SEMANA DEL ORGULLO LGBTTIBQ
Asistir a una consulta ginecológica puede ser una experiencia traumática para cualquiera –en realidad, necesitar de la medicina en general puede ser traumático–, tanto por la vulnerabilidad en que te deja la posición en la camilla, la rutina del pap y la colpo, del dolor y la vergüenza. Pero si a esto se suma que tu identidad u orientación sexual es distinta de la esperada, las cosas se complican todavía más: lxs profesionales no saben qué preguntar ni cómo reaccionar –entonces lo hacen con violencia– cuando una lesbiana dice que se “cuida con guantes” o cuando un hombre trans simplemente pide un turno. A un año de la ley de identidad de género, tres de la de matrimonio igualitario y a horas de la XXII Marcha del Orgullo LGBTTIBQ, ni la visibilidad, ni la atención de la salud para todos y todas ni las políticas públicas para la inclusión parecen atravesar las paredes del consultorio.
› Por María Mansilla
“¡Viejo dinosaurio! Sos un charlatán que sabe de las necesidades de las mujeres tanto como de la atmósfera de la Luna!”, grita, antes de dar un portazo, el personaje de Maggie Gyllenhall en Hysteria. Ella es la hija pródiga que abandonó la casa paterna para crear e instalarse en un centro social comunitario. El dueño de la puerta –y del consultorio ginecológico más top de Londres, año 1880– es un médico que se embadurna las manos (las manos) con aceite de almizcle y de lirio antes de realizarles masajes en la vulva preferentemente a viudas y religiosas. El “viejo dinosaurio” lo hace por dinero. Entre colegas ostenta conocimiento: “El orgasmo femenino no puede experimentar la menor sensación de placer sin la penetración del órgano masculino”. Su hija, sufragista, reniega: ése es un problema de señoras burguesas que están hartas y aburridas. A su modo, diagnostica el síntoma como una cuestión de derechos sexuales.
Ciento treinta y dos años después, una escena parecida se repite pero a puertas cerradas, en la frialdad de un consultorio. Los silencios retumban tanto como las preguntas equivocadas. En una escena privada, la gran mayoría de lxs médicxs desconocen las otras formas de los cuerpos de cuidarse y de encontrarse. Formas reconocidas en la calle, en la casa, en la tele, en la familia, en la educación, hasta en las leyes. Estamos a ciento treinta y dos años de la creación del primer vibrador eléctrico (en síntesis, de lo que trata Hysteria), a 40 de la revolución de la píldora, a 10 años de la campaña Cambiemos las Preguntas, a tres de la ley de matrimonio igualitario, a uno de la de identidad de género, a cinco meses de la de fertilización asistida y a 23 años de la primera Marcha del Orgullo y a cinco minutos del desfile 2013. El sistema de salud todavía transpira lesbofobia y transfobia, se basa en protocolos sexistas, carece de empatía y de actualización profesional en diversidad, etcétera, etcétera, etcétera.
¿Acaso existe el consultorio ideal? ¿Dónde está? ¿Cómo multiplicarlo? ¿Hay que multiplicarlo o antes hay que cambiar el mundo? ¿Está generando la ciencia el saber necesario? ¿Qué controla, en realidad, la corporación médica? ¿Qué atención recibe una mujer lesbiana que informa a su doc que es lesbiana? ¿Qué le pasa a una que no lo informa? ¿Por qué una lesbiana tendría que mentir? ¿Por qué puede llegar a decir (y a pensar) que es virgen? ¿Cómo logra un varón trans hacerse un PAP? ¿Qué le puede pasar a un varón trans si no accede a hacerse el PAP? ¿Qué tienen que ver una vagina, un espéculo, un nombre anotado en un DNI y el derecho a la salud integral? ¿Tiranosaurios Rex y Boas Constrictoras de guardapolvo blanco estarán en vías de extinción? ¿Cuánto aliviarían el karma consejerías idóneas? ¿Cómo sensibilizar a las nuevas generaciones si cuando Las Baruyeras volantean en la Facultad de Medicina (de la UBA) no hay quien les reciba un folleto? Va a llegar el día: en las salas de espera se apilarán las revistas Cosmo y Jardín junto a Las Fulanas, El Teje, Olé, y por qué no Cuerpos Equivocados, el libro del sexólogo Adrián Helien, del Hospital Durand.
