Sexualidad Todo lo que pasa en la vida de las mujeres cuando la menopausia apura el paso sobre sus cuerpos y genera una cantidad de sensaciones nuevas difíciles de digerir. Las declaraciones mediáticas de Reina Reech y Carmen Barbieri, que juran que no tienen ni quieren sexo, abren el juego a la pregunta: ¿se puede vivir sin sexo o la falta de deseo es pasajera y coyuntural?, ¿el deber ser que indica que para tener relaciones hay que recurrir a la penetración no excluye un montón de acercamientos eróticos?, ¿se puede vivir sin ganas o es el contexto lo que desmotiva?
› Por Flor Monfort
Dale la tarde, programa de verano de Canal 13, invita a Reina Reech a la entrevista diaria. La coreógrafa de 53 años cuenta que hace un año y dos meses que no tiene sexo y 11 que está sin pareja estable. Con esa precisión: un año y dos, o 14 meses, o 60 semanas. Corona la declaración diciendo que a las mujeres potentes, como a ella, le gustan los hombres potentes, que no abundan, que tiene que aprender a recibir amor, no sólo a darlo, y termina el reportaje con una miniperformance junto al conductor, a quien le pide que la apoye para no olvidar lo que se siente. “Vení acá, Mariano. ¡Necesito sexo!”, aúlla y todos festejan. Telón al primer acto de lo obvio: si una mujer no tiene sexo, algo le pasa, y para tapar esa locurita, nada mejor que hacer una parodia. Tal y como hizo la ex conductora de ese mismo show, Florencia Peña, cuando su video se replicó como conejo en la red. Primero el llanto, después la burla y al final una mueca torcida de indignación y risa falsa: “gauchita de oro” la premiaron en su propio programa, por lo buena que parecía ser como amante según aquel video íntimo que hoy la tiene devastada. Y por si no quedó claro, Flor aclaró que lo hace todos los días, aquel día once horas antes de la emisión del programa, lo cual da una cuenta un tanto exótica para una “madre de familia” considerando que el programa se emite a las 3 de la tarde.
A su turno y en la misma semana, la humorista Carmen Barbieri, de 58 años, le dijo al ciclo de América, Intratables, algo parecido. “Hace tres años y medio que no tengo intimidad con nadie. No me surge la necesidad..., pongo mi energía en el trabajo, estoy con amigos. No necesito el sexo ahora, lo puse en el freezer”, provocando la sorpresa del panel que la llenaba de piropos y exclamaba “cómo puede ser que estando tan linda sufra abstinencia”, como si la abstinencia fuera una enfermedad contagiosa y la belleza un atributo que garantiza el orgasmo.
Hace pocas semanas, otra rubia estrella cumplió años (70) y aseguró que no piensa volver al ruedo de la pareja, que para ella ya está más que lleno ese casillero y que gracias a los que se acercan pero prefiere viajes, amigas y trabajo. Susana Giménez volvía a contestar sobre su trajín amoroso, ese que tuvo el arco iris del ejemplar masculino con figuras como Monzón, Darín y Roviralta. Ya en algún diálogo con la sexóloga Rampolla había comentado que prefería los dildos a pila que los eléctricos y que “dar la cola” está bueno al principio, pero después mejor reservarla.
Puestas y expuestas, se podría debatir sobre la presión que sienten estas figuras que pasan los 50 por decir qué pasa bajo las sábanas cuando parece que nada pasa y “el amor” brilla por su ausencia, pero también los “touch and goes” que habilitó Moria Casán. Pero más que presionadas a “confesar”, ellas están develando ese filo por el que caminan sin caerse: la falta de ganas, la libido puesta en otros intereses, la necesidad de sentir cierta libertad cuando tal vez por años el sexo fue un deber y no tanto un descubrimiento, o una elección que ya no realizan o una misión que ya no sienten como prioritaria. Al mismo tiempo, desnudan ese mito que sigue siendo insulto de primera mano: la malcogida, mujer que deambula con cara larga porque resulta evidente que no la atienden, como si ella no se pudiera atender solita. La etiqueta más obvia de la actividad sexual es, en las mujeres, que se nota en los gestos, que se devela en las formas, que se transparenta en el aspecto, como si no existieran monjas tranquilitas o bellas mujeres que sólo se autosatisfacen o algunas que no tienen ganas de nada y se quedan leyendo un libro en vez de buscar aventura. Cuestionadas sobre su actividad sexual, porque en esta era de la confesión mejor sacarlo todo afuera, eligen decir la verdad: pasan. Sin tematizar lo que por su edad es obvio que ocurre pero que parece palabra prohibida por su falta total de glamour: la menopausia.
