Vie 11.10.2013
las12

URBANIDADES

El giro emocional

› Por Marta Dillon

No la mantuvieron sedada para facilitar el postoperatorio. Le dieron “medicación para que no esté excitada”. No fue una intervención neurológica de baja complejidad, le “perforaron el cráneo sin cortarle el pelo”. No está en reposo, está paralizada. No le darán el alta, volverá a hacer su voluntad. Ella, que estaba ciega, “se golpeó con la realidad”. Más aún, el golpe fue emocional y repercutió en la cabeza, porque, vamos, ya se había dicho que estaba desequilibrada y padeciendo síndromes de descripción dudosa. Hubo quien la trató de “mina”, y como toda mina en el folclore vernáculo, tramposa y aprovechadora. Seguro que ya está calculando el “efecto lástima”, también descripto en estos días, aunque para facilitarle el cálculo ya se publicaron encuestas sobre la empatía de ciudadanos y ciudadanas con la emergencia de salud de la Presidenta. No, perdón, no es empatía, es “sobredosis emocional”, lo que llevó a que se emitieran 50 tweets por minuto para darle fuerza; sobredosis emocional o “giro sentimental” –rápida adaptación de sí misma de la propia Beatriz Sarlo– que podría trocar la decisión de voto para “no llevar malas noticias a esta pobre mujer”, según el siempre engolado Joaquín Morales Solá, que de vez en cuando habla desde el llano. Pero no, para ella no es mala noticia, su dolencia le lleva en cambio una noticia formidable: no tiene que dar la cara, no será necesario que se convierta en madre de la derrota, que a pesar del rescate emotivo se sigue augurando para el 27 de octubre, así como sucedió en agosto.

¿Cuándo se golpeó la Presidenta? ¿Cuánto hace que su voluntad prima sobre la de la previsión y la cordura? El “hermetismo es total”, el piso donde estuvo internada se mantuvo “blindado”; mientras se mantenga la paranoia, el complot es posible. Aquí no hay accidente, se puede leer entre líneas, aquí hay irresponsabilidad, como la tuvo Néstor Kirchner en su propia muerte.

Toda enfermedad tiene su relato y su metáfora, ésta no será la excepción. He aquí cómo cae la espada vengadora sobre quien no ha manifestado el suficiente temor de dios. Dios con minúsculas y oficinas cerca del cielo, sea en la torre o el matadero, sea en Santa Fe y Callao como en Monsanto. Se enfermó por angurria de poder y no sanará mientras no se humille, pida perdón y se cuadre. Pero ojo, que algo puede tramar todavía.

En estos días, desde la red PAR –periodistas argentinas en red–, se dijo con buen tino que lo que se estaba ejerciendo contra la Presidenta era violencia de género simbólica. Tanto en lo que se dijo de ella como en la difusión de imágenes capturadas al voleo y que evidentemente buscan denigrarla, o al menos mostrarla vulnerable. También es verdad, como dijo Mario Wainfeld en este diario, que el trato que se dispensó a la Presidenta es malo para cualquiera, es malo para la categoría de ser humano. Pero no es menos cierto que si algo circula por debajo de cada uno de los exabruptos que se le dedican a Cristina Fernández de Kirchner es cierta violencia disciplinadora no sólo por ser mujer sino con la intención de “reducirla” a su ser mujer –y no es que use ese término entre comillas porque acuerde que se trata de una reducción, sino porque todavía convivimos con el lugar común de eso que se supone que es ser mujer: fácil de excitar, impredecible, desequilibrada–, la dona è mobile, dice a diario la publicidad de Axe reinterpretando a Verdi mientras se ponen en escena unas bellas y violentas mujeres capaces de clavar un taco en la cabeza a su pareja por puro impulso, vengativa, autoritaria en el poder –es que nosotras estamos fuera de “la fraternidad”, las mujeres entre sí se pelean ¿no?–, frívola, entre otras cosas que hay que recordar. Porque si bien en la primera mitad de la semana nos asustaron desde varios wines –perdón por la metáfora futbolera– con que el pueblo pagaría el error –quieren decir la calentura pero no se animan– de CFK de haber elegido para vice a un frívolo como Boudou, ahora hay que advertir sobre el “giro sentimental” (Sarlo), la “sobredosis emocional” (Kirschbaum), “el efecto lástima” (Morales Solá) que podría cegar a las y los votantes desprevenidos. No se puede mostrar piedad, la educación alcanza para desear salud pero no para dejar pasar por alto un dato tan intrínseco de la condición femenina, de la condición de mujer tal como se la quiere pintar –a la brocha gorda, por lo burdo y lo anticuado–, de la de mujercita –así, reducida– que llora de nada, que pretende dar lástima, que se aprovecha. Argumento clásico de golpeadores que todavía creen que dar duro es su privilegio.

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