RESCATES > ISUZU YAMADA (1917-2012)
› Por Marisa Avigliano
Un fantasma recorre Cawdor. Quienes aseguran haberlo visto dudan. Y, sin embargo, quienes oyeron el testimonio no dudan acerca de que lo vieron. El vértigo de enigmas que precipita cada giro –cada esperanzada cabriola– de Lady Macbeth proporciona la clave perfecta para entrar sin previsiones en el laberinto de la sexualidad. Y en ese laberinto Isuzu fue la estrella. Su cuerpo –frágil sólo en apariencia– acarreó sin esfuerzo los cuerpos más desconsolados que la literatura haya imaginado y los mostró en pantalla como si fuera la emperatriz más encumbrada de cualquier posesión imperial, la más furiosa, la más excelsa y las más cruel, la más sutil y la más secretamente bella. Icono indiscutible del cine japonés, fue la elegida de Kenji Mizoguchi, Mikio Naruse y Akira Kurosawa.
Nació en Osaka el 5 de febrero de 1917. Su mamá era geisha y su papá onnagata (actor de teatro que representa papeles femeninos) y decidieron que Mitsu (ése era su nombre) estudiara danza y joruri –teatro de títeres– desde pequeña. Antes de cumplir los catorce fue actriz de cameos secundarios. A los dieciocho, protagonista. Obligada a prostituirse para pagar deudas familiares en The Downfall of Osen o geisha etérea en Sisters of the Gion (dos películas de Mizoguchi), es imposible no verla más allá del elenco delineando el aullido destemplado de la fatalidad. Isuzu sabía qué hacer y cómo hacerlo, cuándo levantar su mano y cuándo sonreír.
Una lista negra punteada por uno de los estudios cinematográficos (Isuzu formó parte de una huelga que reclamaba mejores condiciones laborales) la alejó de los sets por un tiempo y sólo dejó que la enfocaran las luces del teatro. Regresó a la pantalla en la década del ’50 y trabajó con muchos de los grandes directores japoneses como Yasujiro Ozu, Toyoda Shiro y Kinugasa Teinosuke. Se casó muchas veces (seis), tuvo una hija (la actriz Michiko Saga, que murió en 1992), actuó en televisión en la famosa serie Hissatsu y fue la primera mujer japonesa en recibir la Orden Imperial de la Cultura.
Quien la haya visto en Trono de sangre (1957), de Akira Kurosawa, junto a Toshiro Mifune, recordará el primer plano de Asaji (Isuzu, la Lady Macbeth de la historia nipona) instigando a Washizu (Mifune), tentándolo a matar. Recordará que ajena a escenas anteriores la cámara –que cuenta de magistral modo la tragedia shakespeareana– se queda mirándola contenida y perversa en su diatriba: “Sin ambición, el hombre no es hombre”, y entenderá entonces por qué el collage de sus escenas es como el dibujo ideal que hace el humo cuando se sabe fumar. ¿Otras películas? Yojimbo (1961), sin duda, imprescindible cita en el obituario tardío (Isuzu murió el 9 de julio), donde interpreta a la anhelante Orin, una mujer intrigante y codiciosa que intenta dominar al samurai asesino. Detrás de ella, en retaguardia paralela, se suman al homenaje las voces inspiradas de sus otros personajes, aquellas mujeres que estrenaban rabias mensajeras para enfrentar y librarse del partenaire doméstico que las oprimía (especialmente en las películas de Naruse). Quienes la vieron filmar aseguraban que era categórica componiendo personajes, porque era una maestra del lenguaje físico –hondamente estilizado del teatro No– y del rostro impasible. Una anécdota de filmación cuenta que Kurosawa insistía en que su rostro debía permanecer completamente inmóvil y que sólo una vez repitieron una escena, Isuzu había parpadeado.
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