DOCUMENTAL
Lunas cautivas - Historias de poetas presas, de Marcia Paradiso, es un documental sobre la experiencia del taller de poesía de la organización Yo no fui, en la Unidad Penitenciaria 31 de Ezeiza, que podrá verse en los cines desde el jueves próximo. Pero también una especie de catarsis sobre cómo las mujeres se apropian del poder de las palabras en situaciones límite.
› Por Laura Rosso
Yo fui
todo lo que se me imputa
y también las razones que no conocés
fui cardo
piedra en tu zapato
corona de espinas
lanzas en tu costado
pero algo más que las letras en negrita de un expediente
aunque no lo creas
o ni siquiera lo imagines.
Yo fui
he sido
ya no seré.
(Liliana Cabrera. De “Bancame y punto”. 2012)
Por esos días, Marcia Paradiso leía un ensayo de Ivonne Bordelois. Le interesaba el modo en que esta poeta reflexionaba en torno del valor de la palabra y de la degradación que sufre el lenguaje en los medios de comunicación. La palabra amenazada era el libro que Marcia leía por esos días. Con este tema en la cabeza, se topó con una nota sobre un taller de poesía en una unidad penitenciaria. Y pensó en esos dos extremos: cómo se devaluaba la palabra en sitios privilegiados y cómo se apostaba a ella en un lugar de encierro. Ese fue el punto de partida para que naciera el documental Lunas cautivas - Historias de poetas presas, del cual es la responsable de la investigación, guión documental y dirección. Enseguida quiso tomar contacto con el taller –conducido por María Medrano y Claudia Prado–, que es uno de los proyectos artísticos con los que trabaja la organización social Yo no fui, en la Unidad Penitenciaria 31 de Ezeiza. “Ese taller me parecía el espacio indicado para investigar qué pasaba con la palabra, con la libertad, con la creación y con la vida”, comienza a decir Marcia mientras espera su café. Minutos después se suma a la mesa Liliana Cabrera, una de las protagonistas del documental, que pudo llegar haciendo uso de sus salidas culturales de los miércoles. También está sentada María Ferreyra, que salió en libertad el 11 de junio del 2011, absuelta después de permanecer encerrada tres años sin una condena. Hoy tiene unas ganas tremendas de luchar por los derechos de las detenidas, y se acuerda de cómo en esos años juntaba botellitas de plástico para repartir shampoo, o ayudaba a las chicas a escribir notas a los juzgados. Un rato después llegará Lidia Ríos, desde la localidad de Moreno, muy lejos de su Misiones natal, de donde llegó con 26 años y cuatro hijos, que hoy ya son cinco contando a Abril, que nació en la cárcel. Ellas son las protagonistas de Lunas cautivas. Pero hay una historia más, la de Majo, ahora de vuelta en Alicante, España, después de cumplir su condena aquí. Majo de alguna manera también está presente en la mesa del bar, a través del recuerdo de sus amigas. Estas amistades verdaderas, construidas a lo largo de un camino que bordea una rutina adversa (donde, como dice María Ferreyra, el cuerpo explota), son plasmadas en las imágenes que ofrece el documental. Su narración va al ritmo de las poesías que cada una lee o escribe. Los disparadores para la escritura pueden ser fotos que se recuerdan a la distancia, grabaciones de ruidos de la naturaleza u otros poemas. Así, al compás de esas lecturas, conocemos a Lidia, a Majo y a Lili. “Ellas tienen algo valiosísimo, que es su escritura”, define Marcia. “Eso es lo que las distingue pero también tienen una cuestión personal, de ser humanas, que es lo que permite que escriban del modo en que lo hacen.” Y agrega: “De algún modo, el documental derrumba el estereotipo de pensar ese lugar penitenciario desde un imaginario de pobreza lingüística, de violencia, de marginalidad. Esa contradicción hizo que quisiera tomar contacto con el taller y filmar Lunas cautivas”.
Ese espacio en el que la poesía irrumpe marcando un antes y un después era el momento más esperado de la semana. En una ronda de amigas, entre mate y mate, se las ve tranquilas, se las ve reírse. “Ahí no se escucha el ruido de la reja, o lo escuchás más lejos”, cuenta Liliana, que con 32 años está a punto de recuperar su libertad. La Ley 26.695 de Beneficio Educativo es un reconocimiento que rebaja meses en la condena a partir de lo que vayan estudiando. Lili, como la llaman las amigas, es cálida y tiene la mirada serena. “Cuando yo la conocí era una bolita de nervios”, se acuerda Lidia, “y fue ella quien me invitó a participar del taller un día que fui a la biblioteca”. Ahí trabaja Lili, en la biblioteca del penal. Está por editar su tercer libro de poesías. Para el primero, que tituló Obligado tic tac, realizó ella misma una edición cartonera. La presentación se hizo en el penal y Liliana se encontró con un montón de sorpresas. “Encontré compañerismo. Escribir fue conocer y que me conocieran. No pensé que les iba a gustar.” También fue presentado en el Centro Cultural de la Cooperación, y aunque ella no pudo estar presente por no tener en ese momento las salidas transitorias, su alegría se desprende de sus gestos sin permiso, como si lo hubiera vivido en vivo y en directo. Después llegó su segundo trabajo, que se llama Bancame y punto. Y pronto, el tercero. “Estoy pensando en que tenga las tapas de maderas. Estoy muy orgullosa”, dice mientras busca su celular y atiende a su papá.
