SOCIEDAD. Palabras más, palabras menos, poliamor quiere decir mantener relaciones sexuales, amorosas y duraderas con más de una persona a la vez y con el consentimiento y el acuerdo de todos y/o todas las implicadas. Podría parecer una actualización del amor libre de los ’60, pero ahora resulta que importa la estabilidad. Tiene algo del aroma de los swingers de los ’90 –depende en qué parte de la acción– pero los swingers no hablan de amor y los poliamorosos podrían, incluso, no tener sexo. Hay quien dice que se trata del fin de las parejas y quien cree que es sólo una adaptación más de los vínculos familiares que ya han sobrevivido a más catástrofes que las mismas cucarachas. Para saber, en definitiva, habrá que experimentar; o al menos leer lo que sigue.
› Por Maria Mansilla
No es un deporte tan extremo como enamorarse de un/a policía. Vale la aclaración porque ésa fue una de las primeras respuestas que recibimos al comenzar el tanteo para dar música a estos párrafos. Composición tema: “Poliamor”. A modo de pesquisa informal, esta cronista envió un mensaje a algunas conocidas y sobrinas: ni sumisas ni devotas sino mujeres bastante libres, lindas y locas.
“¿Poliamor es enamorarse de un policía?”, bromeó la jovencita. “¿Se trata del liberalismo más cool o del machismo más heavy?”, problematizó la artista mexicana, desde San Telmo. “Mi cabeza de puérpera no da para tanto”, respondió Ana, dando la teta en Parque Chas. “No sé de nadie, y mirá que entre mis amigas hay variedad, eh”, esbozó Claudina haciendo topless en Buzios. “De cerca nadie es normal, ¡pero no conozco para ese lado!”, respondió Ale preparando un examen, desde Caballito.
Sépanlo, chicas: en el Poliamor hay equipo. Es la reinvención del amor libre abrazado por anarquistas y hippies, pero en versión 2.0. Su viejo testamento es una declaración de principios: le dice sí a las relaciones responsables, éticas e intencionales y no a la monogamia obligatoria. Es una manera honesta, sincera y lúdica de reconocer que a lo largo de tu vida pueden gustarte y emocionarte distintas personas, y que no es de extraterrestres ni degenerados ni enamoradizos crónicos desear a más de una a la vez.
Las maneras de ejercerlo son montones: pueden compartir techo y sentirse una familia, encontrarse sólo en la cama y hasta pueden tener un vínculo afectivo que no necesariamente incluya sexo. Una persona soltera puede ser poliamorosa. Pero lo más común es que el puente se tienda desde una pareja. Puede que tengan un encuentro grupal o no; puede que en la tríada convivan un chico hétero, una mujer bisexual y su novia lesbiana. No son polígamos: todos tienen derecho a estar con alguien más. No son swingers: las nuevas relaciones no se limitan a una calentura. Es más: la aclaración suena ambigua pero los poliamorosos pregonan que hasta pueden no tocarse, no enamorarse, pero sí sentir un enganche afectivo extraordinario... y esto ya merece el mote de asumirlo como un “lazo secundario” que supone un... “Tenemos que charlar”. Y bienvenido nuevo novio/a/amante/cómplice. Y hasta vale el acuerdo de establecer la “polifidelidad”: sólo se disfruta del sexo entre el equipo oficial. También pueden no conocerse entre sí pero saber que en algún lugar están. Me gustas tú y tú y tú. Quizás se encuentren para los cumpleaños, las noches del cine al 3 x 1 o en el chat de FB, ayudándose a traducir una frase si esa otra ventana de la relación se abrió durante un viaje. Puede haber amor fugaz, sexo casual, metejón a primera vista: cualquier cosa, menos vivirlo en secreto. El poliamor no supone estar todo el tiempo olfateando gente nueva; sí poder hacerse cargo si algo pasa, poder elegir no tener que elegir, dejar andar el deseo. “Ya entendí: debo dejar abierto mi corazón a cualquier configuración”, escribió Manuel en un foro de Yahoo groups.
El tema provoca hasta a las monógamas seriales. Su potencia recuerda al caso de la paciente del pensionado de señoritas según Freud; ella recibe una carta de su amante, él le dice te abandono, a ella le da un ataque y a sus roommates... también. La identificación histérica se hace pagana cuando reconoce que otra forma de amar es posible. Por eso, quizá, esta nota no sale a propósito de San Valentín sino de Carnaval.
