ARTE
Salvajes o domesticados, a la luz de la luna o apenas recortados de los enmarañados fondos que proponen tres artistas que encuentran en los animales un modo de mirar dentro, ahí donde el arte encuentra su espejo.
Tres mujeres, artistas visuales, encaran el mundo animal desde distintas perspectivas, unidas por un mismo objeto de observación, los animales, y un mismo espacio, la galería Foster Catena. Como parte de ese mundo animal, cada una, revelando una poética bien diferenciada, se introduce en él desde el contraste de pertenecer, quizás, a una instancia superior (¿diferente?) en escala de la llamada evolución de las especies, donde esos animales –los otros, que no son el macho de la especie– funcionan como espejos, planos, hijos, partes de sus cuerpos y alucinaciones, siempre otros que marcan, a su vez, esa manera particular de cada una de ser esa otra. Su distintiva alteridad.
Así Verónica Gómez en su muestra Reino Pelícano propone dibujos en tinta, acrílico y óleo sobre papel. Las obras de mediano tamaño nos sumergen en atmósferas de una densidad exótica, donde el animal, cada uno de los pelícanos incrustados entre una suerte de enmarañada naturaleza, se funde con ella y es un trabajo del que observa separar una de otra. Podría verse cada uno de estos dibujos como un viaje al interior de la artista que retrata eso otro para entender la condición humana. En un bellísimo texto escrito para la ocasión por la poeta española Isabel Cadenas Cañón, ésta le dice a su amiga, entre otras cosas, “...estos pelícanos me parecen mundos contenidos. Claro que no supe explicarte lo que quería decir. Se me ocurre ahora: salir adentro. (...) Tus dibujos nacen de hacer estallar la ternura encerrada en ese naipe de la baraja italiana, el número ocho, el del pelícano y el pelicanito. Explota y entonces cada astilla funda un comienzo. Un pico, o una pata, o un ojo, y alrededor señales que dicen dolor quieto, caricia fósil. (...) Como la brea, esa presencia que me perturba porque en su ser aparentemente líquido se pega a los pies, al olfato, a la memoria. Y si trato de encontrar una frase que los abarque sólo puedo eso: ternura empañada en brea”.
En ese acto amoroso, casi de autorretratarse de soslayo, la amiga poeta concluye con una revelación contundente, que puede ser una de las posibles claves para mirar esta muestra: “Acabo de leer que los pelícanos son las únicas aves que beben agua salada. Y que, una vez en el pico, la transforman en dulce. Es tan hermoso que me dan ganas de mandarme una metáfora, pero, claro, no hace falta”.
Sólo podría hacer falta apuntar que los dibujos donde los pelícanos se erigen en protagonistas arbitrarios y absolutos de la poética de Gómez en su dilución con el espacio que los enmarca podrían funcionar como mapas de una sensibilidad femenina que usa esa exclusiva y salada dulzura de transformación del pelícano como un mapa probable de la lectura de la condición humana recortada en esa inmensidad indescifrable de múltiples declinaciones que es ser mujer.
La muestra de Cecilia Lenardón, por su parte, está compuesta en su totalidad por fotografías nocturnas iluminadas solamente con luz de luna. Por ese hilo confuso y frío de luz, Lenardón arma escenas bellamente bizarras compuestas por animales y selvas. En El día que nunca aclara, tal el nombre de la muestra, podemos observar nuevamente la misma intención, la de acercarse a los estados interiores femeninos a través de esos otros salvajes o domesticados que se expresan en un idioma diverso pero próximo, esos otros que a veces comemos y que a veces nos comen y que parecen aquí los únicos capaces de dar cuenta de un modo de ser, el propio. Cecilia Lenardón dice sobre su muestra: “Lo que estás viendo ahora son escenas registradas exclusivamente con luz lunar. Sólo con luz de luna llena. Son tomas largas, al aire libre. La luna está ahí, presentísima. Junto a esa visibilidad de luna llena, irrumpió otra cosa. Las sombras, los animales posando, la atmósfera vegetal. El darkness de las imágenes que conocía hasta el momento. Una mezcla de sensaciones donde se entremezclan el recuerdo de la lectura de La Diosa Blanca, de Robert Graves y las magnéticas tapas de la revista Vosotras de la década del cincuenta. Horacio Quiroga y las repisas de la infancia. Los subrayados en un libro de Guy Davenport sobre las escenas de Louis Daguerre y su ‘desorden armonioso de unos objetos sobre una mesa’. Y Samaniego. Y La Fontaine. Y algunos poemas de Javier Villafañe. Nos servimos de los animales y los efectos de la luna para acercarnos a nuestras impresiones, a nuestros estados de ánimo. Como si desde ellos lo que intentamos describir ganara precisión. Quiero decir que no sé si resulta más fácil, pero sin dudas sí más exacto”.
Finalmente, Malena Pizani en su muestra Hay un espacio mínimo entre las cosas que es imposible exhibe fotografías de gatos, distintos gatos que, sin embargo, parecen el mismo en su manierismo de compartir una pose idéntica, la de mirar con desafío a la cámara y la de ser ubicados en una escenografía que siempre es la misma.
Esa empecinada repetición no hace más que destacar nuevamente la alteridad, precisamente el mecanismo de hacer lo mismo una y otra vez, produce un efecto paradojal. “En ese punto aparece en Malena lo que llama una distancia mínima entre las cosas que las hace imposibles –expresa la artista Florencia Qualina sobre la obra de su colega–, porque nunca la traducción, la imagen, es literal, ni significa lo mismo.”
El animal doméstico por excelencia, el compañero de solitarixs, de infantes y de las familias, el amado silencioso y silente, el niño-marido, el gato, aquí aparece siempre otro-el mismo mirando enjaulado en el marco de la toma en una actitud de protesta que no termina de cerrar y que abre una posibilidad de análisis sobre este amor hacia lo animal como lo otro completamente otro, como existencia incondicional, depósito de amor que no pide más que alimento y tira, a veces, rasguños, maullidos, señales imprecisas de amor, de un amor que no demanda. Su libertad es un escándalo para celebrar.
El espacio mínimo al que se refiere la artista es el que separa su humanidad de esa animalidad, ese espacio que efectivamente, como menciona en el nombre que elige darle a su muestra, es un espacio imposible. Y se podría agregar, indescifrable.
Como apunta Qualina, “en el trabajo de Malena existe una correspondencia –sutil en las fotografías, transparente en el caso de sus cuadernos y blocks de dibujos no expuestos en esta exhibición– con la obra de Louise Bourgeois fundada en un método de expurgación analítica, contemplativa, una vía de acceso al pensamiento inicialmente informe que se vuelve materia posible de ser tratada”. Y eso posible es tratar lo humano desde lo animal, sabiendo que uno contiene a lo otro. Y al revés.
Y las tres artistas se preguntan lo mismo pero distinto en su inquietantes animaladas.
Hasta finales de septiembre
Galería Foster Catena
Honduras 4882 1er. piso
Martes a sábados de 13 a 20.
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