RESCATES
Lotte Lenya
(1898-1981)
› Por Marisa Avigliano
Karoline Wilhelmine Blamauer nació en Viena. Hija de un matrimonio de clase trabajadora, cruzó la infancia bailando frente al vidrio de una de las puertas de la sala. En la adolescencia, como el espejo menesteroso se volvió insuficiente, se mudó a Zurich a reanudar su lucha de clases. Estudió danza y revolucionó su oído con el método Dalcroze (todo ritmo es una disciplina muscular, negras para marchar, corcheas para correr, corcheas con puntillo y semicorchea para saltar). Tomó clases en el teatro municipal, pasó horas y horas escuchando ópera y fue alumna de actuación de Richard Revy, hasta que a comienzos de los años ’20 se fue a Berlín para triunfar como bailarina. Pero no iba a ser el ballet su destino laureado. Durante su audición para Zaubernacht oyó hablar por primera vez de Kurt Weill, un tiempo después el dramaturgo Georg Kaiser los presentó y dos años después se casaron. A partir de entonces el nombre de uno terminaba cuando empezaba el nombre del otro. El componía lo que ella cantaba, ¿o era al revés? Ya no más Karoline sino Lotte, la gloriosa Jenny de La ópera de tres centavos de Brecht (Die Dreigroschenoper, 1928) y la única a la que escuchan con reverencia los que no creen en los pliegues reverenciales. Lotte, imposible de olvidar cuando canta “Speak Low”, de Ogden Nash (Habla en voz baja /cuando hablas de amor /nuestro día de verano/ se marchita/ demasiado pronto, demasiado pronto), Lotte heroica haciendo “Moritat” como nadie, alemanamente decadente, como para Fassbinder, Lotte en inglés, porque Weill, como Brecht, también se exilió en los Estados Unidos. Lotte en Lenya, no en Weimar (como quería Mann, que se mudó también). Pocas como ella para organizar la bilis negra en una canción y que no se note. Una dosis de Lotte siempre es indispensable para que la noche siga viva y los buenos recuerdos también. Fue a ella a quien Morrison oyó cantar el himno a la desesperanza, que condensaba todas las derrotas del siglo veinte (“Alabam”) y sin embargo sin ultraje y sin tutela llevó hasta el borde de un travestismo “angry”, fervor de los late sixties que dieron por fin en guerra las campanadas de medianoche.
Lotte y Kurt se casaron dos veces. Se divorciaron durante los primeros años de exilio en París (fueron perseguidos por la Alemania nazi) y se volvieron a casar en los Estados Unidos en 1937. Allí se quedaron, adoptaron la nacionalidad norteamericana y dejaron que Hollywood los descubriera. Lotte tuvo una nominación al Oscar y al Globo de Oro por su trabajo en La primavera romana de la Sra. Stone (con Vivian Leigh y Warren Beatty) y Kurt escribió musicales para Broadway hasta que murió de un ataque al corazón poco después de cumplir los cincuenta años. Cuando él murió, ella dijo que había perdido su talento. En 1951 se casó con el escritor y editor George Davis, ganó un premio Tony y después se dedicó casi exclusivamente al renacimiento de la obra de Weill. Viuda dos veces, se casó con Russell Detwiler, un hombre 26 años más joven que ella que murió trágicamente, dejándola viuda por tercera vez. A los 77 años estaba organizando una serie de reestrenos cuando le diagnosticaran un cáncer. Ya enferma, participó en algunas películas y en documentales sobre Kurt Weill. Murió el 27 de noviembre de 1981.
Mientras uno la escucha o tiene la suerte de verla levantarse de una silla y mirar a la cámara para cantar “Surabaya Johnny”, entiende qué es lo que la convierte en una especie única en el jardín sin pájaros de plumas blancas; es que, cualquiera sea el bando, Lotte siempre está en el que gana. Un triunfo que quizá le deba a esa extraordinaria capacidad para sonar extranjera en sus dos lenguas.
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