La tensión ya es un hecho.
“La Docta todavía tiene cabeza de aldea”, cuenta Myriam S. desde Córdoba. Y se explica: “El ginecólogo es una experiencia de lo más variada para toda mujer. En mi caso, el doctor L. (el único hombre que visita mi cuerpo) es respetuoso, y cuando le dije que con mi pareja mujer pensábamos en la maternidad, desplegó una lista de consejos sin cuestionamientos pacatos. En el caso de Cecilia fue diferente. Debía hacer una serie de estudios y consultar a otra ginecóloga que no era la suya. Y la doctora, sin mayores preguntas previas, lanza el interrogante sobreentendido (¿y cómo te cuidás?). Esto disparó en la cabeza de Ceci mil posibilidades (‘Como verduras y frutas, tomo dos litros de agua a diario, salgo a caminar’, etc.) hasta que respondió: ‘Mi pareja es una chica’. La profesional la miró (tal vez fue ésa la primera vez que la veía), y cayó en otro sobreentendido, comenzando a describir lo que es un PAP, relato que fue interrumpido por Ceci con diplomacia y la puso al tanto de los controles periódicos que se realiza, como cualquier mujer de treinta años. Todos estos momentos incómodos se reducirían en mi relato a una línea si en la charla de presentación se incluyera la pregunta ‘¿Sos heterosexual u homosexual?’”.
“Cuando digo que soy lesbiana entran en shock cognitivo. Tienen un montón de fantasías sobre qué deberían saber, que no es tanto. Una ginecóloga me decía: Bueno, si usás muchos juguetes sexuales... Ese es el estereotipo, como si una heterosexual no pudiera usar juguetes. Cómo te llaman habla de cómo te piensan, cómo piensa tu cuerpo, qué supuestos están teniendo detrás. No se trata sólo de que te traten bien sino de que puedan pensarte”, reflexiona Ana Mines, activista lesbiana feminista.
“La primera vez que me atendí con una ginecóloga en particular –recuerda Virginia Cano, filósofa porteña– le explicito que soy lesbiana (posibilidad que jamás se le cruzó por la cabeza) y me pregunta: Pero tuviste relaciones con hombres, ¿no? (léase varones). Sí. Entonces no va a haber problemas con el PAP y la colpo. De esto deduje:
1) que el lesbianismo le hizo perder la memoria (ya le había informado que hacía estos controles anualmente),
2) que en su miope concepción de la sexualidad la penetración (y la pérdida de la virginidad) sólo puede ser efectuada por un varón y 3) que en su vida vio un dildo, un strap, un consolador, ¡ni se enteró de lo que es capaz una (o varias) mano(s)!”
Desde Tucumán, Lola pide ayuda en su muro de FB: “Necesito que me recomienden una ginecóloga piola, piola de verdad (y que atienda por obra social)”. Los 20 comentarios se encadenaron en menos de 5 minutos, y socializaron apenas tres o cuatro nombres. Hasta surgió un chiste: “¡Vamos todas juntas!”. Por inbox detalla su historia: tiene endometriosis y no está dispuesta a tomar anticonceptivos para curarse.
“Me pasó que las preguntas sobre cuidados tenían que ver exclusivamente con anticoncepción –rememora Pao Lin, desde su trinchera en Tierra Violeta–. Yo tengo sexo con otra mujer, y le decía me cuido con guantes. Y el tipo, mientras se ponía los guantes para tomarme una muestra del PAP, no entendía que yo pudiera usarlos. Pareciera que ni siquiera hizo una reflexión sobre su propia práctica, porque él se pone guantes para meter dedos dentro del cuerpo de una mujer. Deconstruye la información aprendida en la facultad o reproduce prejuicios basados en la ideología de quienes lo formaron, el saber médico de los años ’20.”
