TRABAJO
Fue a finales del 2001 cuando trabajadores y trabajadoras de Aerolíneas Argentinas y Austral forjaron aquella consigna, Todos somos Aerolíneas, que logró conmover y comprometer a todo el país en la recuperación de esas empresas ahora nacionales. Fue una movilización que le habló directamente a la clase media, la misma que en diciembre de aquel año salió a la calle en alianza con sectores populares para resistir ajustes y represión. En esa experiencia se forjaron las azafatas que hoy tripulan los vuelos de la aerolínea de bandera, lejos del glamour y cerca de las tareas de cuidado y servicio. Es desde el amor por esos aviones y esas rutas que consideran propias que ahora reclaman por sus condiciones de trabajo, organizándose entre ellas, poniendo en juego lo aprendido y conscientes de que el cuidado de los otros muchas veces se paga con el cuerpo.
› Por Veronica Gago
Para coordinar una nota con una decena de azafatas hay que hacer malabares. Sus agendas son especialmente laberínticas: combinan planes de vuelo, guardias durante las cuales no pueden salir de sus casas, crianza de hijxs, carreras universitarias que se hacen en los huecos y otra serie de actividades que deben competir por encontrar su espacio. “¡Ni hablar cuando además querés sacar un turno con la ginecóloga o estabilizar un noviazgo!”, dice una de ellas riendo de esa gestión minuciosa que debe hacerse cuando se pasa parte del tiempo en la tierra y parte en los cielos. Aun así, logramos fijar una cita. Son las aeronavegantes de Aerolíneas Argentinas que acaban de lanzar la lista Violeta. Son de la agrupación independiente JPV (Juventud por la Participación y la Verdad). Son quienes también publican la revista Tomar Aire. Formar la agrupación, presentarse a elecciones, editar la revista también es una entrega de tiempo que, aun en medio de una rutina exigente y tironeada, sienten imprescindible. La agrupación empezó a gestarse en los murmullos de los galleys del avión, que es como se conoce en la jerga a la cocina de la nave, pero también en las redes sociales que es la forma en que se conectan quienes van y vienen todo el tiempo entre el aire y los suelos. Con el impulso en el cuerpo, aprovechan “el” preciado día libre para ir a hablar en Ezeiza y Aeroparque con otrxs trabajadorxs. Justamente para discutir de qué está hecha esa flexibilidad laboral tan particular en un rubro mayoritariamente poblado de mujeres, qué tipo de exigencias enfrentan, cómo ven la situación actual de la empresa estatizada y con qué trayectorias, personales y colectivas, llegan hoy a discutir la conducción del sindicato.
¿Cuántas niñas no soñaron alguna vez con subir a un avión y tener ese trabajo que, desde lejos, parece aventurero y casi placentero? Aunque se las vea radiantes en sus trajecitos, peinados prolijos y maquillaje a tono, ellas –las azafatas de carne y hueso– dicen que su tarea no tiene el “aire glamoroso” que se le atribuye. “El estereotipo de la chica glamorosa que se la pasa viajando es eso: sólo un estereotipo. Nuestras condiciones de trabajo son especialmente duras y más aún en los tiempos actuales.” Romina, pelo oscuro y largo, se refiere a un compilado de cuestiones problemáticas y enseguida cada una detalla al respecto.
Ellas dicen que arriba del avión, cuando se cierran las puertas, un fantasma lo recorre. Es el miedo a la muerte que, de una manera u otra, transita entre todos los pasajeros. “Nosotras también tenemos que convivir de manera permanente con esa idea de la muerte. Tiene que ver con que nuestro trabajo se basa en cierta gestión del riesgo.” Ellas están preparadas para esto, pero a su vez coinciden en relatar que en los últimos años hay una mayor intensidad en los desbordes de los pasajeros: “Hoy son más frecuentes las tensiones, los ataques de pánico, un pasajero que quiere abrir la puerta u otras manifestaciones de estrés de las que nosotras debemos hacernos cargo en términos de seguridad del vuelo”.
