VISTO Y LEIDO III
La escritora y una de las fundadoras de Viajera Editorial, Virginia Janza, publicó Lado Géminis, libro de poesía en el que emerge una poderosa voz que logra que la narración sea una confirmación de identidad.
› Por Carolina Selicki Acevedo
Cuando parece que en la poesía ya está todo dicho, aparecen nuevos exponentes de una escritura que no sólo se centra en el qué decir sino en cómo decirlo. A este grupo pertenece Virginia Janza. Ya en La cajita de Pandora (2008) comenzaba a asomarse la búsqueda identitaria pero en el intento de poner en palabras, finalmente, aquello que parece condenado a no ser dicho (“admiraba el silencio perpetuo/porque las palabras no querían significar/tan sólo dibujaban/muecas en los labios”).
En Lado Géminis, en cambio, esa instancia intenta ser superada. La mujer detrás de las palabras es arrasadora, consciente de sus aparentes contradicciones y de su naturaleza mamífera, aunque se compare, de a ratos, con reptiles y se conecte con su costado animal (“en un juego de espejos nos lamemos [...] dejo encendidos los ojos/enrollo la lengua a la nuca/ ¿me ves? ¿sabés quién soy detrás del pelaje?”) detrás del idioma, el habla (“se acuesta para embelesar/ y nosotros seguimos tocando/ seguimos latiendo”).
El eje puesto en el tercer signo del zodíaco conduce a Janza a pensar en las duplicidades que nos rodean o que nos integran: las fosas nasales, los ojos, la boca...” (“los labios ya vienen partidos/se separan con el primer grito al nacer”) y en una asociación libre, de las varias que recorren la obra, fantasea: “Si pudiéramos dividir la lengua/ seríamos bilingües/ o serpenteantes asesinas (...) las BOAS se acercan despacio a su presa”. Incluso, dedica una de los cuatro partes que conforman el libro a una geminiana emblemática, contradictoria e impredecible hasta en su muerte: Marilyn Monroe.
Y, retomando la búsqueda de superación, la voz principal, que de a ratos invita a otras a sumarse o desdoblarse, se confiesa curiosa, borderline: “Nunca supe diferenciar lo bueno y lo malo/la fosa y la orilla/ el límite/ sólo podía pedir/ como si diese lo mismo/ domar que castrar...”; pero con ganas de barajar y dar de nuevo: “Necesito suspenderme/ (fojas cero)/ volver a ser/ hoja/ desplegar mi nombre/virginal/resucitar cada sueño...”.
Asimismo, cual ave fénix, retorna de esos momentos en que todo parece quebrarse, a través de descripciones que la ligan nuevamente a distintos elementos de la naturaleza: “Qué sigue/ cuando la fe se ha hecho a un costado/ y los huecos de las cosas en las que creías/ se rajan/ y se llenan de esa luz que tiene todas las propiedades/de la falta de aire/ un musgo seco te endurece los pies/se detiene todo”.
La reflexiones sobre el amor, el deseo (propio y el del otro) y, ante todo, la mujer que escapa al “coleccionista” y que busca ser, se afirma en cada página (“tanto me pediste meterme adentro tuyo, como si yo fuera un ser invisible, adaptable a tu plantilla, la Horma del Amor eras; y sin embargo, entendí que no sólo se puede vivir del otro”).
Finalmente, en pequeñas prosas poéticas, Virginia da cuenta de la “ausencia” que ocupa un espacio, como si la nada quisiera imponerse materialmente, pero ella insiste: “No, no puedo permitirme la Nada. (...) Ay, el peligro de la contemplación”.
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