MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Vestida con una camiseta en gamas de naranja, gris, amarillo, verde, azulino, turquesa y rosa chicle que conformaban geometrías y que gracias al buen oficio de un equipo de costureras y estudiantes de diseño que, customización mediante, transformaron esa pieza con aplicaciones de pasamanería en color plata en el cuello en v, dispusieron piedras símil strass en celeste y plateados en las sisas de sus mangas, portando una flor roja en mi vincha y plumas al tono (como mis zapatos para intentar sambar), glitter y laca en mi flequillo, ingresé al sambódromo Sapucaí de Río de Janeiro sintiéndome una aspirante a bailarina de comparsa. Nunca antes había asistido a un carnaval, excepto al modesto parade de mascaritas que en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, contiguo al que crecí. Según muestra mi álbum familiar, de niña paseé en una carroza vestida con alas de ángel. Allí y ahora, el Carnaval do Rio 2013, seguí a rajatabla el protocolo indicado por mis anfitriones de APex Brasil –la Agencia Brasileña de Promoción a la Exportación– para contemplar los estilos espontáneos y la moda implícita en las diversas scolas. Y en el camarote número siete del Sapucaí, que ofició de lounge y de mirador, estuve acompañada de muchos otros usuarios de esa remera con sutiles variaciones en su customización. Todos llevábamos además, en nuestras credenciales, el cancionero con “samba enredo”, las líricas compuestas especialmente para cada escuela y que nos permitía sumarnos al gran karaoke.
Corresponde destacar que en la construcción de estilos de ese gran fashion parade que representa el Carnaval, cada scola (fueron doce las que participaron de la fiesta) tiene 82 minutos cronometrados para desarrollar en vivo una temática, que pueden construir hasta ocho carrozas, que su equipo de creativos admite un director general llamado “carnavalesco”, directores de comparsa, coreógrafos, maestros de batería e intérpretes, además de sus reinas o madrinas, que van ataviadas con plumas fabulosas para la ocasión y que engalanan sus cuerpos de bombshells, sumado al ineludible desfile de bahianas que marchan y bailan en forma circular con trajes adorables.
El modismo se extendió tanto a Inocentes de Belford Roxo, los responsables de la apertura y de un homenaje a los cincuenta años de la inmigración coreana en Brasil, llamada “Las siete confluencias del río Han”, quienes aludieron a una gran puesta en escena con dragones, reconstrucciones de hanoks –las casas típicas– y recreaciones en clave brasileña del traje típico llamado hanbok, como también el rescate de oficios, de las cerámicas al cultivo de frutos.
Continuó en la segunda gran irrupción del sambódromo Sapucaí, “Salgueiro”, con una reflexión e ironías sobre la fama (de alusiones al photoshop, las cirugías y los artificios a proyecciones y artificios en las carrozas), pero también con alegorías sobre personajes: de Cleopatra a Tutankamón, que emergió de su tumba para bailar carnaval.
El clima de ese fashion show del pueblo volvió a exaltarse con la aparición de Unidos da Tijuca, ganadores del Carnaval 2012 y que vestidos de árboles, cual floresta encantada y lisérgica, representó un viaje por Alemania y sus cruces con Brasil con alusiones a la mitología. El resultado fue lo más parecido a la lisergia del Mago de Oz y los films de Tim Burton en versión tropicalista, con figuras que emergían de hongos (algunas fueron socorridas por una brigada de paramédicos). El argumento de Unidos... admitió un homenaje al cabaret y a Marlene Dietrich en el film El Angel Azul. El robot de Metrópolis de Fritz Lang, las fábricas y las míticas exhibiciones de juguetes alemanes tuvieron su correlato en recreaciones de cuentos de hadas, la profusión de muñecas y playmobils, pero con la misma arbitrariedad imperante en cada pasada. Luego de un gran tobogán donde jugaban niños, asomaría una gran carroza con esculturas gigantes de vasos de cerveza y, para culminar, un rescate de grandes invenciones como los rayos x y el Zeppelin fue abordado por quienes transitaban de a pie mientras que las mujeres llevaron trajes de astronautas.
Le seguiría Mocidade, cuyo leit motiv fue la escena rocker tan en boga en la cultura de Brasil, y el ciclo Rock in Río, que en sus carromatos fabulosos y parafernalia mediante sumó las juke boxes y los modismos de los años ’50, citas al jazz, el reggae, el heavy metal y el punk. Las bailarinas sumaron fragmentos de discos de vinilo a las plumas. Los trajes más requeridos y sold out que surgieron de “la fantasía” de esa scola, fueron atuendos “heavy metal”.
En la segunda jornada de la fiesta, el inicio remitió a “Final Feliz”, un homenaje de la scola Sao Clemente a las telenovelas de Brasil. El argumento surgió de un recorte ficcional de las tramas favoritas del pueblo brasileño, pero el verdadero fulgor en los trajes llegaría de la mano de Mangueira y su Tren del Samba junto a la big band con 500 tambores. También Beija Flor, otra de las favoritas del público, recurrió a una trama épica: el brasileño Mangalarga Marchador narró una larga jornada a caballo e historias de conquistas en un contexto histórico y a lo largo de varios siglos. Pero resultó cautivante una apuesta más modesta y crítica al sistema, Grande do Rio. Según manifestó la proclama: “El desfile mostrará todo lo que podría dejar de existir y la importancia de los royalties del petróleo en la organización social de los municipios”.
Quienes nos acercamos a la pasarela pudimos ver a ciudadanos de a pie, con simulacros de barcos, pescadores que compartían barcazas modestas, recreaciones de frutos del mar, una irrupción bizarra de representantes de los hospitales públicos, con pastillas gigantes, camillas y sueros en escena. Como correlato de una y otra, destaco el show de Carnaval que representaban tanto quienes se daban cita en el lobby y los ascensores de un hotel de la avenida Atlántica de Copacabana como los estilos espontáneos que se vislumbraban en la calle, a todas horas del día, porque los habitantes de Río salen ornamentados con un accesorio alusivo al Carnaval o lo que se les da la gana. Y en el gran parque de diversiones tropicalista que representa el Sapucaí, las calles laterales y el backstage, por donde transitaban los participantes del Carnaval, con los trajes en proceso de vestirse o desvestirse, las cajas con artificios y los containers, sí, jaulas con plumas para la ocasión, el diálogo entre una madrina y bombshell con sus ornamentos y al ritmo de samba.
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