No por casualidad las primeras azafatas fueron enfermeras. Algo de esa profesión impregna aún hoy la tarea. Dice Julieta, que tiene un vuelo esa misma noche: “Nuestro trabajo consiste en buena medida en gestionar las emociones que se producen en ese ámbito tan particular como es estar en una nave encerrados con gente que no se conoce a diez mil metros de altura. El cuidado de lxs otrxs es nuestra responsabilidad y de eso depende, en buena medida, la seguridad del vuelo”. La dimensión femenina del trabajo salta a la vista: la atención como servicio personalizado que debe lidiar con las subjetividades de los pasajeros recae en esa capacidad ligada al saber hacer femenino convertido en un elemento clave de la profesionalidad de la tripulación. “Cuando un pasajero se siente vulnerable en el vuelo busca una receptividad y una contención en nosotras de la manera que se le ocurra. Nosotras sabemos cuáles son los sentimientos que afloran frente al miedo en el avión y buscamos manejarlo de la mejor manera posible.”
Pero es esa porosidad femenina para con la fragilidad del otrx la que también hace difícil el trabajo en otros momentos: “Cuando estás puérpera o cuando tomás conciencia de tu maternidad es más difícil subirte al avión. La idea que siempre tenés de que te vas de tu casa y no sabés cuándo volvés pasa a tener una densidad mayor y es más dura de sobrellevar cuando tenés hijxs. Cuando se atrasa un vuelo y no podés llamar para avisar por la razón que sea, sentís una desesperación muy particular. Por experiencias distintas, surge un patrón de conducta a partir de la maternidad: ‘miedos por tus hijos, crisis que te llevan a decir tengo que cambiar ya de trabajo’ y empezar a fantasear con cosas alternativas”, dice Serena, corriéndose los rulos de la cara y gesticulando con vehemencia.
El chiste llega rápido: una hace yoga, otra terapia de constelaciones familiares, otra acude a la astrología, otra entrena respiraciones no tradicionales. “Algo tenemos que hacer con todo ese plus de emociones nuestras y ajenas con las que trabajamos en el aire”, describe Paola sintetizando un abanico de tácticas posibles para manejarse con la inestabilidad permanente de la rutina y el trastrocamiento vital asociado a volar de manera tan frecuente.
“No sé si a ustedes les pasa –confiesa Romina–, pero a mí la angustia de nuestro trabajo se me aparece mucho en los sueños. Yo sueño todo el tiempo que nunca llego al avión, que se me hace imperdonablemente tarde o que me estrello.” Las imágenes, pesadillescas, les son familiares a todas. El inconsciente del oficio es parte de su carga de estrés.
“Esto aparece también en cómo empezás a pensar la vida: a mí me pasa, por ejemplo, que siento que tengo que aprovechar cada momento con mi hijo porque nada es para siempre. La vida se te revela en su fragilidad de una manera más fuerte que en otras profesiones”, asegura Viviana, de ojos grandes y cristalinos. Y se le agolpan más detalles para contar: “La inestabilidad que padecemos es física y psíquica: se te alteran los ciclos del cuerpo y los ciclos de la sociabilidad, ya que uno está a contramano de lo que hace el resto. Se genera una suerte de desconexión que es la que sentís cuando estás en el aire y a la vez lo que te impulsa a que cuando estás en tierra tratás de estar conectada al ciento por ciento y disfru-tarlo de un modo bastante especial, intenso”.
Esa intensidad y ese cambio entre conexión/desconexión obliga también a un cuidadoso uso del tiempo, de agendas que deben apretarse para aprovechar los días que se está en tierra, siempre organizados por el plan de vuelos (y guardias) mensuales. “Ya lo tenemos incorporado: optimizamos permanentemente nuestro tiempo. Por ejemplo, tratás de hacer cosas por adelantado porque no sabés si la semana o el mes que viene lo vas a poder hacer, pero tampoco podés planificar muchísimo porque corrés el riesgo de frustrarte. Creo que somos grandes gestionadoras del tiempo”, ilustra esta vez María. En el medio, un día de semana común y corriente, cuando cualquiera está trabajando, ellas tal vez tengan un día de descanso total y se sienten a contramano del mundo. “Eso tiene su gusto porque es tal vez un miércoles cualquiera que te podés quedar en tu casa o salir a hacer compras como si fuese domingo, pero también es una sensación rara estar tan descolgada del resto de quienes te rodean”, dice Sandra.
