HOMENAJE
Es una de las primeras integrantes de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, tenaz y capaz de afrontar terremotos y pérdidas para convertirlos en lucha y memoria, Chala dice que todavía ni San Pedro ni el Diablo la quieren a su lado y que por eso sigue dando batalla y reclamando justicia por Alejandra y los 30.000.
› Por Noemí Ciollaro
A Carmen Aguiar de Lapacó las palabras le brotan límpidas de los labios y los ojos le echan chispas de rebeldía y juventud ahora que acaba de cumplir 90, aunque la verdadera fiesta la planee para los 100. Promediaba 1923 cuando su madre la tuvo por primera vez en brazos y, tras observarla minuciosamente, comenzó a llamarla “Chalita”, como a la bella niña protagonista de una historieta de la revista El Hogar. Hija de padre y tíos fundadores del partido peronista de San Juan, creció entre militantes y políticos. “Tuve una niñez linda, de juegos en la vereda, en una familia de clase media; mi padre era procurador judicial, fuimos cuatro hermanos, los dos varones ya murieron, quedamos mi hermana y yo. A mi hermano menor le decíamos ‘forro pinchado’ porque nació quince años después que yo... y mi hermana más chica ya tenía doce”, comenta risueña.
En 1944, cuando ya había obtenido su título de maestra y se preparaba para ingresar a estudiar abogacía en Córdoba, el terremoto destruyó su provincia y las casas y los sueños de muchas familias. En la suya ya no podían costearle la universidad, pero ella no claudicó y se anotó para una beca para cursar el profesorado de educación física. Resultó ganadora y así fue como siguió una carrera en la que jamás había pensado y que le dio grandes satisfacciones con sus alumnas.
“Sí, yo no me rendía, era rebelde y después del terremoto todo era un desastre, pero entre los jóvenes organizamos un teatro vocacional; apareció un director ruso y preparamos una obra; nos preguntábamos si vendría gente a vernos, pero, claro, en San Juan no había quedado nada de nada y nuestro debut fue a sala llena. Hicimos Ha llegado un inspector, de John Priestley. Lo nuestro no era sólo rebeldía... nos decían: ‘¡Con esta tragedia se ponen a hacer teatro!’, y claro que sí, significaba salir del ahogo que era ver todo muerto... y por eso llenamos el teatro, fue porque la gente lo necesitaba, ¿no?”, dice desafiante.
El grupo teatral duró un tiempo, pero noviazgos y casamientos les cambiaron el rumbo a actrices y actores. “En esa época conocí al que iba a ser mi marido, era periodista. Yo fui muy de tener varios noviecitos... digamos, sí, y digo noviecitos porque no me enamoraba de ninguno, los quería pero no me enamoraba, hasta que apareció él. Nos casamos y en el ‘60 vinimos a vivir a Buenos Aires porque a mi marido, Rodolfo Lapacó, ‘Pitín’, lo contrataron en Canal 7, en el noticiero. Mi hija Alejandra ya tenía dos años y meses, había nacido en el ’57, antes yo había perdido dos embarazos, así que su nacimiento fue pura felicidad. Después de ella perdí otro embarazo y el médico nos dijo que ya no insistiéramos.” En Buenos Aires Carmen siguió como profesora y los años transcurrieron felices para la familia, la niña crecía y sus padres se afianzaban en sus trabajos. Pero Rodolfo se enfermó, “fue un cáncer terrible, tenía cuarenta y cuatro años y murió en poco tiempo, estaba lleno de ilusiones y de proyectos, me quería regalar un auto, pero yo sabía que se iba a morir. Alejandra tenía quince años, fue terrible para nosotras. Y pensar que cuatro años más tarde fue lo de ella”.
Cae la tarde y algunos rayos de sol atraviesan la ventana e iluminan una serie de cuadros que hay en las paredes del living, son pinturas hechas por su hija detenida-desaparecida. El 16 de marzo de 1977 Carmen, su madre, su sobrino, Alejandra y su novio Marcelo Butti estaban cenando cuando la patota irrumpió en la vivienda y secuestraron a todos.
“Marcelo dijo que él era el único que militaba en la JUP, pero nos llevaron a todos, yo estuve desaparecida junto con mi hija, la vi torturada y a Marcelo también, estuvimos en el Club Atlético. En un momento toco a mi hija y da un grito desgarrador y le digo que soy yo, le habían dicho que ya me había muerto... Esa fue la última vez que la vi... Nunca supe nada más de ella. A mí me golpearon, no me picanearon, tenía cincuenta y cinco años. A los tres días nos metieron en un auto a mi sobrino Alejandro y a mí y nos dejaron vendados en un lugar, nos habían tirado en la Boca”, relata.
Al día siguiente de su liberación acudió a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y denunció. Eran muy pocas las Madres para entonces, pero pronto se sumaron muchas otras, se reunían en una iglesia, “pero Azucena Villaflor, que era una mujer encantadora que te contenía y te daba confianza, dijo que todos nos mentían y propuso ir a reclamar en la Plaza, y sí, nos llamaban Las Viejas Locas... Luego se formó el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y yo entré a trabajar ahí como secretaria, donde sigo hasta hoy. Seguí en la lucha y acá estoy... soy la primera que declaró en los juicios Atlético-Banco-Olimpo. Estamos grandes la Madres, con Pepa Noia y Aurora Bellocchio creo que somos las mayores, pero ya ninguna tiene menos de ochenta”, puntualiza.
Carmen vive sola y tras una operación de intestino que tuvo hace poco una persona la acompaña y la ayuda en las tareas de la casa, cuenta que a la Plaza le cuesta ir con su “tercera pata”, el bastón que utiliza para caminar, pero que al CELS y a Madres va todas las semanas. Viaja a San Juan cada tanto para ver a su hermana, a sus sobrinos y primos. Allí estuvo seis meses recuperándose tras su operación, pero “se me movían los piecitos, extrañaba a mis compañeras de Madres, a los del CELS, sigo siendo inquieta...”.
Carmen deja su silla y comienza a buscar algo en un mueble, regresa con una caja con libritos en cuya portada se ve a Alejandra niña, en la contratapa hay tres fotografías: una de Chala joven, hermosa, de grandes rulos, ojos enormes y sonrisa seductora, otra de su esposo Pitín de anteojos y barba y la tercera es Alejandra bebé con un dedo en la boca. En el interior del libro hay poemas, pinturas, fotografías y textos de quienes la conocieron y amaron.
“Lo hicimos con mis sobrinos, con cariño, con tanto cuidado y amor, rescataron una a una las fotos, hay textos de ellos y de otros chicos compañeros y amigos de Alejandra, es una síntesis de su corta vida, hasta está la última pintura que ella estaba haciendo cuando nos secuestraron, mirá, quedó inconclusa...”, dice Chala sin que se opaque la luz de sus ojos.
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