Tres horas después de iniciada la pesquisa, vuelven a llover mensajes. “¡Me acordé! En Cuzco conocí a un peruano que vive allí con sus dos mujeres catalanas”, escribe la mexicana. “Ey, en Discovery Channel están dando un especial de Poliamor”, avisa la puérpera. “Chicas, ¡conozco un caso!”, exclama Eleonora desde algún bar con wi-fi. “Tía, la película El sexo de los ángeles habla de eso.”
Amor Libre rima con la libertad de elegir vivir según lo que se siente. Y con la madura aceptación de que la otra persona no sólo no es de tu propiedad privada sino que también desea y decide. Los manotazos al celular por un SMS in fraganti, en su cosmovisión, kaput. La infidelidad se piensa desde otra perspectiva: lo peor no es que te acuestes con otra persona, tampoco que la ames o te atraiga, sino que mientas. NO al fraude. NO a las aventuras secretas. NO al sexo casual sin compromiso. En su versión moderna sigue postulando todo eso. Y más.
¿Qué habría dicho Borges de saber que iban a citarlo en un foro de amor libre virtual?
“El nombre de una mujer me delata / Me duele una mujer en todo el cuerpo.”
Algunas personas llegan hasta aquí para superar un engaño o porque reconocen que no están para quedarse con las ganas, que no pueden controlarlo (“La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”, propuso Truman Capote).
“Yo salí del closet primero de una forma. Después, dije: ‘Creo que amo a dos personas’. No era fácil. Mis amistades decían no puede ser, tenés que elegir. Siempre estaba todo mal. Yo decía ¡es lo que siento! Un día en un chat una chica me dijo sos poliamor. Y pensé ah, esto existe. Me puse a averiguar y dejé de sentirme tan sola.”
La revolución interior de Melakki (37), diseñadora web, comenzó a fines de los años ’90. Entonces ya estaba de novia con Boolap (40), también diagramador, acababan de mudarse juntos. “Ahí Mel conoció a una chica, comenzó a ir a casa, nos sentíamos muy bien pero ninguno entendía de qué iba”, cuenta él. Hasta que entendieron. “Cuando ellas estaban juntas yo trataba de no joder. Igual, teníamos una relación de familia muy linda... superados los celos del principio”, aclara.
Los poliamorosos vivieron en Miami (en la primavera gay post Clinton), volvieron a Buenos Aires, luego se instalaron en Madrid. “Allá, todos nos conocían como Los Tres. No había parientes, no había resquemor ni críticas, la pasamos muy bien.” Chueca fue su lugar en el mundo, y la Marcha del Orgullo local su fiestón favorito. Hasta se emocionaron cuando un candidato a alcalde, Alberto Ruiz Gallardón, del Partido Popular, en sus promesas de campaña incluía legalizar los trinomios. El muy pillo ganó las elecciones, y nunca lo hizo.
Al volver, en el 2009, explotaron las burbujas. No hubo quórum. ¿No te hace mal que ella esté con él también? Cada vez que te vas, ¿qué pasa en esa casa? ¿Qué hace él estando de viaje? “¿Qué le explico a mi hija cuando me pregunte?”, cuestionó su hermana y la hizo corta: les prohibió acercarse. “Acá la gente es abierta pero más criticona. Te miran con cara rara; bueno, al menos no disimulan”, analiza Boop. Y reconoce que la peor pesadilla suele ser vencer los tabúes de la familia de origen.
“A la sexualidad no la inventó nadie ni nació siendo cautiva. Sin embargo, a lo largo de la historia hemos sido justamente los seres sexuales quienes colocamos más o menos candados a sus distintas posibilidades de expresión. Aun así la sexualidad siempre ha sido libre en el pensamiento y las acciones de las personas que han luchado contra la ignorancia y las limitaciones de su época –reconoce la investigadora Paulina Millán Alvarez, del Instituto Mexicano de Sexología–. La sexualidad no es una simple receta de cocina ni un continuo destinado a repetirse, intacto y limitadamente –qué aburrido sería, ¿no?–. La diversidad es la posibilidad de adentrarnos en la cocina del placer y de ver los miles de rostros humanos que la representan, la posibilidad de darnos, de ser únicos y, a la vez, de nunca sentirnos solos.”
El idilio de Boo + Mel + Clara se terminó. Composición tema: “Tener un hijo”. A Clara le costaba pensar cómo iba a enfrentar la situación, por ejemplo, en el colegio. “Yo creo que está cambiando la sociedad, para mí no es tan complicado, creo que es preferible vivir con honestidad y no enterarte a los 20 que tu papá tuvo una doble vida.” Boop la apoya: “A mí esta experiencia me sirve para vivir sin esconder nada.” Se fue un amor, llegaron otro/a/os/as.