TODXS SOMOS AEROLINEAS: LA MARCA 2001
El promedio etario de las entrevistadas de esta nota (que prefieren resguardar sus nombres verdaderos) es de treinta y pico, algunas bordeando las cuatro décadas. La mayoría son madres. Eran recién llegadas a la profesión a fines de los ‘90 o principios de 2000. Vivieron con compromiso, en el 2001, la consigna Todos somos Aerolíneas: “Fue un momento de comunidad muy grande, que se vivió con la gente, con los pilotos, con todos los otros sectores de mantenimiento, tráfico, tierra. Hacía muy poco que yo había entrado a AA, pero tengo el recuerdo vivo de compartir vuelos con comisarios mujeres que se largaban a llorar por la situación de la empresa. Nosotros no le veíamos salida y era terrible, desesperante”. Las imágenes se suceden: cuando los pilotos tomaron la pista y los reprimieron, cuando se hizo un abrazo al Congreso, cuando fueron a cantar el Himno al programa de Susana Giménez, etcétera. “Me acuerdo perfectamente de haber participado en las movidas del 2001/02, ir al sindicato, quedarnos a dormir ahí, discutir.” Fue un momento de involucramiento de las bases frente a la situación crítica con la empresa y en coincidencia con el traspaso de la gestión gremial de Alicia Castro al actual Ricardo Frecia. Desde ese bautismo de recuperación colectiva de la empresa, de lo que entonces se puso en juego, es que este colectivo se propone volver a discutir qué significa AA en la actualidad.
La agrupación JPV tiene esa marca generacional que hace que hoy busquen una alternativa luchando al interior del sindicato: “En el 2001/02 tuvimos la experiencia concreta de pelear como gremio para recuperar la aerolínea de bandera y desde ese compromiso hoy nos vemos exigidas a plantear ciertos descontentos con la conducción actual”. Todas dicen que es el recuerdo y el consenso con la política de estatización de AA y con la democratización de los espacios lo que no están dispuestas a resignar. Esa rara combinación de crisis y experiencia de democratización que se fraguó al inicio del siglo aún sigue siendo un modo de pensar la política. Sobre todo porque, aclaran, ellas recuerdan el 2001 como una experiencia de comunidad activa y comprometida que desafía la idea del sindicalismo cerrado.
“Nosotrxs apoyamos la estatización, pero cotidianamente tenemos un montón de inconvenientes para defender nuestras conquistas; esos inconvenientes vienen de prácticas desleales por parte de las negociaciones sindicales. La discusión es por qué la patronal de una empresa estatal, que en tanto tal la sentimos nuestra, no nos toma verdaderamente en cuenta para pensar un concepto de aviación pública y de calidad en el servicio de bandera”, cuestiona Viviana. “Hoy se nos pone en discusión nuestro convenio colectivo de trabajo que es el que nos garantiza ciertos marcos de cuidado en nuestros descansos, necesarios para continuar vuelo. La gestión actual quiere modificar nuestro convenio colectivo bajo una decisión unilateral y a través de tecnócratas que vienen de empresas privadas y que se emplean para que hagan las reformas. No entendemos cómo desde el Estado nacional y popular rigen esas estrategias más acordes al liberalismo flexibilizador”, agrega María.
“Sí, hay algo en el aire que no se aguanta más. Y tenemos que cambiarlo. ¿Cómo podemos hacer?”: ésta es la motivación, dicen ellas, que funcionó de impulso colectivo. Sin muchas más palabras al principio, pero con la fuerza de una sensación compartida que se pega al cuerpo y hace que el entendimiento tenga una plataforma de partida. El diagnóstico se fue profundizando: “Estamos presenciando la crisis terminal de un modo de hacer sindicalismo. Tenemos que empezar a imaginarnos desde otro lado y apostamos a un diálogo diferente. Creemos que hay una dinámica entre trabajadores y sindicatos que se perdió, que está trabada, y que convierte a los representantes sindicales en los verdaderos problemas cotidianos de los trabajadores”. Ellas sitúan ese problema sindical en un abandono de sus funciones de representación: “En un momento, el sindicato empezó a tener una estructura parecida a la gerencia y comenzó a funcionar como patrón de estancia para hacer el trabajo sucio que la empresa se cuida de hacer. Entonces, empiezan a ser tan parecidos que se confunden los roles. Muchas de las técnicas de amenaza y miedo que clásicamente quedan a cargo de la empresa ahora las asume directamente el sindicato. Frases como ‘no discutas nada porque te vas a quedar sin trabajo’ pasó a ser el discurso de nuestros representantes. A eso nos oponemos”. Varias recuerdan cuando, años atrás, frente a reclamos concretos sobre la situación laboral, el sindicato salió a repartir flores y manzanas a los pasajeros a favor de la empresa Marsans que era la nueva privatista del momento. Ese fue el inicio del distanciamiento entre base y dirigencia gremial. El malestar fue creciendo y se sintió sobre todo en el último tiempo: “En las últimas dos asambleas hubo un descontento mayoritario con la actual conducción del sindicato. Se trata de una comisión directiva sobre la que pesa la sombra del fraude en elecciones. Por eso es que como nueva fuerza política (lista Violeta) necesitamos que el Ministerio de Trabajo garantice la transparencia y el cuidado efectivo de las urnas para las próximas elecciones, porque queremos ser los trabajadores los que decidamos nuestros representantes”, dice Sandra.
