DEBATES
En sintonía con el “refresh” que parece necesitar el feminismo para muchas, la periodista inglesa Caitlin Moran está vendiendo como pan caliente su libro de nombre tan tentador como engañoso, Cómo ser mujer (Anagrama). Recursos fallidos, omisiones imperdonables y mucha lavandina, para volver al feminismo un asunto más digerible.
› Por Dolores Curia
“Me sorprende lo seguros y tranquilos que parecen los consumidores, en absoluto culposos, al entrar al club nocturno: con el traje medio sudado, la mirada ligeramente agresiva, como si fuera lo más normal del mundo salir de la oficina y relajarse pagando a una mujer muy joven para que te muestre los labios vaginales”, observa Caitlin Moran en una visita antropológica a un bar de strip en uno de los capítulos de Cómo ser mujer (Anagrama). Con chispa mediática y de la otra, Moran escribió un libro cuyo tema es un feminismo confesional, ensalada de ensayo y diario íntimo. Combina en él memorias con polémica, como lo hace desde los 18 años en el diario The Times, donde escribe críticas de TV desde 1993. Cómo ser mujer está sellado por el éxito. Tal vez porque es como si un personaje del estilo de La Loca de Mierda (pero con mucha más trayectoria y media vida de columnista en uno de los diarios más importantes del mundo) publicara un libro que promete bajar a tierra a Germaine Greer, Beatriz Preciado, Simone de Beauvoir, juntas, revueltas pero esterilizadas. Cuando Cómo ser mujer salió a la luz, se acomodó enseguida entre los diez libros de non fiction mejor vendidos del Reino Unido. Fue record de billetes y de flores por parte de la crítica. Fue publicado en treinta y dos países (hace unos pocos meses, llegó al nuestro) y a su autora se le encargó enseguida la adaptación para una película. Que un libro aclamadísimo declare que “el feminismo es demasiado importante como para dejarlo sólo en manos de los eruditos” despierta dosis iguales de entusiasmo y sospecha. ¿Cuál es el secreto para convertir al feminismo en un top de ventas y a qué hay que renunciar en el camino?
Moran dedica los primeros capítulos a dejar en claro su origen proletario: vivía con siete hermanos, mamá y papá en una vivienda estatal de tres habitaciones, heredaba bombachas de otros miembros de la familia; su educación fue casera desde los once años, edad en la que dejó la primaria. Detalla las miserias de una adolescencia obesa, cómo soportó a una madre que la humilló al ver que le aparecían los primeros pelos púbicos, cómo padeció novios de los olvidables y de los revulsivos. Y, también, narra cómo a sus precoces dieciséis se unió a la redacción de una revista de música y, luego, condujo un programa de pop en la tele. Ambos, disparadores para insertarse en el mundo de las celebrities (ir de copas con Kylie Minogue, hacerse responsable del obituario de Amy Winehouse y hasta ser desairada por el primer ministro David Cameron en una fiesta). Relata, además, cómo se fue acercando a los debates feministas mientras, por ejemplo, embiste una cruzada cargada de argumentos contra la depilación total del cavado. Sin embargo, Moran flaquea cuando le dedica mucho más espacio a un manifiesto contra el uso de las tangas y los tacos que al aborto. Con el paraguas de ser un texto de divulgación parece que se excusara sin decirlo de atrasar y de no introducir novedades. Menos tesis doctorales, más anécdotas sobre la primera menstruación, es el lema, lo cual estaría perfecto si no fuese porque mantiene un balance que desilusiona: a cada punto que suma desmenuzando mandatos y reconstruyéndolos con ejemplos cercanos (su propio parto relatado no como idilio sino como la experiencia más escalofriante de su vida) lo borra con el codo cuando ni se asoman (ni se dan por sentadas) las palabras “clase social” y muestra no poder ir más allá de la matriz heterosexual al no nombrar siquiera otras feminidades posibles. Cómo ser mujer hace pensar en un feminismo prêt-à-porter cuya receta es tomar elementos de las discusiones históricas (autonomía, libertad sexual, independencia económica) pero para bañarlos en consumo glamoroso. Más allá de sus consideraciones sobre la industria del porno y el strip-tease no se habla de género propiamente dicho, como construcción social de lo femenino. ¿Violencia, prostitución, trata? Ni un suspiro: no son problemas que desvelen cuando el eje es la acumulación de pequeñas victorias para mejorar la calidad de vida de una moderna como Moran y la lectora/amiga que ella imagina.
A Caitlin Moran no le faltan humor, ni calle, ni lecturas y tiene un saludable don para la maldad con ella misma, sin embargo no puede evitar presentar a Lady Gaga como el clímax de la radicalidad (por ser “una estrella pop liberal, cultivada e incluida en la revista Forbes”). Su tono suena a manual de autosuperación (que es personal y se mide con la vara del éxito profesional) y eso explica que se mencione como modelo de conducta a alguien como Nicola Horlick (ejecutiva británica conocida como superwoman por combinar su carrera en las finanzas con la crianza de seis niños). Por más que Moran deje ver en este libro el gesto divertido de quien relata y maneja el slag como si standapeaba (cuenta que lo escribió rapidísimo y a ese ritmo también se lee), por momentos se acerca demasiado a una sección fija de Cosmopolitan.
Cincuenta sombras de Grey es al sado lo que Cómo ser mujer al feminismo. Y, aun así, no deja de ser un buen ejercicio rastrear en el libro de Moran la fórmula mágica para diluir y edulcorar a gusto los estudios de género hasta volverlos best-seller. ¿Será que confunde refrescar la teoría con una refrescadita?
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