Vie 08.02.2013
las12

RESCATES

La imprescindible

La Delfina (¿?-1839)

› Por Marisa Avigliano

No existió, o no existió como dicen que existió, es leyenda; muchas mujeres en una, un invento. La Delfina, la mujer cuyo nombre también era su apellido, admite todas las versiones sobre su biografía, todas, hasta la que duda sobre sus pasos. Mientras tanto el fantasma de la que fue el amor de Pancho Ramírez recorre el bulevar Montoneras en Concepción del Uruguay. Que era portuguesa, rubia de piel muy blanca y la hija bastarda de un virrey en Brasil; que Ramírez después de la batalla de Cepeda la encontró vestida con harapos de soldado lusitano y haciéndola su cautiva la invitó a su comer a su tienda esa misma noche; que era morena y porteña, que le decían “la Portuguesa” pero que se llamaba Delfina Menchaca y hasta que era cuartelera (la mujer que tenía sexo con los soldados y la que los seguía en todas las campañas). Cualquiera de estos relatos sirve para armar los primeros años de su biografía, porque después ya aparece montada a un caballo cabalgando al lado del caudillo entrerriano convertida en un soldado más, bueno en un soldado más no, en el imprescindible: “Porque a su lado en el grupo/Va la Delfina esa hermosa, Que en todas las correrías/Junto a él peligra animosa. /Lleva traje de oficial/Bombacha y dormán punzó/Y un espadín de parada/Con una faja de gro” (Historia de la Delfina, en Romances de Río Seco, Leopoldo Lugones). Pero la novela apenas comienza en ese tropel porque Francisco “Pancho” Ramírez dejó a su prometida en el altar (Norberta Calvento, la novia indignada que muere soltera), fue traicionado (cuentan que por los celos de Lucio Norberto Mansilla) y murió para salvarla (el 10 de julio de 1821, cuando iban a matar a La Delfina, la subió a las ancas del caballo de otro soldado y enfrentó solo el pistoletazo). Ramírez fue decapitado y su cabeza en retobo de cuero llegó a manos de Estanislao López, quien eligió exhibirla en una jaula en la puerta del Cabildo santafesino. La Delfina escapó y se perdió en los montes de quebracho de Santiago del Estero, Chaco y Corrientes, hasta que meses después logró volver al Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay), lugar donde había nacido Ramírez.

Muerto el caudillo, una vez más son las versiones (tic asiduo en la historiografía cuando de mujeres se trata y sobre todo si son las mujeres de los años de la revolución) las que completan la cronología femenina: se fue a vivir con Tadea Florentina Jordán, la madre de Ramírez; vivió un romance con un capitán cuyo apellido nadie recuerda; rechazó –¿o no?– a Mansilla, que convertido en el primer gobernador de Entre Ríos seguía insistiendo.

Murió sola y sin que nadie la reconociera en junio de 1839. El acta de defunción la nombra María Delfina, dice que era portuguesa, soltera, que no había recibido los sacramentos y que sería enterrada en el cementerio local. Su tumba nunca pudo identificarse y sobre aquel cementerio se construyó después uno de los barrios de Concepción. La leyenda cuenta que la única que advirtió la ausencia definitiva de la coronela del Ejército Federal, la amazona de chaquetilla roja con alamares dorados, bombacha azul, botas negras y sombrero bordó adornado con plumas de ñandú fue Norberta.

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