A pesar de las dificultades para encontrarse que conlleva este tipo de trabajo, ellas insisten organizándose, y plantean de modo colectivo que no puede disociarse la defensa de la empresa con la defensa de la calidad de vida de sus trabajadores. “Nosotras queremos que a la empresa le vaya bien. Nosotras tenemos bien puesta la camiseta de Aerolíneas Argentinas y Austral y, como trabajadorxs, demostramos día a día que hacemos posible que todo funcione. Pero no se puede querer esto y al mismo tiempo atacar la calidad de vida de las y los trabajadores. Nosotras necesariamente somos parte de la solución”, agrega Romina.
¿Cuáles son esas modificaciones que consideran que perturban y flexibilizan su condición laboral? Según relatan, hace más de un año que vienen violándose sus convenios colectivos de trabajo. En especial los puntos que garantizan descansos luego de ciertos vuelos o jornadas intensas de trabajo. Hay una serie de modificaciones que siguen el patrón impuesto por las líneas low cost (bajo costo). La cuestión pasa por la disputa del tiempo, ya que su trabajo se contabiliza en varios tipos de tabulaciones ligadas al tiempo de vuelo y de servicio que generan un cálculo para el descanso que vendrá después. Eso es lo que la empresa busca modificar. Dicen que sólo así se entiende que se quiera cambiar los husos horarios hacia el este: “Entonces, por ciertos trucos empresariales, te corresponde descansar menos cuando llegas a alguna ciudad: esta nueva contabilidad que intentan imponer supone que volás toda la noche hacia Barcelona, llegás y dormís una noche allí y la siguiente estás nuevamente volando. Así es que en tres días, con suerte dormís una noche, ya que cuando uno llega a destino tiene un nivel de acelere y descompensación física que hace muy difícil el dormir. Nos parece que promoviendo situaciones así se generan más partes médicos a futuro. Además, hay compañerxs que ya se estresan por anticipado de saber que no van a poder dormir bien después de un vuelo y a la noche siguiente tienen que estar a cargo de otro nuevamente”, precisa, entre precisiones que cada una agrega, Paola. “Imaginate después de eso cómo llegas a tu casa...”, agrega Julieta.
“Nosotras vivimos con jet lag permanente (así es como se conoce el efecto de descompensación horaria, disritmia circadiana o también llamado síndrome de los husos horarios referido al desequilibrio producido entre el reloj interno que ordena el sueño y la vigilia y el nuevo horario que se establece al viajar largas distancias en avión) y es sabido que no es saludable estar mucho tiempo bajo esos efectos. Por eso nuestra intención es la de reflotar los proyectos que alguna vez se presentaron en la Cámara de Diputados para declarar nuestro trabajo insalubre. Consideramos que tenemos que tener leyes que nos amparen, porque al hacerlo protegerán también la salud de todos los que estamos adentro de un avión para realizar un vuelo.”
La propuesta de cambiar cláusulas convencionales a cambio de dinero no cierra desde la perspectiva que proponen las mujeres de La Violeta reunidas ahora alrededor de tazas de café con leche que ya se enfriaron. “Nuestro sueldo básico representa el 10% del sueldo total, lo que te da la idea de la cantidad de ítem no remunerativos que tenemos. No podemos permitir que estos acuerdos que son arreglos entre empresa y conducción gremial sean la ventaja de recaudación para el sindicato, a costa de nuestra salud. Simplemente porque no hay cuerpo que aguante”, acota Viviana, mientras el resto aclara que todas pagan Impuesto a las Ganancias.
