Vie 17.10.2003
las12

DíA DE LAS MADRES

Derecho a no parir

En los hospitales públicos la cantidad de parturientas es apenas un poco mayor que la cantidad de mujeres internadas con complicaciones sufridas por abortos clandestinos. La socióloga Susana Checa investigó el perfil de estas mujeres que llegan a los servicios como emergentes de una realidad social que consagra una imagen endulcorada de la mujer madre, pero a la vez les niega desde derechos laborales hasta a decidir cuántos hijos quieren tener.

”...Una sociedad que obliga a las mujeres a escoger entre permanecer en el trabajo o interrumpir un
embarazo es una sociedad abortiva...”

(Ivone Gebara, religiosa brasileña)

Por Lila Pastoriza

Cada día que pasa, por lo menos dos mujeres, adolescentes o adultas, madres o no, ingresan con complicaciones post aborto a las guardias de los hospitales públicos porteños. Son la punta del iceberg que conforman los centenares de miles de abortos clandestinos de la ciudad oculta, forzados por la penalización y la hipocresía. “Se estima que en Argentina se producen 750 mil abortos clandestinos anuales, cifra que un profesional tan prestigioso como Roberto Nicholson eleva a un millón, y que supera largamente los 720 mil chicos que nacen en un año... Esta es nuestra realidad. Por eso quisimos conocer el emergente más visible, que son las mujeres que acuden a los servicios médicos por complicaciones post abortivas y que llegan a ocupar la cuarta parte de las camas hospitalarias. Y nos lanzamos a esta investigación, que empezó en el 2001 y termina este año”, señala Susana Checa, directora del “Estudio de los abortos hospitalizados por complicaciones abortivas en los hospitales públicos de la Ciudad de Buenos Aires”, efectuado con el apoyo de la Universidad de Buenos Aires y al que se refiere en esta entrevista.
Susana Checa es socióloga. En Perú, donde estuvo exiliada en tiempos de la dictadura, su trabajo en la organización feminista Flora Tristán la sumergió en la problemática de Salud y Mujer, cuestión que ya no abandonaría. Al regresar a la Argentina, en 1985, el requerimiento de anticonceptivos por parte de las mujeres de una zona muy pobre del conurbano la impulsó hacia los temas de salud reproductiva. Hace poco apareció Género, sexualidad y derechos reproductivos en la adolescencia, un libro en el que Checa funge como compiladora y autora, y que da cuenta de una investigación efectuada en servicios hospitalarios de adolescencia. Poco antes había publicado, junto con Marta Rosemberg, Abortos hospitalarios, un problema de Salud Pública, una cuestión de derechos reproductivos, antecedente obligado de la presente investigación.
—Lo primero que quisimos saber fue cómo eran las mujeres que llegaban a los hospitales con estos cuadros, cuál era su perfil sociodemográfico y epidemiológico. Tomamos como muestra el mes de marzo del 2000 y trabajamos con las 185 historias clínicas de ocho hospitales de la Ciudad de Buenos Aires (sobre los 12 que conforman el plantel de establecimientos públicos con internación obstétrica). Pero faltaban datos claves: en 90 de cada cien historias no se consignaba la información acerca de nivel educativo y en el 70 % no había datos sobre situación laboral. A la vez, la pregunta sobre uso de anticonceptivos estaba muy mal formulada y a veces sin responder. Y se trata de información fundamental para el diseño de políticas de salud.
—¿Con qué datos contaron entonces?
—Pese a los huecos, hay algunos datos que dan pistas. Supimos que el 70% de quienes fueron atendidas en marzo del 2000 se domiciliaba en la Ciudad, que mayoritariamente eran argentinas (aunque más de un tercio provenía de países limítrofes). Que más de la mitad contaba entre 20 y 29 años, mientras las adolescentes conforman el 10 por ciento. Que para 122 de estas mujeres, este aborto era el primero. Y que 42 de ellas –más de la mitad menores de treinta años y varias con numerosos embarazos e hijos– cursaban su segundo aborto, quince el tercero y uno el cuarto. O sea, abortos reiterados.