En Rosario, en una de las reuniones de Las Safinas –grupo de reflexión y acción lésbica– surgió la misma idea que en el muro de Lola, la misma estrategia política de ir a la consulta en patota (¡Las Histéricas Somos Lo Máximo!). Para desarmar jerarquías y relaciones desiguales de poder. También como una forma de achicar el pánico. “¿Cómo lo decimos? ¿Lo tenemos que decir? ¿Por qué? Esas son nuestras preguntas –cuenta Eugenia Sarrias–. Cuando no podemos decir algo de nuestra realidad esto opera negativamente en nuestra salud mental. No es una cuestión de libertad, no es derecho a la intimidad; es miedo a la sanción social. Esta forma de vivir la privacidad nos encierra. Planteamos un trato especializado en nuestras realidades.”
A nivel país, observar la aplicación de la ley de educación sexual (y la cantidad de iglesias católicas) es un termómetro para intuir la apertura sanitaria hacia la diversidad. Curioso: en el Inadi no recibieron denuncias relacionadas. Pero dicen estar listos para dar asesoramiento en el 08009992345.
El tema tiene su nube morbo, su oscuridad, sus espasmos, su alegría, su intuición y su latido, su jugo, su tufo. Carne de tabú y de demagogia. De la moral y de los excesos.
Tanto es así que una mañana cualquiera, como ocurrió esta semana, hasta en el programa de radio Perros de la Calle se puede querer no escuchar un chascarrillo digno del Baby Etchecopar: “Va una mujer al ginecólogo, en su vulva tiene rayas azules. El médico le pregunta: señora, ¿su marido es verdulero? Entonces vaya y dígale que se saque la birome de la oreja cuando le haga sexo oral”. Con el mismo título de propiedad para hablar del tema, un ex estudiante de Letras puede argumentar: “Dejé la carrera porque no quería ser el ginecólogo de la literatura, quería ser su amante”. A su vez, una camada de especialistas todavía se sienten ofendidas por los descargos de los testimonios que Even Ensler compiló en Monólogos de la vagina.
A la vagina de Carla Sichi la revisa un urólogo. A sus curvas las escolta una endocrinóloga. Carla se atiende en el Hospital Durand; ahí encontró la contención necesaria para entender por qué se sentía una persona andrógina. Ahí le hicieron la vaginoplastía. “Con los genitales que tenía me reconstruyeron la vagina. Te arman la cavidad, el clítoris, todo. Cosméticamente quedó espectacular, y sensorialmente también. Estoy tan apta para gozar como cualquier mujer biológica”, cuenta desde Ciudad Evita, su casa, donde todos siempre la aceptaron, “y eso que es un barrio milico, milico, milico”. Es peluquera y desde hace 20 años trabaja de forma independiente.
En Capital, cuando un varón trans llama por un turno para hacerse un chequeo gineco, comienza “el reto”, como Thomás Casavieja llama al maltrato. Explicar que no hay ningún error, aunque choquen las columnas del Excel, o hacer pedagogía sobre la identidad de un tipo trans o quizá pedirle al papa Francisco que mande una carta piadosa no logran torcer la autoridad de una recepcionista (ni de sus jefxs). Explicar que no hay equivocación cuando un varón solicita turno con el ginecólogx es explicar que existen “hombres” con vagina, es también su manera de transitar los servicios médicos exigiendo el acceso al derecho a la salud.
