EL MEGáFONO
› Por Laura Contrera *
Más allá de la “operación bikini” propia del verano o del arrepentimiento masivo tras la comilona por las Fiestas, la obsesión por la delgadez y el consiguiente rechazo de la gordura son cosa diaria en los medios y en la calle. Si bien no resulta históricamente novedoso el menosprecio social de los cuerpos gordos –con sus marcas de género, edad, clase, raza o condición social–, el volumen corporal es percibido hoy como exceso (de carne y grasa) y falta (de cuidado o voluntad). Algunas feministas se han ocupado de la distorsión de la imagen corporal o los trastornos alimentarios, pero lo han hecho afincadas en el privilegio de ciertas corporalidades femeninas, dejando de lado la especificidad de la experiencia de discriminación que sufren las personas con alto peso corporal. Desde los años ’70, activistas en el mundo angloparlante (muchxs de ellxs feministas y lesbianas radicales) han denunciado la estigmatización de las personas gordas y la complicidad de la industria de la dieta con la difusión de la obesidad como un peligro social per se. Asimismo, han recuperado la potencia de la palabra gordx para autonombrarse, mutando el insulto en resistencia tal como lo han hecho otras minorías. En nuestra región, lxs activistas de la gordura estamos produciendo un incipiente movimiento, articulándonos con el feminismo, transfeminismo, lo queer, el activismo de las personas con discapacidad (diversidad funcional), trans e intersex. Más que una mera reivindicación de las redondeces o la grasa, nos preguntamos por la necesidad social de cuerpos-patrones, mensura y mesura que nos producen constantemente como corporalidades menos aptas o indeseables incluso. Porque, nos guste o no, gordx no es un adjetivo calificativo más sino que es un insulto, así como también acusación de dejadez, diagnóstico de enfermedad actual o potencial y sentencia de muerte física o social. Pero si algo han dejado en claro el activismo y la teoría sobre gordura es que el peso o talla de una persona poco dicen sobre su estado de salud, sus hábitos alimentarios o su modo de vida: sólo el prejuicio y la gordofobia leen esos cuerpos de una manera unívoca (una ficción médico-política naturalizada hace presumir que la delgadez es saludable y que la gordura en todas sus expresiones es índice de enfermedad). Así, el dispositivo de control corporal que nos sujeta a todxs reduce a los cuerpos gordos a objetos de injuria, estigmatización o transformación. Si bien no hay una única experiencia de la gordura que produzca una identidad gorda homogénea –según Samantha Murray, las maneras de vivir un cuerpo gordo son siempre múltiples, contradictorias y eminentemente ambiguas–, lxs activistas de la gordura postulamos nuevos modos de encarnar los diferentes cuerpos impropios y sus afectos. Necesitamos una revuelta furiosa contra la policía de los cuerpos y sus estándares microfascistas de normalidad.
* Editora del Gorda! Zine www.gordazine.tumblr.com y www.facebook.com/GordaZine
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