MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
No es caprichoso que en una de las fotos de campaña que celebra el debut de la marca Sudeste la modelo Abril Alonso lleve un smoking o que simule pertenecer a un pequeño grupo de nadadoras vestidas con trajes de baño ricos en transparencias. Fotografiada por Cecilia Glick y en homenaje a Helmut Newton, YSL y Alaïa, las tomas ilustran el fetichismo del diseñador Matías Carbone por recursos de la sastrería masculina trasladados al placard femenino.
El nuevo local de Palermo fue concebido como un living: pisos de madera, muebles negros que dejan asomar algunas leds y libros de arte, un escritorio y una lámpara de cine noir plus, un sillón de terciopelo rojo y vistas del jardín lindante con jazmines, poblado por las piezas etnográficas en madera y los desarrollos en telar del experto Ricardo Paz. Allí transcurrió el primer desfile de la firma.
El hilo de la colección se compone de una población de camisas de seda y de largos vestidos en ese material. “Me encanta cómo se visten los hombres de traje impecable, los accesorios que usan y los que se arriesgan con los zapatos y chalecos. Esos modos los traslado a la ropa femenina, por eso algunas camisas tienen una pechera de panal de abeja de algodón ciento por ciento sobre una base de voile de seda transparente y otras llevan los bolsillos de una camisa de trabajo. El uso de las sedas lavadas y las telas frías –que perduran en el tiempo y que muchas marcas dejaron de lado– es emblemático de la colección. Considero que tenemos una moldería bastante particular. No vamos por una silueta muy ajustada ni tampoco por lo oversize. Importa marcar la silueta pero de una manera muy relajada y casi masculina, sin caer en esas camisas que parecen camisones”, pronuncia el diseñador de 33 años, vestido con la simpleza de una camisa a cuadros, jeans y zapatillas. Del listado de sus referencias –en un Pinterest o Instagram de Sudeste– destacan imágenes de casas o muebles de los ’70, fotografías o looks de Lauren Hutton y Bianca Jagger, vestidos súper sensuales con animal print o algún encaje. Y también el vestuario del documental de Pina Bausch, con vestidos de seda hasta el piso para bailarinas que volaban por el aire, cuyas usuarias lucían muy cómodas y de un modo muy simple.
Acerca de las señas particulares de las consumidoras de Sudeste, Matías dirá: “Es un público adulto, de 35 a 40 años para arriba. Pareciera que son esas mujeres que buscan otra opción a las estampas y el colorido que propone el mercado local. Buscan prendas de buena calidad y, cuando no viajan, saben comprar muy bien en la tienda Zara y luego combinarlo con una cartera de Prada”.
El recorrido por la moda de Matías Carbone es inusual, pareciera que la intuición, una formación visual y el oficio se anteponen a la academia: hizo sus primeros pasos en la moda en el depósito de la firma Paula Cahen D’Anvers cuando ésta representaba el colmo del chic en el mercado local y en ocasiones lo hizo vestido con su uniforme de colegio (por entonces acompañaba a su hermano mayor, quien desarrollaba jeans para la firma). Continuó asistiendo a dos diseñadoras de Paula y allí aprendió un método, la realización de las colecciones, sus organigramas, el abecé de las texturas y la sastrería noble. También supo asistir a clases de moda en la Asociación Biblioteca de Mujeres (ABM). A comienzos de 2000, el diseñador hizo una carrera como modelo luego de ser descubierto por el ojo cazatalentos de Picky Courtois, director de la agencia Civiles. De inmediato, protagonizó numerosas campañas locales –de Levi’s a Ona Saez pasando por Infinit, pero también fue chico de portada de una firma de jeans para la que antes había modelado Brad Pitt–, desfiló para Hedi Slimane en su debut en la casa Dior y su particular revolución de las siluetas. Y Rei Kawakubo le hizo un fitting previo a un desfile de Comme des Garçons. Dirá también Matías que los tres centímetros de altura que le faltaron para los estándares de las pasarelas lo volcaron al diseño: fue convocado por Martín Egózcue, el creador de la firma Félix, y durante una década fue su principal colaborador y devino diseñador de esa firma –allí sumó el fetiche por las camisas de seda–. En la actualidad, además de la firma propia que construyó con la ayuda de socios, Matías diseña el apartado masculino de A.Y. Not Dead.
Acerca de su particular visión del jeanswear y la fórmula que desarrolla junto a su hermano Leandro, sentencia: “Lo primero que comenzamos a investigar fue la tela. Sabíamos que queríamos trabajar con materiales de muy buena calidad, algo fundamental en los jeans porque podés trabajar años en moldería y lavados, pero si la tela no tiene el onzaje adecuado o la lycra justa nunca vas a lograr los objetivos. Hicimos un modelo de chupín clásico para acompañar la colección y lo propusimos en varios azules, en negro y en blanco. No omitimos artículos bien de verano, como un short tiro alto medio oversize en blanco y negro gastado y roto: quisimos que fuera como un short heredado de algún novio o padre y que diera con un look más relajado para usar con nuestras camisas de seda impecable. La frutilla de la colección es la campera de jean en un denim ciento por ciento algodón que estuvo varias horas en lavado con piedra y luego tuvo un tratamiento a mano, porque la premisa fue que saliera del lavadero casi destruida, con sus hilos colgando. El denim es la prenda que luce más linda con el paso del tiempo”, dice.
Es ineludible apelar a las influencias de su madre en la construcción del estilo. “Mi mamá siempre se vistió de un modo elegante y sutil, no recuerdo que en la casa de mi infancia, en Lomas de Zamora, hubiera bolsas de marcas de ropa; ella combinaba muy bien cosas de su abuela con algo que se compraría, considero que usar telas que están pasadas de moda y hacer algo nuevo es un desafío.”
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