“El sistema nos clasifica y separa –advierte Thomás, que es miembro de la organización Capicüa Diversidad–. No hay especialistas para órganos del cuerpo sino para los géneros de las personas. Es difícil romper paradigmas con el sistema médico. La ginecología en particular está preparada para recibir personas que tengan una vagina independientemente de lo que su DNI diga. Es una realidad, pocos varones trans se acercan a hacerse un chequeo socialmente asignado a ‘mujeres’. Y nuestros cuerpos trans también necesitan cuidados. Los tratamientos hormonales a los que se expone nuestra comunidad son, muchas veces, bombas de tiempo para el cuerpo que habitamos. No sólo los varones trans desconocemos esos riesgos y necesidades, sino que lxs propixs profesionales los desconocen. Hay cuerpos que habitamos, y los necesitamos saludables independientemente del sistema en el que vivamos, las leyes que tengamos y el especialista que nos toque.”
Entre las últimas acciones de Capicüa, está la jornada en la Facultad de Medicina en la que socializaron una guía de salud para personas trans y el sistema médico, en el marco de las Jornadas Mundiales por la Despatologización de Identidades y Expresiones de Género Trans. Hoy harán lo mismo en el XXVIII Congreso Nacional de Medicina General de San Luis.
No estamos en la época victoriana, pero la frase de otro personaje de Hysteria sigue vigente. “La medicina es peligrosa para la salud”, advertía Joseph Mortimer Granvile, el médico sensible que termina inventando el primer vibrador y ganándose el corazón de la chica feminista, Charlotte Darlymple. Con las ganancias que le genera su invento abren juntos una clínica social.
“La ginecología es una especialidad compleja. Ejerce autoridad, conserva ese poder de aduana sobre lo que está bien y lo que está mal. Desde su formación viene con una impronta como de lugar sagrado del saber. Es un área estratégica para controlar la heterosexualidad y la reproducción, como si el resto de las situaciones posibles no tuvieran importancia”, coinciden Lorena Volpin, Lucía Cavallero y Ana Mines. Son la cabeza detrás de la mesa de trabajo “Violencias heterosexistas del sistema de salud”, que acaban de realizar en el Centro de la Cooperación como parte de un proyecto más amplio. A través de unos talleres que realizaron junto a otras compañeras en la Villa 20 de Lugano, corroboraron que las situaciones de violencia ejercida desde el sistema de salud hacia las mujeres van más allá de su orientación sexual, pero más acá de su clase y etnia. Empezaron el planteo desde lo macro, imaginando un mundo en el que la medicalización no sea compulsiva, que el sistema de salud funcione como acompañamiento y transferencia de conocimiento, y no sea invasivo. Para profundizar en este paradigma sin dejar de tener los pies en la tierra, convocaron a diferentes colectivos para intercambiar opiniones y experiencias. “La acción de los movimientos sociales es necesaria para garantizar, entre otras cosas, que la ley de identidad de género sea un hecho: los artículos relacionados con la salud no fueron reglamentados”, avisan.
¿Dónde está la punta del ovillo? ¿Por qué todos opinan sobre nuestras vaginas? ¿Por qué no terminan de cambiar las preguntas? Qué tal si por ejemplo Alejandra, 32 años, lesbiana, en su control ginecológico escuchara lo siguiente: “¿Tenés relaciones actualmente? ¿Estás soltera, en pareja o en múltiples parejas? ¿Con un hombre o con una mujer? ¿Tus parejas anteriores fueron siempre mujeres? ¿Vivís con alguien? ¿Tienen hijos? ¿Son tuyos, de él/ella o adoptivos? ¿Te hiciste algún PAP antes? ¿No? Te hago la orden, quedate tranquila, es una técnica sencilla y no duele. Son unos segundos, es una manera de saber si tenés alguna infección o está todo bien. Y para prevenir cáncer de cuello de útero. También te voy a dar este folleto que explica cómo hacer una barrera de látex y tiene otros consejos para mantener sexo seguro entre mujeres”. Ese intercambio ideal proponen las Ovejas Negras, de Uruguay, en el audiovisual Cuál es la diferencia, hecho en el marco del proyecto Centros de Salud Libres de Homofobia, con fines didácticos y pensando en agentes de salud como destinatarios.