Para la activista feminista queer Mabel Bellucci, las mujeres estamos controladas, pero no de un modo esclavizante sino constitutivo. “La noción regulatoria del amor romántico es exitosa en todas las edades y se sigue replicando. Que en un momento de tu vida creas que el cariño va junto a la sexualidad, bueno, así una inaugura su experiencia, pero que a los 60 años sigas creyendo eso y estés como la mujer de Copi, sentada esperando que venga alguien, y que no pongas en ejercicio tus ganas de ser mirada y mirar, de tocar y provocar, es peligroso. Hacer todas esas cosas genera sensación de desubicación, entonces siempre hay algo que reemplaza: si no sos madre sos abuela, y si no tenés una madre que cuidar o sos exitosa en el trabajo. En el espacio público hay mucho terreno ganado pero eso no condice con lo íntimo, con los afectos, en eso seguimos más o menos igual que hace 40 años. Ese dispositivo de poder nos marca y se reproduce. Yo lo cuestiono, una tiene que aprender de otros modos de sexualidades, por ejemplo de los gays, que salen y como perros de caza buscan y consiguen partenaires y después vuelven a la casa y no se les cayó el mundo, no hay amargura ahí, el placer está primero. Muchas compañeras mías están muy orgullosas de haber tenido éxito en lo profesional y renunciaron al placer; sus cuerpos están formateados, domesticados y de ahí no pueden salir, esperan a alguien y quizá lo tienen al lado”, dice y jura que para conseguir un acompañante ocasional nada mejor que un súper chino o una lavandería, pero sobre todo la renuncia a la obsesión por pareja estable, al sistema que manda que una relación sexual se completa con la penetración y que si la menopausia da la oportunidad de sentir un deseo fluctuante, nada mejor que descubrirse en una nueva etapa de madurez y no llorar por las mieles perdidas, esas que en su momento tampoco eran tan dulces como parecen a la distancia. Para la psicóloga especialista en pareja y familia Ketty Scheider, la menopausia comporta una baja de estrógeno suficiente para bajar el deseo, “pero el deseo es algo tan complejo que depende de muchas cosas. No es lo mismo tener un compañero de toda la vida que uno nuevo, o una sexualidad de muchos años muy buena o una muy desconectada. Tengo pacientes preocupadas porque no sienten ganas: desde que existe el Viagra, muchos varones de arriba de 55 años lo toman por las dudas; lo que suelen olvidar es que las mujeres no toman Viagra ni quieren ser penetradas una y otra vez; es decir que el varón es tan falocéntrico que se olvida de su compañera. A las mujeres la penetración no nos interesa tanto, el orgasmo femenino es tan amplio y está tan centrado en la estimulación clitoridiana que es una lástima que nos sigamos tragando lo que el patriarcado nos hizo creer: que el orgasmo es vaginal. Hay una dificultad para escuchar lo que desean genuinamente las mujeres. Y estas declaraciones mediáticas sólo refuerzan el estereotipo de que el cuerpo de la mujer es un cuerpo para otros. Interrogar a una figura mediática, dando a conocer los detalles, refuerza que una mujer exitosa tiene que tener sexo, pero supongamos que no se le antoja. Esto sigue abonando el estereotipo además de ciertos cánones de belleza, y que cualquier mina tiene que estar bien servida por algún súper macho que la haga gozar. Estaría bueno preguntarnos nosotras cómo queremos gozar, sobre todo en relación a la penetración”, dice ella, que vive en Bahía Blanca hace 20 años y hoy, con 55, ve los resultados de un pueblo en el que hasta hace no tanto estaba bien visto casarse virgen, lo que dio como resultado mujeres con experiencias sexuales desastrosas que viven con alivio la llegada de la menopausia. “Hay tantas sexualidades como personas, creo que lo peor es la cuestión normativa y lo peor de lo peor es la heteronormatividad”, dice.