—¿Qué pasaba con el uso de anticonceptivos?
—Pese a que los datos son incompletos, surge que alrededor del 60 % de estas pacientes no usaba método alguno. Y nos preguntamos: ¿qué está pasando?, ¿cómo se explica que mujeres que ya han vivido esto sigan usando al aborto como anticoncepción cuando podrían disponer de métodos incruentos, preventivos? Eso es lo que ahora estamos tratando de indagar en tres hospitales seleccionados donde realizamos entrevistas a prestadores (médicos, enfermeras) y a mujeres que ingresan.
—Hace poco el ministro de Salud de Santa Fe fue muy criticado por haber dicho que los médicos debían “cumplir con la ley” y denunciar estos casos de abortos complicados. ¿Las mujeres se sienten amenazadas por posibilidades como ésta?
—Por supuesto, hay mucho miedo. Ellas nunca manifiestan que se trata de un aborto provocado, tienen conciencia de que no hay que hablar, y los médicos, salvo en caso excepcionales, no hacen la denuncia. Junto al temor está también lo prohibido, lo culpabilizador, más aún cuando la mujer debe recurrir a un servicio de obstetricia, donde se la define y valoriza por su capacidad reproductiva, y no precisamente por interrumpir un embarazo. En estos servicios hay un porcentaje elevado de los egresos definidos como “fuga”, es decir que las pacientes se van sin que esté firmada el alta. Es que las mujeres lo que quieren es irse. Y, en general no vuelven a la cita posterior, a la charla informativa o para pedir métodos anticonceptivos. Si regresan es por las complicaciones de un nuevo aborto. Y algunas llegan por un tercero o cuarto.
—¿Por qué no vuelven?
—Hay distintas razones y complejas. Tienen que ver con ellas, con la situación que atraviesan, con el modo en que viven su sexualidad y esta problemática en particular, con su autonomía para decidir, con el trato que reciben. Una mujer que entrevistamos tenía tres hijos, dos abortos y la había dejado el marido, embarazada. De todos modos, yo creo que hay un bache muy grande entre la información y la posibilidad de acceder a una anticoncepción eficaz. Y queremos saber por qué. En la investigación buscamos detectar lo que denominamos la ruta del aborto: cómo viene cada paciente (las más grandes por lo general llegan solas o con amigas, nunca con su pareja) y qué le pasa en el hospital a una mujer que entra en ese estado: si tiene que esperar, si la internan inmediatamente, si la sancionan moralmente (la retan, la amonestan) o si la tratan bien, la protegen. Y queremos observar esa ruta hasta después del alta, ver si se la cita nuevamente, si la mujer concurre, y si existe la llamada atención post aborto (que aquí, salvo excepciones, no se brinda, el primer servicio se abre ahora en Mendoza). Este aspecto es uno de los núcleos del problema.
–¿Por qué ponen el énfasis en la atención recibida?
—El objetivo principal de esta investigación es analizar las características y calidad de atención que se brinda a estas mujeres en los hospitales públicos, basándonos en las recomendaciones de las reuniones de El Cairo y Beijing, de dar contención en una situación dramática y otorgar una atención post aborto de calidad. Partimos de la hipótesis de que la persistencia de pautas patriarcales y discriminatorias en la atención dela salud reproductiva de las mujeres y la ilegalidad del aborto contribuyen a rebajar la calidad de atención que reciben quienes acuden a estos servicios.
—¿Qué encontraron en la investigación en curso?