Lunas cautivas fue filmado a lo largo de ocho meses, entre 2010 y 2011, con las restricciones impuestas por el penal. Podían filmar sólo un día al mes. El taller transcurría entre las dos y las cinco de la tarde. “Todas estaban muy atentas para el momento de filmar”, se acuerda Marcia. “Eso era importante porque si algo salía mal había que esperar hasta el mes siguiente, que era la frecuencia con la que podíamos filmar.” Cada semana, aunque no hubiera filmación, Marcia concurría al taller donde se reiteraba cierta dinámica: después de la charla entre mates y café, comenzaba la lectura y luego las reflexiones. “A veces me preguntaba a mí misma, ¿dónde estoy?, porque era un nivel de reflexión que no se escuchaba en muchos espacios académicos. Luego se salía de ese momento y venía un chiste, y luego otra lectura, y después la escritura, y yo me preguntaba ¿todo esto volverá a pasar el día que tengamos que filmar? Porque era maravilloso... Y sí, volvía a repetirse.”
Liliana, Majo y Lidia, como las demás mujeres que participan del documental, se conformaron desde ese contexto de lectura y escritura que ofrecía el taller. Construyeron un mundo en el que la poesía apareció a viva voz para ya no volver a callarse. “En mi caso, yo no puedo dejar de escribir –puntualiza Liliana–. Si no fuera por la poesía, yo no sería la persona que soy ahora y no hubiera hecho toda la catarsis que hice durante los siete años que hace que estoy en la Unidad. Yo no era esta persona, siempre fui muy tímida, no era de hablar, tanto cuando estaba afuera como adentro. Supongo que una tiene tantas cosas que si no las expresás se van pudriendo. A mí la poesía me permitió encontrar un canal de expresión que de otra forma no hubiera tenido.” A renglón seguido dice que lo que le resulta interesante del documental es que permite que se las conozca de otras maneras, sin violencias. “Cuando una queda detenida pierde la capacidad de la inmediatez”, revela. “Cuando estás afuera, estás acostumbrada a que cuando necesitás algo, lo pedís, hablás y lo obtenés. Allá no. Para que te atiendan tenés que sacar un papelito que se llama audiencia y tenés que esperar a que la autoridad de turno te atienda cuando se le ocurra. Si querés hablar con tu juez, es prácticamente imposible, salvo que saques un escrito que se llama comparendo y te llamen, a los ponchazos, en un tiempo. Lo mismo pasa con el abogado defensor. No hay posibilidades de que una se pueda explayar y diga: ‘Yo necesito esto ahora’. El taller de poesía es un espacio en el cual te podés explayar en ese momento, decir lo que quieras sin ningún tipo de consecuencias. Es gente de afuera que viene y te escucha. Allá adentro las únicas que nos escuchamos somos nosotras, entre nosotras. No es sólo el taller de poesía, es todo lo demás que trae aparejado.” Esos vínculos que sembraron entre ellas, y se ven en el documental, dan cuenta de los lazos que tejieron. Descubrirse, encontrar una vocación, hacer catarsis con la escritura, conocer amigas. “Yo no sería la que soy hoy, hablando así como estoy hablando, si no hubiera escrito poesía, quizá lo que me salvó. Eso es para mí el taller.”
Una confesión de Lidia fue el disparador del nombre del documental. Cuenta Marcia: “Lidia se me acercó y me dijo que quería decirme algo aparte, afuera de la biblioteca. Y con su voz tan delicada y su hablar tan provinciano, me dijo: ‘Lo que más me cuesta de estar presa es no poder ver la noche. Al atardecer cierran las puertas de los patios y pasan los meses sin poder ver un cielo nocturno. No me puedo acostumbrar a este encierro sin la noche’. En ese momento, pensando en tantos reclamos justos y tantas necesidades, que Lidia hubiera reparado en esa sensación de pérdida de la libertad de las noches, me hizo pensar en Lunas cautivas como título de mi documental”.
Liliana está ahora viviendo la última etapa de su detención en las casas de pre- egreso, dentro de la Unidad, pero alejada de los pabellones. Hace mención a dos dificultades: la pérdida de la vista, por la poca luz, la falta de claridad y el acostumbramiento a ver sólo distancias cortas, y la orientación. “Las celadoras te llevan y te traen a todos lados. Cuando empecé a salir me encontraba con que no sabía qué hacer. Me ponía nerviosa, me olvidaba de las calles... Por eso cuando salgo ando con la Guía T, para no perderme. Creo que es por el encierro, porque antes no me pasaba.”
El documental refleja el enorme compromiso que representa para ellas las tres horas del taller, donde la convivencia se potencia y parece quedar como resto para la semana. Compromiso entre ellas, y con las coordinadoras. La posibilidad que les da la poesía y la escritura de respirar libertad. “La idea es ganarle al sistema, estar por encima”, observa Marcia. “De eso trata el documental, cómo una puede sobreponerse a todo lo que está pasando, y a pesar de que todo eso está pasando, poner el acento en lo que ellas son capaces de producir. No en todo lo demás, que de todos modos está presente en la escritura. Cada día me convencía y me emocionaba más la capacidad de las chicas de poder transformar las cosas aun dentro de esa situación. Desde adentro.” Pensarse en el pasado, pero también en el presente y en el futuro las pone frente a un ejercicio de pensamiento reflexivo a cada una. “Si no te armás mentalmente, perdés en gran parte tu identidad”, señala Lili. “Salir es volver a pensar en cosas que durante mucho tiempo una no pensó. Te acostumbrás a depender de los tiempos de otro. A través de la poesía pude decir un montón de cosas que no sé si hubieran sido para una sanción, pero sí para tener un montón de gente en contra ahí adentro. Cuando salga quiero sumarme al plantel de docentes de Yo no fui para volver a la Unidad y dar el taller junto con María Medrano.”
Lunas cautivas - Historias de poetas presas, de Marcia Paradiso. Estreno: 25 de julio en los cines Gaumont y Cosmos.
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