En Degradación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres pobres. Abortar y parir, Liliana Pauluzzi dedica un apartado a este tema y recoge testimonios: “Yo con mi marido ya lo resolví, directamente me acuesto sin bombacha y que él haga lo que quiera. Lo que me tiene contenta es que pronto se le va a morir el bicho, ya no se le va a parar más y voy a dormir tranquila, es lo único que quiero”. Otras mujeres lo ven como una situación de poder para negociar con algunas actitudes de sus parejas: “Yo, cuando hace algo que no me gusta, lo castigo con la negativa al sexo... digo ‘hoy no me tocás un pelo’”. Quienes manifiestan dichos como éstos sienten que ejercen un poder que las reconforta, pero también obvian su derecho al placer, que evidentemente no sienten con sus parejas. También se escuchan consejos de madres a hijas como: “Yo les dije a mis hijas que si querían tener siempre al hombre al lado tenían que ser una señora en la calle y una puta en la cama, es lo que les va a dar la seguridad de que por más que tuvieran aventuras siempre van a volver a ellas”. Dichos como los que anteceden desmienten la sexualidad de estas mujeres como gozosa. La violencia sexual masculina en la pareja es consentida y naturalizada. Ceden a las exigencias sexuales de los hombres, por miedo a las consecuencias de ser acusadas de infieles o por temor a la pérdida de apoyo económico, o porque sienten que así debe ser. Por lo que resulta sumamente dificultoso que puedan protegerse de enfermedades de transmisión sexual. Las mujeres sin pareja estable, muchas veces, como estrategias de sobrevivencia, cambian sexo por alguna necesidad diaria, una garrafa para poder cocinar, algún Plan Trabajar o la promesa de conseguir algún beneficio de los punteros políticos. A muchas de ellas su vulnerabilidad económica y social las lleva a tener diversas parejas sexuales como recurso para alimentar a su familia, lo que paradójicamente les hace aumentar su progenie con distintos hombres”.
De este modo, Pauluzzi ilumina una zona muy alejada de la sexualidad femenina de la que dan cuenta nuestras estrellas, pero uniendo puntos en el aire aquello de usar el sexo como botín de guerra, de “soportar” a cambio de otros favores o bondades, no deja de ser una constante en la vida de las mujeres, de cualquier clase social, y que con la menopausia encuentra cierta liberación que de otro modo resulta difícil de conceder.
Para Ana P., 63 años, abogada, divorciada hace 16 años, “lo lógico es tener ganas, y durante mucho tiempo las tuve pero encontraba tipos hechos pelota. Los que me gustaban no estaban disponibles, entonces fui aplazando y las ganas se me fueron”. Para Irene H., 69, profesora universitaria “el deseo puede ir y venir pero es más tibio y no tan urgente. Nunca me casé, sólo conviví muchos años pero ya hace mucho. Durante mis décadas de esplendor, digamos de los 30 a los 45, cuando mis hijos ya eran más grandecitos, me dediqué a experimentar con hombres diferentes, algunas mujeres y varios tríos, pero ya no tengo esa pulsión, tantas pilas; lo que sí me gusta es interrogar a las más jóvenes sobre sus actividades y hacerlo me despierta algún ratón, tal vez. Estimularme, muy de vez en cuanto, pero jamás diría que mi yo erótico está muerto”. Dos testimonios que ponen grises en el negro sobre blanco de Reech y Barbieri, pero que coinciden en la ausencia de ganas, no como un padecimiento sino como una nueva realidad. Para otras, en cambio, evitar el revuelque es algo que preocupa: “Me parece raro sentirme ajena al sexo. Durante años fue muy importante en mi pareja, muy presente: siempre tuvimos rituales, pavadas cómplices, como de ir a un bar y jugar a ser desconocidos para ver qué pasaba con terceros. Algunas veces experimentamos con éxtasis, y ya teníamos más de 40, quiero decir que siempre me sentí muy afortunada hasta que la menopausia me marcó un camino más indiferente. Sin embargo, él sigue queriendo el mismo trajín y me obligo a cumplir un personaje que en el fondo me amarga”, dice Raquel D., artista plástica. Para Alicia J., 59 años, contadora, “el tema del cuerpo es la clave. Me siento fofa, impresentable. Jamás pasaría por el quirófano por un tema estético, me parece una locura, pero esta situación, cada vez más insoportable, de que mi cuerpo en el espejo me deprime, tiene su correlato en la vivencia de mi compañero, que también se queja de falta de fuerza, de vitalidad, que en la oficina lo consideran un viejo choto y que en la calle no lo mira ni el loro. Sentirse invisible. Eso nos está pasando a los dos, a diferencia de otras amigas que se sienten forzadas a cumplir en la cama”. Para Gimena, de 53, la menopausia es una sombra que la persigue y ella no ve la hora de que dé el presente final: “La menstruación me tiene harta y ahora me viene cada tres o cuatro meses, cuando quiere. La falta de lubricación la tengo hace rato pero la soluciono con lubricantes y el deseo es lo que siempre fue, algo que aparece y se va por etapas. Mi esposa es un poco más joven y está más o menos en la misma pero las dos sabemos que el encuentro es por épocas y que depende de mil factores. A veces mirar una película en la cama es más satisfactorio que el sexo en sí mismo”, asegura.