Para Romina y para varias que la secundan en su opinión, lo más valioso que tiene Aerolíneas Argentinas y Austral es el recurso humano, que es lo que hace su diferencia a nivel nacional e internacional: “No hay empresa en el mundo que tenga empleados con la camiseta tan puesta y con saberes técnicos que combinan lo profesional con lo artesanal que ponderan habilidades y destrezas a la hora de resolver urgencias. En momentos críticos, sacamos un vuelo como sea. Nosotras mismas vimos a algunos pilotos pagar con sus propias tarjetas de crédito el combustible del avión, y a muchas de nosotras hacer magia para sacar un vuelo sin lo necesario. Eso se hizo por el apoyo que siempre hemos hecho y hacemos a una empresa tan querida, orgullo de lo que alguna vez fue nuestro país y también ejemplo de lo que las empresas privatistas hicieron con ella. Somos quienes estamos en contacto con los clientes y damos la cara por la empresa. Por eso nos parece increíble que a nosotros, como trabajadores, no nos tengan en cuenta de manera real para pensar la línea de bandera”.
El agotamiento y el estrés se nota en un aumento exponencial de las licencias médicas. “Tenemos el dato comprobado de que después de estas negociaciones del sindicato con la empresa para sacar un acuerdo que devaluaba y entregaba partes de nuestro convenio, en 60 días se triplicaron los partes médicos”, apunta Serena revisando su cuaderno. Insisten todas, con conocimiento de causa, que la tendencia es la que imponen las empresas low cost donde no hay convenio colectivo y la idea es la del ajuste permanente por medio de la mano de obra como factor de abaratamiento a favor de la empresa. Según datos del sector, en esas líneas las azafatas duran cinco años como máximo: lo que pasa en ese lapso es que se queman (sufren en llamado síndrome de burn out).
“Además, en este último tiempo hemos perdido toda posibilidad de pedir volar de mañana o de tarde/noche en cabotaje. Por ejemplo, yo hice mi carrera así: levantándome a las 4 de la mañana para volar y cursando vespertino. Hoy ni siquiera con ese esfuerzo podés compaginar horarios”. Señalan que la mayoría de las azafatas cuando son madres, bajan a cabotaje para ir y volver en el día y ahora esa opción no está tan fácil y tampoco se contempla un plan acorde a las necesidades de lactancia e hijxs. “Se avasallan un montón de cuestiones ligadas a nuestro tiempo y a poder tener además de un trabajo disponibilidad para otras cosas en nuestra vida, cosas tan elementales como atender a nuestros hijos, estudiar, ir al médico o poder estar descansadas cuando estamos en tierra. Por eso hoy nos vemos forzadas a organizarnos. Estas son cuestiones que no se arreglan con dinero”, concluye Romina. “Además, agrega Viviana, el cansancio y las malas condiciones laborales son totalmente incompatibles con ser profesionales de la seguridad. Una no puede estar atenta a una situación de riesgo si estás vos misma agotada.”
“Creo que lo que pasa es que han empeorado cuestiones periféricas a la actividad que la cruzan de lleno y que no están contempladas en la reglamentación aeronáutica. Los tripulantes de cabina tenemos que lidiar con una serie de cuestiones que antes no hacíamos y que hoy afectan directamente nuestro trabajo haciendo que se alarguen los tiempos de trabajo sin estar ello contabilizado luego para nuestro descanso.”
El proyecto para declarar insalubre la actividad del que hablaron hace un rato vuelve al centro de la mesa porque toma en cuenta la exposición a las llamadas radiaciones ionizantes. “Los más expuestos a este tipo de radiación son los astronautas y luego venimos nosotras”, dice Julieta. Las afecciones que son frecuentes en la tripulación debido a esta exposición radiactiva son diversos tipos de cáncer pero también anemia, hipotiroidismo, diabetes y distintas dificultades para quedar embarazadas. “Y sí, el cuerpo pasa facturas. Por empezar en la alteración hormonal que cada una sufre trastrocando el ciclo circadiano que llega a veces a casos muy difíciles de estrés y enfermedades”, describe María. Y agrega: “Nosotras como agrupación y ahora próxima conducción de nuestro gremio, queremos poner a discutir la concepción de calidad de vida para lxs trabajadorxs, algo que nuestro sindicato dejó de tomar en cuenta”. Ellas esperan a julio, la fecha de los próximos comicios internos del sindicato, para ver si todas esas chicas que cuidan los cielos por fin los tiñen de violeta.
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