En la vida real, el equipo interdisciplinario del Hospital Evita, de Lanús, vaya si cambió las preguntas: ¿Cuál será la incidencia de cáncer de mama en varones trans mastectomizados pero con antecedentes familiares? ¿El suministro de hormonas masculinas aumentará los riesgos de enfermedades cardiovasculares en ellos? ¿Cómo mejorar la adherencia (la irregularidad en el tratamiento hormonal puede terminar en embarazo no deseado)? ¿Cómo prevenir conductas de riesgo (o cómo frenar la alta prevalencia de sífilis)?
“Nunca antes habíamos tenido pacientes lesbianas. Tampoco varones trans con ablaciones o que quieran ser mastectomizados en el futuro, o que buscaran tratamientos hormonales o ligadura, ellos son los que hoy más consultan”, cuenta Edith Dinerstein, infectóloga del Evita. Desde el vamos tuvo el OK político del hospital para reinventar el área de VIH sida. Una experiencia que nació por accidente, por el reflejo de querer atender las problemáticas emergentes y encontrar una manera urgente de estar a la altura.
La Isla Bonita de Lanús tiene sus pares; centros de salud inclusivos y amigables... que en todo el país se cuentan con los dedos de una sola mano. El Hospital Durand, el servicio de Rosario, el del Alvarez, los Centros de Atención Primaria de Parque Patricios, el del Abasto. “El consultorio friendly no es algo que reivindicamos –aviva Diana Aravena, trans y candidata a legisladora–. Podemos usarlo por una emergencia, pero no es algo que tengamos que festejar.” Claro, la apertura debe ser parte de cualquier institución, una de las tantas piezas para lograr el acceso a la salud integral.
“Hay cosas que están cambiando, pero las respuestas van lentas. No estamos formados. Algunas personas trans ven en nosotras al enemigo”, descarga María Piaggio, ginecóloga del Cesac de Parque Patricios. Su celular vive prendido; es uno de esos contactos confiables para pasarse entre amigxs. Ella es parte de una red informal, espontánea, de colegas que se conocieron en las capacitaciones del Programa de Salud Sexual y Reproductiva y hoy intercambian datos, información, material de lectura sobre diversidad sexual. Lo hacen por un compromiso propio, no por responsabilidad institucional. “Desde el primer nivel de atención, desde la administrativa que da los turnos, tenemos la obligación de dar una respuesta. Pedimos tiempo.” Pero no hay tiempo.
“El desafío es garantizar la inclusión”, reconoce Noelia Casati, coordinadora del Area de Diversidad Sexual de Rosario. A escala provincial, por ejemplo, las organizaciones lgtb participan del Consejo Asesor de Salud Sexual y Reproductiva, lograron que en una Agenda de las Mujeres (disponible on line) se socialice data sobre derechos sexuales y reproductivos que incluye la realidad de lesbianas, bisexuales y trans. Y van por la creación de un área, dentro del aparato provincial, que replique la isla bonita que resultó la experiencia rosarina.
¿Pero acaso en Rosario semejante historial incide en lo que pasa en los consultorios? ¿Lograron mejor atención, diagnóstico y tratamiento? Casati reconoce también que, a pesar de tanto logro, sigue ahí la dificultad de acceso y permanencia en el sistema de salud local para lesbianas y bisexuales. “Necesitamos seguir generando espacios de reflexión y capacitación. Por eso es fundamental fomentar la visibilización como herramienta y el fortalecimiento de encuentros que promuevan sus derechos.”
Eugenia Sarrias, como lesbiana visible, miembra de Las Safinas, reconoce que no es nada fácil. Que ninguna puerta se abre sin dolor. “Usamos cada estrategia jurídica para pedir acciones en salud y trabajar con los profesionales de ginecología, psicología, endrocrinología, clínica. No se va a dar de un día para el otro, es un proceso, es un cambio cultural.”
Pero los dinosaurios van a desaparecer. Oh, mi amor...
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