—En los médicos aparece con frecuencia una actitud sancionadora. Como que para el modelo médico que tienen internalizado es un atentado a su saber que la mujer se haga algo en el cuerpo que ellos no puedan evitar. En general, a los médicos les molesta el tema del aborto. Hay algunos que lo asocian con la ignorancia ( “por algo les pasará, son ignorantes”). Según ellos, la atención es buena, citan a las mujeres para que no reiteren su conducta. Hay que entrevistar a las mujeres para ver qué les pasa, etapa que recién se inicia. Una paciente a quien estaban dando el alta nos contó que antes había ido a tres hospitales sin ser recibida, con hemorragia e infección. Llorando, nos decía que hacía veinte días andaba así, dejando a sus hijos con su hermana, estaba destruida... En las enfermeras, en cambio, yo observé mucha solidaridad con las mujeres, mucho cuidado hacia ellas. Parece preocuparles cómo las ven, hacen un acercamiento diferente. Y se observa mucha contención, tipo maternal, sobre todo con las adolescentes. También hay diferencias según los hospitales y los servicios. En los de adolescencia, por ejemplo, sus integrantes están muy sensibilizados respecto a lo que significan el embarazo y el aborto para las personas, para su proyecto de vida. Entonces no las sancionan, las contienen. En alguno de los hospitales hay muy buena atención, adecuados registros hospitalarios, no se hace la denuncia policial, incluso se trata de formar grupos de contención post aborto. Nosotras estamos haciendo observación no participante en los hospitales seleccionados: vemos cómo llega la mujer, el tiempo de espera, si la internan rápidamente, si la llevan a obstetricia, si va a una sala especial o junto con otras que han sido madres (que es muy traumático). Hay distintas estrategias según los hospitales.
—¿Cómo explican ustedes tanto la escasa concurrencia a los servicios de prevención hospitalarios que hoy funcionan como este fuerte aumento de los abortos hospitalizados?
–Los médicos explican la no concurrencia a los servicios porque “las mujeres no tienen ni para el colectivo”. Y cuando se les terminan las pastillas se embarazan... Puede ser... Yo creo que no está incorporado el tema de anticonceptivos, siempre en nuestro país fue muy dificultoso el acceso a la anticoncepción. No es diferente a lo que ocurre con el aumento de los abortos que se atribuye a la expansión del aborto medicamentoso. Y es un contrasentido, porque si ya contamos con la ley, con los insumos anticonceptivos, debería haber menos abortos, se supone que es más fácil usar un anticonceptivo que abortar. Yo pienso que si las mujeres recurren a una pastilla que les provoca un aborto es porque no tienen una anticoncepción regular y estable. El aumento de los abortos habla de un “corto circuito” en lo que les pasa las mujeres, de que existen obstáculos diversos por los cuales el acceso a la anticoncepción no está logrado. De todos modos, tanto la provisión de anticonceptivos (en febrero llegó la primera partida a los hospitales) como el aborto medicamentoso son cuestiones demasiado recientes como para sacar ya conclusiones. Mientras tanto, nos planteamos seguir indagando, profundizando en los pequeños grupos.
—¿Hay algún proyecto concreto?
—Sí, nos proponemos trabajar con adolescentes, uno de los sectores más vulnerables, la cuestión de la sexualidad y de los derechos reproductivos. Pero esta vez no en un servicio hospitalario sino en la comunidad. Queremos detectar las causas de la brecha que existe entre la información y la práctica. Por eso esta nueva investigación, centrando en adolescentes, varones y mujeres. Trataremos de ver qué les pasa, cómo sonsus prácticas, en una tríada: chicas que se embarazan y tienen su bebé, las que se embarazan y abortan, las que no se embarazan porque previenen. En condiciones similares (socieconómicas, comunitarias) y en una misma unidad geográfica, ver qué pasa en esos tres grupos. Queremos captar a estos chicos de una villa en el centro de salud, en las escuelas. Nos importa ver qué pasa con la educación, con la “educación sexual” (si es la clase de biología o se enfoca desde las necesidades de los adolescentes, desde la sexualidad). Y ver, en definitiva, cómo arman su vida los adolescentes para llegar a esos dos nudos: prevención o no prevención.

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