, pero sin la menor conciencia de serlo... A medida que se desarrolla su relación con María Antonieta, se va dando cuenta de su situación. Cuando lo comprende, no sabe muy bien qué hacer con eso. Pero se le ha abierto una ventana y nada volverá a ser como antes. Personalmente, le adjudico posibilidades de que pueda levantar cabeza una vez que baja el telón. Yo sé que es apenas el comienzo de un despertar, que tendrá muchos escollos que superar, pero ella dice en algún momento que puede llegar a su pueblo y ver cómo inventa cada día...” El problema, acota Bianchi, es que esta mujer está muy sola, “la amistad con María Antonieta es casi imposible fuera de ese contexto. Catalina ha perdido la admiración por su marido, no sabe ganarse la vida, tiene que aprenderlo todo. Mi personaje le dice ‘Ven conmigo’, Catalina reacciona: ‘¿De criada?’, ‘No, de amiga...’ Y las dos advierten las dificultades de una relación de paridad. Hay muchas cosas que las separan aunque el afecto es real y sincero”.
Speroni reconoce que recién ahora se plantea la continuidad de una amistad entre las dos mujeres: “Yo, por ejemplo, me hice muy amiga de una empleada doméstica que trabajó para mí, cuando mis hijos eran chicos y que desgraciadamente ahora se está muriendo. Habiendo vivido esta experiencia, diría que las amistades se pueden dar en distintos planos, que si hay afinidades y afecto sincero, la relación es posible aunque haya otras diferencias. Quizá me moviliza el que hoy es el Día del Amigo y tengo a esta amiga tan enferma, a otras que ya no están... Y me surgen inquietudes acerca del vínculo entre Catalina y María Antonieta. El final es abierto, porque tampoco sabemos si mi personaje va a permanecer junto a su marido. Nosotras desearíamos que Catalina tome la decisión de partir, que haga un camino de elección personal. Digamos, ya que nos referimos al personaje del coronel, que fue un gran acierto haber encontrado a Luis Campos para ese rol: además de ser un buen actor, hay que reconocer que nos tiene paciencia, porque está en minoría...” Bianchi respalda la opinión de su ex compañera de Conservatorio, actual compañera de rubro: “Luis es unapersona lo suficientemente segura como para poder encarar a este personaje cuestionado en su machismo, tan sostenido por la cultura. Todas conocemos a hombres son un discurso democrático hacia fuera, pero que en lo profundo tienen reflejos machistas y les cuesta hacer un personaje como el del coronel. Pero Luis se lo banca muy bien, es un profesional de primera, entendiendo que su personaje también es víctima de los valores que defiende”.

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