PERFILES > NACHA GUEVARA
› Por Maru Bon Bom
Hubo un tiempo que fue hermoso y que este lugar era mi casa y los ojos que me acariciaban eran ávidos y las manos que sostenían el papel dejaban su marca pringosa porque iban y volvían de menesteres urgentes, que para eso estaba una, para que sea urgente eso que tenían que hacer, para dar el consejo adecuado no a la efectividad sino a la morosidad que merecen las manualidades bien dadas. Habrá quien recuerde, habrá quien no, aquellas máximas lúbricas que tanto patín artístico podían proponer sin necesidad de gel de farmacia. Qué importa. Heme aquí una vez más. Heme aquí para otra misión, una que me conmueve, me mueve, me hamaca, me agita, me exalta y me exaspera (léase con el agudo necesario): ¡Hablar de Nacha Guevara! Es que es verla y pedirle que te dé con su vara. Que siga. Que te dé un poco más. Más de ese gesto a mitad de camino entre la dominatrix y la profesora mala de la que finalmente acabaremos enamorándonos porque de esa sangre y ese sudor que ella sabe sacar está hecho el camino de la devoción y por qué no del amor, ese amor de afiche, cruel en el cartel pero útil a la hora del dolor de cabeza súbito –sí, amiguetes, me permito un consejo: una acabada rapidita, aun la conseguida en el baño de la oficina, alivia la migraña– o de la búsqueda del sueño sin ansiedad y sin droga. ¡Y cómo estuvo esta semana! La piel blanca, el pelo naranja, el ornamento pesando sobre ese pecho sostenido y apretado en su corset. Yo sé que se le clavaran las ballenitas en la carne –sí, algo magra, se lo perdono–, sé que ese dolor mellará su paciencia frente a lo que tiene que ver en el sitio en el que está ahora, viendo lo que se ha visto hasta la saturación: competidores/as/xs/*,* bamboleando entre el canto, el baile, el escándalo y el escarnio. Yo adivino la impaciencia de su piel de porcelana, sólo modificada en 72 completos años por un lifting, un toque en el mentón, otro en las tetas y tanto botox que no lo ha podido enumerar siquiera en ese striptease sobre tablas que fue su show ¿Cómo hace esta mujer?. Fui, fue en 2011 y yo fui. Así como la voté en 2009 para que sea mi diputada disciplinadora –no me dio el gusto, renunció antes de asumir– y así como casi me dio una embolia láctea cuando mi Nacha se sentó en el living de Susana a cantar cuatro frescas: “Si una hija me viene a pedir de regalo de cumpleaños que le pague las tetas, le doy una patada en el orto que mirá... pero no tengo hijas, tengo tres varones y ninguno me pidió la elongación peneana”. ¡Ay, mi diosa, esos muchachos! ¿Mamá les habrá pegado en la colita? Cómo no haber sido su paño de lágrimas cuando partió al exilio, su trapo de piso, su colchón para que ni un escombro del teatro que explotó porque ella ahí trabajaba cuando la dictadura –perdón por la palabra y el recuerdo– no me dejaba ser masoquista tranquila. Ahora sí, ahora sí la gozo, mis adorables, la gozo poniéndole los puntos al meneo berreta de un reggaeton de letra incalentable –vamos, se entiende, que no calienta ni a una servidora y es más, se lleva la sangre de ahí a cualquier otra parte–, a su compañero de sillón en ese engendro que es El artista del año y –“¿Eso te emocionó? ¡Dejate de joder!”– y a la conductora, que dejó ver como nunca su sonrisa de calavera, pobrecita la Fabbiani y pobrecito el que ose poner sus partes en esa boca, que yo no me animo ni alentada por mi dominatrix favorita. Mala más que mala. Así es Nacha. Bruja, sí. Recién estrenada árbitro de la tele más remanida, sí. Modelo de maestra a lo Juvenilia, que te exprime, te reprime y te exige porque sabe que así es como sale el jugo. Lo que vale la pena, esto que patina por el teclado mientras la evoco y espero y desespero por ver a quién le hará chas chas en la colita cualquier noche de éstas ahora que volvió a la tele y puedo gritar, anticipándome (léase con el agudo necesario) que me gusta ser mujer porque de ellas Nacha es cómplice, maestra y también, ojalá, la diosa quiera, tutora.
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