El Nuevo Testamento de las Relaciones Abiertas nombra de una manera más compleja esta realidad. Piensa a los poliamorosos como nuevos actores dentro del movimiento social de la diversidad sexual (y, yendo más al fondo, de las relaciones sexopolíticas), un poco más visibles en esta época de ampliación de derechos para las identidades emergentes. Reconoce que se sacuden los mandatos religiosos, familiares, morales, culturales, legales, estatales, fantásticos, institucionales. Y que a veces ni siquiera se sienten representados como parte de las “nuevas familias”; prefieren descartar esa palabra que nombra a la célula de la sociedad patriarcal. Mejor “núcleos afectivos”, como explica la fotógrafa, escritora y militante marian pessah: nombrados así, suponen otra forma de abrir las posibilidades sin pasar por la familia que remite a un hombre –blanco, heterosexual y de clase media– y una mujer –sumisa a los mandatos de su esposo– y de un nene y una nena (“¡hasta los hijxs deben ser la parejita hétero!”) y a todo el ideal de la casa propia, el perro y el auto. Por eso, al hablar de núcleos afectivos no rearmás sino que hacés, sos actora desde la imaginación.
Parece que la globalización les trajo aire fresco a algunos vínculos. “La globalización, con la multiplicidad de culturas amorosas, influye en desnaturalizar la idea de la familia nuclear y la pareja heterosexual como formas ‘naturales’ de unión y convivencia, y la procreación como objetivo ‘natural’ de la sexualidad”, entiende Diana Maffía. Y cuenta dos experiencias que la dejaron pensando: un diplomático africano le propuso discutir la legitimación del matrimonio con más de una esposa, ya que en su cultura eran polígamos, pero en nuestro país sólo podía poner a una de ellas bajo la protección legal del vínculo (por ejemplo, obra social). Otra, en un Congreso en México una mujer norteamericana que había sido hippie le decía con tristeza que hacía varios años que vivía allí pero sus amigas no querían compartir a sus parejas, y ella se sentía muy sola.
Los poliamorosos están cada vez menos solos, al menos cada vez menos invisibles. Hay organizaciones en distintos lugares del mundo que funcionan como punto de encuentro, también en la red hay varias Polyamory Communities que hablan todos los idiomas (¡pero con emoticones sobra!). No faltó el Poly Living de San Francisco. “Considero que en los circuitos citadinos y de costumbres urbanas donde existen colectivos o grupos de diversidad sexual, existe más apertura para la visibilidad de sexualidades por fuera de la heteronorma. Entonces cabe la posibilidad de una mayor integración y reconocimiento de las diferencias”, celebra Mabel Bellucci, activista feminista queer, integrante del colectivo editor de Herramienta. Y avisa: “En cambio, en esos ámbitos la discriminación se desplazó hacia la condición de clase y de etnia. Así, estos sectores comenzaron a ser los diferentes. Al mismo tiempo, aparece una mayor concentración de la violencia hacia las mujeres”.
También en los medios y en la industria del entretenimiento se tejen historias de relaciones abiertas. ¿Pero hasta qué punto no hay demasiado relato escrito por y para los hombres? ¿Es copia fiel lo que muestra la película Vicky Cristina Barcelona? “¡Es una estupidez comercial, Woody Allen necesitaba dinero!”, exclama marian pessah, una experta en el tema que reconoce “no hay expertas en este tema” (y ni mencionarle la obra de José María Muscari con Moria Casán e hija). “Ya no llamo a esta lucha poliamor –nunca lo hice– ni amor libre. He llegado a la conclusión de que el tema eje es la Ruptura de la Monogamia Obligatoria. Me gusta ese nombre porque a la ruptura la ponemos afuera, en el sistema, y nunca en nuestros cuerpos. Si vamos a lastimar a alguien, no sirve. El sufrimiento es inherente a la vida, como la felicidad. No se sufre por estar en una relación abierta o cerrada, se sufre por las condiciones que se ponen o imponen. Con Clarisse, mi compañera desde hace 9 años, con quien llevamos esta lucha y hemos aprendido mucho, le damos gran importancia a la palabra, a expresarnos, ese es nuestro código y así funcionamos –bien–. Apostamos al amor pero también al placer, cosa muy subversiva para las mujeres en el patriarcado, así como a la complicidad entre nosotras ya que siempre las mujeres fuimos tentadas a pelearnos, a competir. ¿Cuándo vamos a liberarnos si nos peleamos entre nosotras?”