Es innegable que la sexualidad va cambiando a medida que envejecemos, no es lo mismo a los 20 que a los 60. Pero la sexualidad no se restringe al pene-vagina sino que está atravesada por el acariciarse, besarse, masajearse, frotarse con ropa, mirarse sin ropa, hacerse desear, bañarse de a dos, de a tres, con el perro o con el vecino, mirarse al espejo chupando una frutilla o presionar suavemente el clítoris contra el compañero de viaje en el colectivo, y eso puede pasar a cualquier edad, bajo cualquier elección sexual, en cualquier momento, sin mediar la palabra o el pensamiento, simplemente dejándose llevar. O puede no pasar nada por un tiempo y que el encuentro sea con otras cosas, tal vez antes dejadas de lado, como una carrera, un viaje largo, una vocación perdida. Ahí también hay calentura, y no necesita lubricante. Reducir el sexo a la penetración es hacerle el juego a un sistema que manda esa premisa, como se manda a la gente a entretenerse a los shoppings o se promete que la belleza traerá buenos resultados. Una cuestión de mercado. Según la sexóloga Diana Resnicoff: “Todo este trajín mediático se da de machitos a mujeres grandes. ¿Como que no tenés sexo?, les preguntan, pero ellos no están hablando de caricias sino de penetración. En general se sigue remarcando el tema de la penetración y se desconoce que el placer de las mujeres pasa por otro lado, y que además nuestra posibilidad de placer no depende de la penetración sino de conocer nuestro cuerpo, de que podamos pedir. Carmen Barbieri parece hablar concretamente del marido, esa relación tan popular tipo reality, pero la sexualidad dista tanto de ser esto. Las mujeres terminamos perdiendo con mujeres que contestan de esta manera, porque la muestra de mujeres que hay en los medios es muy poca, pero si se hiciera un muestreo es cierto, habrá algunas que no tienen sexo, pero si para una mujer la sexualidad nunca en su vida fue un tema importante, a los 60 le pasará lo mismo, y para las que hayan tenido una vida sexual interesante, si bien es cierto que faltan estrógenos o que las paredes vaginales están más afinadas, el deseo sexual puede permanecer intacto. El deseo de la mujer está ligado a lo contextual y la motivación, y eso lo veo en el consultorio: la que quiere hacerlo ni siquiera necesita lubricante”, dice. Resnicoff explica que tanto hombres como mujeres desconocen su cuerpo, los cambios que ocurren a los 50, 60 años, cuando todo se vuelve más lento. Muchas mujeres quieren seguir satisfaciendo cual geishas y están convencidas de que tienen que llegar al orgasmo por penetración cuando lo podrían conseguir de otra manera; entonces no queda claro si no tienen porque no quieren o no tienen porque dadas esas condiciones de penetración o muerte no tienen ganas. Tener la energía en otra cosa es perfectamente válido, pero no debería ser consecuencia de la falta de reflexión sobre el tema: ¿realmente quiero cancelar mis deseos o puedo escribir reglas del juego más favorables para mí? “La mujer que está sola después de los 50 se siente sumamente apropiada de su cuerpo, sabe qué le gusta y qué no, y la sexualidad puede resolverla autoestimulándose, puede resolverla con un partenaire y a veces decide que si no tiene también está bien. Y hay quienes tienen pareja y saben que pueden compartir otras cosas que no sean penetración. También lo podés hacer con un amigo, o con una pareja ocasional, más joven, más libre. Pero para eso hay que elegir, algunas cosas se pierden y otras se ganan con la menopausia, querer cumplir con el deber-ser público de estar con alguien y además ser feliz en la cama y además exitosa y además bella, es como demasiado”, concluye.
Nadie duda de que Florencia Peña se siente devastada por la difusión de su video, lo que sorprende es la marea en la que se dejó llevar ignorando su propia intuición: que nadie tenía que ver ese material porque pertenecía a una escena privada. Sin embargo, la actriz padeció esa desesperación por cumplir todos los roles: la madre buena, la puta en la cama, la figura avergonzada pero también la que sublima con humor, la que es fuerte y puede sobrepasar todos los embates porque ya vivió triunfos y fracasos en partes iguales. Todo sin repetir y sin soplar, en un mismo verano. Sobre el varón en cuestión, jamás convocado para acompañarla, se dijo más bien poco y ella siguió a dieta, en el gimnasio, híper bronceada, entera, graciosa. Probablemente y sin tener más de 50, sus ganas de repetir la escena del video al final del día eran bastante débiles, pero más que nada por esa pulsión de ponerse mochilas y no de sacarlas. Para gozar, no queda otra: a los 40, a los 50 o los 100.
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