“¿Por qué no le quitamos el ‘poli’ y dejamos el ‘amor’? El amor siempre debería ser múltiple, y se puede dar de cualquier manera”, comparte Fernando en uno de los foros. “Todos y todas tenemos un poliamoroso dentro, lo importante es reconocerlo”, interviene Diana Neri Arriaga, profesora de filosofía y en una relación abierta con Sergio e Israel. En su caso, desde hace 5 años está con Sergio, desde hace 4 conviven con Israel. Casiconviven, mejor dicho: tienen su catedral en común, pero cada uno también mantiene su capilla, perdón, su departamento. Diana es la única heterosexual de la relación. “Lo que hacemos es desafiar la doble moral, encarar la honestidad y respetar la libertad del otro. Las personas tenemos esa capacidad de involucrarnos amorosamente con más de una persona. No es la panacea el poliamor pero sí es una posibilidad que nos acerca a una forma de amar distinta.”
Antes y ahora, las relaciones abiertas colaboran con la saludable desidealización del amor romántico, reformula valores a favor de nuevos derechos (como los sexuales), libra batalla por recuperar nuestros cuerpos, transgrede la política sexual hegemónica.
Las Wollstonecrafts, Woolfs y compañía estarían chochas. Y las adorables anarquistas, ni hablar: ellas sí que le hicieron lobby al plan, y el periódico La voz de la Mujer fue su instrumento. “Uno de sus artículos muestra que el ideal de las redactoras de una unión y disolución libres, con las mujeres tomando la iniciativa, estaba lejos de ser aceptable para los hombres, incluso dentro del mismo movimiento –analizó la socióloga inglesa Maxime Molyneaux en su ensayo Ni Dios, ni patrón, ni marido. Feminismo anarquista en la Argentina del sigo XIX–. Ellas veían al amor libre como la solución al problema de las relaciones entre sexos; cuando el matrimonio, la causa de la miseria y la desesperación desapareciera la casa se volvería ‘Un paraíso de delicias’. Los hombres y las mujeres serían libres de entrar en relaciones con quien eligieran y de disolverlas a voluntad, sin los efectos corrosivos del derecho, el Estado y la costumbre. Esta visión ignoraba tanto la subordinación compleja e internalizada de las mujeres como los modos de opresión y el sentido de superioridad internalizados por los hombres.”
¿Y si lanzamos entre la rueda de amigas una nueva pregunta: quién sabe de parejas decadentes, quién oyó hablar de infidelidad? El poliamor rompe con varios tabúes. Uno de ellos, el engaño. “Hasta hace poco tiempo, la fidelidad de la mujer estaba vinculada a sostener la legitimidad de la progenie, y la del varón a asegurar el sostenimiento económico del hogar –historiza Maffía–. Por eso una mujer cometía adulterio si tenía al menos una relación sexual fuera del matrimonio, mientras en el varón no tenía nada que ver la sexualidad, sino que debía probarse que ‘mantenía manceba’, es decir que le pasaba dinero a otra. La fidelidad romántica está asociada al mantenimiento del vínculo monogámico, pero la fidelidad del poliamor debería repensarse en términos de pactos diferentes a ambos aspectos.”
¿Será que de alguna forma el amor libre contribuye al Women’s Lib? Maffía advierte: “No sé si esta apertura es igualmente ventajosa para varones y mujeres, eso depende de muchas cosas. Me inclino más por pensar que tal vez el Estado no debe regular en absoluto las formas de convivencia, y sí repensar completamente las políticas del cuidado, no privatizarlas sino asumirlas como responsabilidades sociales integrales. Pero eso significa repensar toda la economía y toda la política, como afortunadamente venimos haciendo las feministas desde hace años”.
¿Se podrá soñar hoy, cien años después, que superar patrones sexistas y desnaturalizar el Derecho a los Celos podría ser una acción posible contra la violencia doméstica? “En mi último libro Amor, placer, rabia y revolución hablo de eso –agrega marian pessah–. Hacernos cargo del deseo de la otra, ponerle nombre y apellido, es en sí mismo generador de violencia. Sólo falta poner un dispositivo en el cerebro con una luz que se encienda cada vez que una siente atracción por otra persona que no es su pareja. Eso es violencia, como toda propiedad privada es un cerco, un encierro. Liberarnos libera.”
Ya lo escribió Emma Goldman en Matrimonio y amor, en 1917: “¿Amor libre? Como si el amor pudiese otra cosa que ser libre. El hombre ha comprado cerebros, pero ni todos los millones del mundo han podido comprar amor.”
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